miércoles, 5 de diciembre de 2018

Mi novela "Al Este del Cabo de Gata" ahora gatis en Calameo







Capítulo 12 (Al este del Cabo de Gata) autor Ramon Fernández Palmeral

El día 12 de octubre festividad Virgen del Pilar y puente laboral, yo me ofrecí a echar una mano en restaurante La Sirena Azul. Francisca Morante aceptó con reticencias, pero no tenía más remedio que tener otro camarero aunque fuera ilegal.  Acabamos muy tarde, Andrés, el Bruto, se puso muy tonto, estaba medio borracho de porros y con mal genio. Carmen Morante y su pareja Argimiro, el Legía, trabajaron muy bien, y Nieves, la Reina, que de apodo deberían llamarla “la gran cocinera”, por su arte de saber la fritura andaluza como nadie. El pescado se destripa, se mete en el refrigerador, se enharina en una especie de papilla húmeda con orégano, se enfría de nuevo, y se fríe en aceite de soja muy caliente.
  Moncho se había ido con los otros niños de la Isleta a montarse en un tiovivo que trajeron.  Mi servicio de doce horas de trabajo, me lo quisieron pagar con el reparto de las propinas, pero yo, de nuevo, renuncié a ellas, porque el haber estado trabajando codo con codo con Francisca, me daba por satisfecho, entonces me di cuenta de que estaba perdidamente enamorado de ella, y creo que ella también, algo de mí. Pero esta atracción debíamos de mantenerla en secreto.
–Y cuando me vas a dejar que te invite a tomar una copa en la discoteca  El Chamán –le propuse a Francisca. El Chamán estaba en los Escullos, a dos kilómetros de la Isleta, para ir en coche..
–No pierdes la ilusión, ¡eh!. No quiero complicaciones. El beso de los otros días fue un error.  Estoy muy cansada. Además no puedo y no quiero más líos de los que tengo  –me respondió seca y cortantemente
Francisca estaba de un tono distante, desde que baile con ella en la boda de la Ernestina.  Yo no sabía a qué venía ese cambio de actitud hacia mí. Seguí rondándola,  no podía asumir, un no como respuesta, las españolas son muy complicadas de conquistar, no es fácil. Teníamos a todo el mundo contra nosotros. A la semana siguiente, yo otra vez me presenté como camarero voluntario, pero esta vez la propuesta no fue aceptada. Continué invitando a Francisca.  Un lunes, día de descanso en el restaurante, al atardecer, me dijo que iría con su hijo Moncho a dar un paseo por la playa de Peñón Blanco. La verdad es que en la Isleta no había muchos lugares a donde ir para estar un momento a solas.
En el Peñón Blanco hablamos, cerca del rebalaje entre insignificantes olillas Para Moncho le regalé un libro en inglés para que practicara y se entretuviera, se sentó al pie del peñón y empezó leerlo.
-Para salir conmigo, -dijo Francisca- tienes que saber que soy de las que jamás perdonan las infidelidades, que no doy segundas oportunidades, que soy celosa y de las resentidas.
-Estoy de acuerdo.
-Ahora ¿Cuéntame que hace un joven inglés refinado como tú en un lugar como éste? ¿Eres un delincuente, un destripador?
-Aunque me llamen «El Inglés», soy escocés por parte de padre y de madre  española. En Londres me salieron mal unos asuntos de inversiones, trabajaba en la Bolsa, y no es que huyera, sino que me di cuenta que el dinero no lo era todo, mi mujer polaca me abandonó y estoy separado (le mentí un poco pero era obligado). No tenemos hijos. Yo decidí apartarme del mundo de las finanzas. No sabía que podía enamorara de ti. Y es que no lo puedo remediar.
 Nos acercamos tanto uno al otro que su aliento me dada en la boca, la besé,  y ella no  despreció mis besos ni mi ardiente boca.  Mis besos no eran inocentes, y los culpables de mi deseo, a mis labios no los podía controlar, les mandaba que no la besasen, pero no me obedecían.
–Yo quisiera huir con mi hijo –irrumpió Francisca- de esta prisión de la Isleta, pero no tengo medios para vivir por mi cuenta. No tengo ni un duro ahorrado, en casa de mi madre se trabaja por la comida y la cama, y encima agradecida.
–Podrías plantearte venir conmigo a Londres.
–Eso hay que pensarlo con más detenimiento. Pero es una buen ofrecimiento. Aquí no tengo ninguna oportunidad de ver mundo. Mi primer matrimonio fue un desastre sonoro y muy complejo de explica. Además no me apetece. ¡Qué horrible recuerdo!
Me hice grandes ilusiones, cuando íbamos los tres por la palaya como si fuéramos una familia unida y feliz. Dimos un largo paseo hasta el final de la playa, hasta las rocas negras, como si estuviéramos en la bella y verde Escocia. Una familia que yo no tenía.

Una tarde saliendo yo del bar de La Foca Monje, se me acercó el bruto de Andrés, desaliñado, más bien feo, había bebido o fumado alguna hierba, y me gritó:
–Tío, aquí solo hay un camino, el de largarte a tu pueblo, o de donde coños vengas, o al cementerio. Te doy 24 horas para que te largues, con mi hermana no se juega. Ni tú ni nadie.
–No me voy a marchar…
 Desconocía en absoluto cómo Andrés se había enterado de lo mío con su hermana el día del levante entre las barcas.
–¡Atente a las consecuencias! –gritó a viva voz– porque yo nunca hablo en broma, ¡y te lo juro por éstas! En la boda de Ernestina ya lo advertí y me tomasteis a broma –se sacó del cuello un caracol casi como un talismán.
–Si quieres matarme, lo quedes hacer ahora y aquí porque yo no me voy a ir por mi voluntad. Yo quiero a tu hermana con buenas intenciones, que lo sepas y se lo dices a tu madre.
–Inglés. No creas tú que te vas reír de mi hermana.
El bruto de Andrés se fue al varadero a reparar sus artes de pesca, yo me fui a mi casita. Cuando llegué,  Cecilia estaba barriendo el suelo, le conté las amenazas de Andrés, y me respondió que a ese tío jamás le diera yo la espalda, era traicionero, y había estado varias en la prisión del Acebuche, por riñas.
–Mira Lorenzo, aquí las cuestiones de honor se solucionan a navajazos o a tiros. O te conviertes en invisible y vas a la tuya como todos los guiris o te juegues el pellejo. Lo de los amores con una de aquí es más complicado de lo que parece, y es que, Francisca es una perra maldita, con eso te lo digo to. Tiene unos ojos donde arde la maldad y el  pecao.
–¿Pero qué pasa aquí con Francisca y su exmarido?
–Ya te dije los otros días que es un secreto que no puede salir de la Isleta. Yo ya he terminado de limpiar y me voy a mi casa, además Elena está en cama un poco pachucha. Piensa lo que te he dicho, pero en serio, muy enserio, que te la juegas Lorenzo, en serio.

Varias noches tuve pesadillas  unos tipos vestidos de negro sin rostros me perseguían con larga y brillantes navajas como las de Curro Jiménez. Yo corría y corría sin parar, me despertaba sudando y con el corazón alterado. Pensaba que estas pesadillas podrían ser una clarividencia de lo que me podría pasar, pero mi amor por Francisca era más fuerte que mis miedos. Ya había huido una vez de los problemas, esto no se podía volver a repetir.                            
  En cuestiones amorosas nunca gané una medalla, señora abogada, las medallas están caras de conseguir en las batallas del amor, y qué decir de las de oro. He sido impotente por circunstancias laborales estresantes, he de confesarlo y esto no me agrada, sino que me preocupa. Pero creo que lo he superado. Ahora tengo la fuerte convicción de poder ofrecer algo mejor a Francisca y a su hijo. Yo no fui capaz de entender que el amor es una contienda que hay que librar entre dos, y consiste más en renunciar que en imponerse, que el amor es ese vaso de cristal que se quiebra por un sonido graves, pero que luego no se puede restañar. Yo perdí el amor por Bárbara, quizás llevado por la monotonía, entre nosotros se perdió el amor, el cortejo y el interés. Encima no teníamos hijos, porque, en realidad nunca encontramos el tiempo adecuado para concebirlos. Siempre estás preocupado por tu carrera, por situarte laboralmente, por comprar una casa, y el deber de tener hijos lo vas dejando en el limbo de un tiempo irrecuperable. Un matrimonio sin hijos es como un lago sin peces.
  Tras aquellos nuestros besos furtivos el día del levante,  supe, intuí que Francisca era la mujer con la que yo deseaba compartir mi vida y mis días. Era tan feliz en la Isleta que cuando me acuerdo necesito todo el mar para extender sobre él toda mi dicha y mi deleite.
  Una tarde vino a mi casa aporreando la puerta Nieves, La Reina, toda vestida de luto con velo, como un cadáver deambulando  como en la Comala de juan Rulfo, y, furiosa me dijo gritando y amenazándome.
–¡Inglés, te hablo muy enserio! Mi hija no es mujer para ti, ella tiene un niño que criar, tú eres un inglés que cualquier día te vas y la dejas. Ella no es de tu clase. Así que te lo advierto, si no la dejas tranquila te va a arrepentir, te lo juro por éstas. Por mis muertos ­–a la vez hizo una cruz con los dedos y se los besó como firmando en la sangre un juramento.
–¿Y si nos queremos? Por qué vamos a renunciar a nuestro amor, y si es de la voluntad de su hija no vamos a Londres, donde ella vivirá como una señora. Contra la fuerza del amor no se puede luchar.
–De eso ni hablar, muy bien, pues va a ser que no. Si te veo con ella te tendré que matar, bien yo o mi hijo Andrés.
Enfurecida se fue La Reina, con los ojos encendidos en odio e ira de loca haciendo juramentos y sortilegios.
No iba a dejarme amedrentar por dos locos egoístas que lo que pretendían era no perder una criada para el restaurante.

 Un día pasó como un sereno, aporreando  mi puerta, Pastora, la Galilea, pregonando que se avecina otro temporal, este de poniente y debíamos de prepararnos, ella lo había visto en las nubes sobre Los Frailes y en el vuelo de las gaviotas, ella nunca se equivocaba, predecía el tiempo futuro y sabía leer en los insectos, en las plantas, en la luna o en la humedad  debajo de las piedras. En estas cuestiones de adivinar el tiempo no se equivocaba como lo demostró el día que anunció lluvia cuando se casó la Ernestina. Además como era partera adivinaba cuando iba una mujer a parir.
Cuando venían esos ponientes huracanados las cabezas se ponía locas, y los barcos anclados en la cala de la Isleta corrían peligro de zafarse del hierro que a modo de ancla los sostiene flotando en el mismo sitio. El viento empezó a soplar y la arena como la de un siroco se levantaba en las calles sin asfaltar, cerca de la playa no se podía estar, la arena azotaba hasta dañarte, entraba por los ojos, por la boca, entraba por las rendijas de puertas y ventanas, se lleva hojas de palmeras, bolinas, redes, cañas, lienzos. El mar se puso  blanco y las borregas olas hacían remolinos alzándose como una tromba marina. Yo parecía oír al viento inhumano: «Debes irte, debes irte». Toda la naturaleza estaba en complot contra nosotros, parecía decirme que me fuera de la Isleta del Moro.
Debes cerrar puertas y ventanas hasta que pase la tromba marina. Parecía mentira que en un lugar tan apacible, de vez en cuando, el mar se pusiera tan bravo y guerrero. Pero como decía Hilario: «Todo el viento que pasa para un lado, a los quince días vuelve en dirección contraria», y así era.
Los pesadores no tuvieron tiempo de embarcar para salir dirección al «pueblo», era el puerto más próximo con poniente. La bahía de San José lo era para los levantes. Cuando vives mucho tiempo en la Isleta, te das cuenta que el mar es quien manda. Nunca había más de siete días seguidos apaciguados. El temporal de olas de nueve metros rompió el espigón, arrojó algas y maderos y rompió barcos y el bote de Hilario se lo llevó el mar adentro.
 Estos ciclones o trombas marinas solía venir cada tres o cuatro años en noviembre, y este era uno de aquellos años que tocaba. Los barcos más grandes los pasaron al otro lado de los islotes que es un puerto natural.
   
 Una semana después con el  mar  ya apaciguado de su ira de vientos,  en calma sosegada, pasé cerca de los cristales de la terraza de La Serena Azul, y le hice una señal con la cabeza a Francisca, de que nos reuniéramos en nuestro punto de encuentro: playa del Peñón Blanco. Al poco de estar en  sotavento del peñón, llegó ella con una falda estampada aireando su cuerpo de perfectas y estilizadas curvas, su caminar era muy femenino, ondeante y sus candencias de caderas de este a oeste me excitaban, el busto no se le notaba por la blusa ancha, el pelo suelto vibrante de la fuerza vital de las algas marinas veía en ella una Helena griega llena de misterio y recuerdos de una tragedia pasada. La playa reinaba en  soledad de olas apaciguadas, las costillas de una barca vieja y desvencijada se tostaba al sol de la tarde. Cuando llegó a mi altura la cogí por la cintura y apasionadamente la besé en el cuello:
–Te quiero, no duermo, no vivo –le dije. Tu madre me amenaza y tú hermano también con quitarme de en medio. Si tú quieres que me vaya me voy tú decides.  No me importa perder la vida, si así es el destino.
–¿Cómo se han atrevido en meterse en mi vida?
Deseaba besarla, apretarla, pertenecer a ella, su mirar me dejaba embelesado,  notaba que yo también le gustaba, no gritaba, no salía corriendo, se dejaba acariciar el pelo. Me conformaba con el olor penetrante de mujer que desprendía de su pelo negro recién lavado, de sus ojos violetas labrados como dos perlas, oleaje de ojos reventados de contener tanta viva luz, sus labios eran como planchas achicharrándome, su boca tan perfecta que no podía decir palabras banales, percibí su plenitud, su transparencia, era mejor de lo que había soñado, porque los amores a primera vista nunca fracasan, ondas de amor en la misma frecuencia son capaces de soportar todas la desavenencias. No tenía modelos para compararla, las flechas el amor me habían dado de pleno por primera vez en mi vida.
   Mis manos sudaban, latía la carne de corazón, su boca pedía besos, le di uno con codicia de puro deseo con lengua, sin preocuparme de otros sentimientos, ella me suplicó que no quería que la besara en la boca con la lengua,  un beso en la boca significaba mucho para ella. No sé cuánto tiempo estuvimos sentados sobre la arena hablando. Por primera vez en muchos años conecté la libido, se sentía potente, con ganas de sexo, habían pasado mis tiempos de penuria y rechazo. Junto a ella volvía a ser adolescente, tremendamente activo, vivo: un hombre completo.
Francisca y yo regresamos a la Isleta cogidos de las manos, sin ocultar nuestro amor, lo íbamos a hacer público. Al subir por las escaleras de la playa vimos la silueta oscura de Andrés con una escopeta en la mano.
–¿Qué haces Andrés? –le preguntó su hermana.
–Lo voy a matar, se lo hemos advertido la mamá y yo varias veces, el honor de los Morantes no se puede pisotear. Seguro que veneis de  joder como conejos…
 Ella se acercó a su hermano y le dio una bocetada fuerte. Como presintió que su reacción iba ser la de dispararme se puso delante de mí, para defenderme.
 Andrés voceó:
 –¡Apártate de ese aprovecho o sus mato a logdó (los dos)! Te lo advertí, inglés, te lo dijo también mi madre, que si te veíamos junto a mi hermana te teníamos que matar.
 –Espera que te hable, Andrés, yo la quiero por derecho y con buenos ojos. ¿Es que tú nunca has estado enamorado?
 –No, nunca, pero eso son tonterías. Voy a cumplir lo prometido por mi madre, que si os veía juntos te mataría.
 –¿Pero tú eres gilipollas o qué?, suelta la escopeta de padre que en paz descanse, ¡ahora mismo! –le gritó Francisca con intención de cogerle el cañón de la escopeta de dos cañones– Eres indigno de usar esta escopeta.
   Andrés no atendía a razones, se encaró la escopeta a la cara, apuntándome a mí de lleno, temí por Francisca más que por mí, además no podía conseguir que ella se despegara de mí, mientras gritaba y suplicaba a su hermano que dejara la escopeta. Andrés tenía los ojos salidos de sus órbitas.  No sabía cómo iba a reaccionar, pero intuí que lo mejor era alejarme de Francisca para ser yo su blanco más fácil, y no los dos, salí corriendo hacia los restos de la barca desvencijada, escuché el primer disparo al aire, no sabía si me había dado, caí dentro de los restos de la barca vieja y oí un el segundo disparo, este sí que me había alcanzado en alguna parte, tenía sangre en la mano izquierda.  Luego ya no sé muy bien lo que pasó, la cuestión es que Francisca salió corriendo pidiendo socorro para buscar ayuda en la Isleta.  Al poco tiempo, que a mí me pareció una eternidad llegaron Hilario y Argimiro a donde yo estaba sangrando, Andrés ya se había ido gritando: «¡Esto es solo una advertencia, me cago en to…!»
Hilario me llevó a su casa para curarme, pero él no tenía ningún botiquín para las primeras curas. Dijo que lo mejor sería ir al médico de Níjar o a Almería.
–¿Cómo voy a ir al médico si no puedo conducir? Además no quiero me  lleven a un médicos, porque en cuando vea los perdigones de los cartuchos van a dar parte a la Guardia Civil y van a detener a Andrés, y no quiero denunciarlo. Es un joven impulsivo, se ha fumado dos porros y  tomado unas copas de anís y se ha lanzado a advertirme de su obsesión criminal. Si hubiera querido matarme lo hubiera hecho sin más, es un buen cazador del pájaro perdiz, tiene buena puntería, le da a un perdiz a cincuenta metros si fallar. Se ha ido sin dar un tercer disparo. Además no quiero juicios, soy un extranjero ilegal. Llévame a casa de Pastora, la matrona.
El valor es simplemente controlar el miedo, a veces los que más valor demuestran son los que más miedo tienes.
–Ya te advertí Leonardo que Francisca no es una mujer para ti, es una mujer que está maldita. Los Morantes es familia  muy bruta en cuestiones de honor. A su madre le llaman la hechicera, la bruja.
–Hilario, que honor ni honor, si no hemos hecho nada, un beso quizás tú no lo entiendes, no puedo irme de la Isleta porque me hayan disparado, yo estoy acostumbrado a lidiar con lobos de la Bolsa de Londres, que son más peligrosos. Además Francisca y yo no queremos, y si la familia se opone nos vamos a Londres, su hijo puede recibir una buena educación inglesa. Además nadie me quiere explicar por qué Francisca es una mujer maldita.
–Es un secreto, que jamás seré yo quien te lo cuente. La familia de los Morantes me caerá encima como ogros vengativos. Soy un discapacitado y tengo una madre anciana y enferme a mi cargo, ya me entiendes, ¿no?.
 Me acerqué a ver a casa de La Galilea,  la partera,  porque ella sabía más que nadie de heridas y suturas. Además no tenía más que un rasguño de dos perdigonadas en la mano izquierda, le pedí que me los sacara con unas pinzas, sin anestesia. Argimiro, el Legía, preparó una  «Leche de pantera» bebida mítica en la Legión para aliviar la fatiga y los sufrimientos físicos.
 Una bebida dulce que no sabía lo que llevaba en su compuesto pero me puso como una pantera. Con sumo cuidado, efectividad y oficio, La Galilea hizo su parte con las pinzas y una navaja afilada y desinfectada en alcohol y unos puntos de sutura con hilo de tripas. Las heridas en caliente duelen menos que cuando se enfrían. Y Argimiro me sostuvo la mano con fuerza y la roció con un chorreón de whisky sobre la herida se desinfectara, aplicando un vendaje con un pañuelo limpio, esta operación fue más que suficiente.
  A la media hora llegó a casa de la Galilea, Francisca muy nerviosa y con lágrimas en los ojos. Yo estaba medio grogui. Me pidió que por favor no denunciara a su hermano a la Guardia Civil, ella misma, también  reconoció que si Andrés hubiera querido matarme lo hubiera conseguido al primer disparo.  Me aconsejó que, de momento, y hasta que ella hablara tranquilamente con su madre y con su hermano, me marchara de la Isleta por una temporada, era lo mejor. Porque si me quedaba ella no podía responder por mí, y si me pasaba algo ella se sentiría culpable.
Acepté lo que me pidió Francisca, porque además era lo que yo, previamente había pensado, le prometí que mi iría por un tiempo.  El hecho de que yo no denunciara a Andrés, no se tomó como una cobardía, y sirvió para que Nieves, comprendiera que mis intenciones con su hija eran sanas.
Aquella noche, con unos vasos de «Leche de pantera», mordí plácidamente sin tener pesadillas ni sueños raros.
     


"Mi amo Palmeral y yo", un delicioso libro contado por un perro lobo


Tambien se puedo comprar en formato impreso en Amazon y LULU




Yo me llamo Frico y soy el narrador de este libro

No lo compres joder, si lo puede lee gratis en Calaméo


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martes, 4 de diciembre de 2018

Leer gratis en Calaméo, "Reseña histórica de la villa de Frigiliana", de Ramón Palmerl


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Libro juvenil: "Mi amo Palmera y yo", Por Ramón Fernández Palmeral



 
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Prólogo del libro:



A modo de entrada por el portillo


 En realidad yo no sé exactamente para quién va dirigida esta bitácora de pensamientos míos, si para niños, jóvenes, adultos o animales que sepan leer, lo que sí sé es que es una bitácora sincera de lo que veo, pienso y siento como perro, evidentemente.

Por otra parte pienso que puede ser complejo y hermético entrar en la mente canina de un perro lobo como yo,  pero en la superación reside  la recompensa del esfuerzo.

 La bitácora de Mi amo Palmeral y yo, no se escribió, sino que se pensó, es una reflexión de mi conciencia perruna en un aspecto lírico de la vida, de las emociones, y de las cosas sencillas y los seres más humildes del mundo. Porque  se ha de ver el mundo tal cual es sin aumentar ni omitir nada.

A pesar de que soy un perro lobo sé leer, aunque no puedo escribir, pero sí puedo pensar, oler, oír, ver y observar lo que pasa a mi alrededor con sus realidades, fantasmas y polémicas.

 De vez en cuando ladro, porque es mi forma de hablar, aunque algunos humanos, poco perspicaces, no lo entiendan de este modo. Por eso algunos berzas humanos, gritan ¡que se calle el perro! Los perros no ladramos, sino que hablamos labrando y cuando estamos tristes aullamos. Pero como dice el refrán castellano: «Perro viejo no ladra en vano».

 En el pueblo de Frigiliana vivo junto a mi amo Palmeral, un sesentón jubilado, y su mujer que nunca se jubilará. ¡No sé por qué!, no  jubilan a las amas de casa.  Me gusta vivir en este retirado pueblo, de aguas de pueblo y con olor a pan de pueblo, y observando la sencilla vida  de los agricultores, labradores y albañiles. Vivimos en la plaza de la iglesia, en una casa antigua con cuadra,  corral y bodega. Tiene mi amo un burro de carga, cabras, borregos y aves de corral y una colmena en el barranco Tobías o Entobía como lo llaman popularmente la gente.

 Algunos días, cuanto el tiempo es de esos que amanecen rosa, cojo mi correa con la dentadura de afilados colmillos blancos como la carme de los chirimollos y se la pongo en la mano de mi amo para que me saque a dar una vuelta por el campo, pero en realidad quien saca a mi amo de la casa soy yo con mis ganas de salir a la luz de los días, porque de noche ya veo poco.

 La buena vida es cara, las hay más baratas, pero no es vida. Alimentarse bien es como recibir los rayos solares directos al estómago.  Yo tengo una vida gozosa en un pueblo privilegiado con unos amos que me respetan, nos respetamos y en eso consiste la convivencia: respeto mutuo y fidelidad.

 Me entiendo mejor con los animales que con los humanos, hasta con un mochuelo que es como mi mascota, un viejo cárabo que me informa de lo que pasa en la cuadra, y traductor de lo que dicen los insectos. Todos los animales me hablan y yo los entiendo, hasta algunos árboles viejos e inteligentes me cuentan sus problemas.

 Aquí, en esta antigua villa de calles mudéjares, en la sierra de Almijara, a pocos kilómetros de Nerja, aflora  la vida rural  apacible y horaciana, donde más de  mitad de sus habitantes son guiris (extranjeros europeos y algunos sudamericanos), por algo será, más los turistas que nos visitan cada día en autobuses que bajan, ven, compran, fotografían y se vuelven a subir en los dragones de seis zapatones de cauchos redondos que ruedan para regresar a sus hoteles cosmopolitas.


Yo Frico
Frigiliana, 2015





1.-YO, FRICO

 Soy un perro lobo de unos quince años según la nomenclatura humana, pero de unos setenta años para los cánidos. Estoy más allá que pa cá.
Obedezco al sonoro nombre de Frico, que he de confesar que no sé lo que significa. Me conviene ser un perro obediente y no llevar la contraria a mi amo, pero no del todo sumiso, pues de lo contrario me convertiría en una gallina. Lo entiendo todo y sé leer desde cachorro, cuando el señorito Emilio empezó a leer e ir a la escuela, porque somos de la misma quinta. Lo que sucede es que él tiene quince años y yo estoy en la vejez canina.
Los perros lobos somos, físicamente los más parecidos a los lobos salvajes, mis lejanos ascendientes, que siguen buscando comida en manada como en los tiempos antiguos. Pero a mí me dan de comer por mis servicios de compañía; es decir, que trabajo por la comida y por un techo, decentemente, sin matar a nadie.
A mis primos los lobos, lo que les incomoda son las cadenas al cuello, y del bozal ya no hablemos, porque  es como ponerse guantes en la boca. Pero como nunca jamás he mordido a un humano, y todos me conocen en mi pueblo de Frigiliana, a mí nunca me pusieron bozal.
Mis ojos no son muy grandes, de color cáscara de almendras dulces, flotan a ambos lados de mi cráneo alargado y peludo como dos huevos negros cuales gallinas negras de Ayan Cemani. Mi hocico es largo y acaba en una fresa de carne color ámbar oscuro. Mi olfato son mis ojos, de joven los tenía comparables al de los jabatos salvajes. Aunque mi oído agudo es como el de un lobo salvaje o un lince ibérico... (continúa en el libro)


Crónica de un libro de relatos de Eumenia Rodríguez Chamorro

Crónica de un libro de relatos de Eumenia Rodríguez Chamorro

Un delicioso libro de relatos "Intrucciones para soñar en horas de vigilia" de la escritora Eumenia Rodríguez Chamorro, compuesto por 40 relatos que no dejará indiferente a los lectores, publicado en la editorial ECU de Alicante 2018


Portada de libro de relatos
Portada de libro de relatos
En la tarde del 28 de noviembre del actual se presentó en el aula Emilio Varela de la Sede de la Universidad de Alicante, la ópera prima de la escritora y poeta Eumenia Rodríguez Chamorro, afincada en Alicante, donde pertenece a varios grupos poéticos y literarios como NUMEN y Espejo de Alicante, donde cada semana demuestra y nos deleita con sus muchos saberes literarios y de la vida misma.
El acto de la presentación en la que asistió numeroso público  amigos de  las letras y la cultura, lo inició José Antonio López Vizcaíno director de la editorial ECU, donde se ha publicado este libro de relatos titulado "Instrucciones para soñar en horas de vigilia", compuesto por cuarenta relatos y cuentos. Seguidamente tomo la palabra Diego Zambrano presidente del Grupo Poético NUMEN, que elogió a Eumenia como socia de dicho grupo y al libro por el valor narrativos de los relatos. Después el poeta Fernando Gessa que es el autor del prólogo, que lo leyó con la maestría que le caracteriza por ser además de rapsoda director de un grupo de teatro y activo con el Teatro Epidauro. En el prólogo escribe: «Para ella (Eumenia), la felicidad se compone de momentos, de pequeños detalles que un día se tienen al alcance de la mano y que se dejen marchar sin darles la importancia que se merecen. Estar con las personas queridas, contemplar un paisaje escuchar música, calentarse cuando el frío llega, tomar un tazón de leche con pan para desayunar…, cosas tan sencillas que seguramente sorprenderán a una nueva generación tan distinta, cuyo valor principal está basado en la mayoría de los casos en el poder adquirir  un móvil de altas prestaciones…».
Y como colofón habló la autora Eumenia Rodríguez que agradeció las palabras de los oradores en la mesa, y a cuantos amigos y compañeros le habían ayudado  a componer este libro de relatos en una labor cuidada de años. También agradeció la presencia del Grupo Poético Amarilis, que pertenece a Espejo de Alicante, y al Grupo Cultural de Amas de Casa, así como a todos los asistentes. Dijo que para ella era un día muy especial por ser su primer libro de «Relatos, historias y cuentos», pues estaba emocionada por dar a la imprenta sus creaciones de años de trabajo y experiencias personales. Después para finaliza comentó que piensa haber aportado un granito de arena a la literatura, y que había pasado un rato agradable y recomendó su libro como una lectura amena.
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 El libro de relatos "Instrucciones para soñar en hora de vigilia", es un delicioso libro de 205 páginas con portada a José Luis Ferris (amigo personal de Eumenia), donde escribe historias  comunes pero muy bien contadas desde su punto de vista, que en realidad es lo que buscamos los lectores: ver el mundo particular de cómo lo ve la autora. En este libro la autora prácticamente pasa desapercibida para dar voz a los personajes como en el relato 2: «Un personaje oculto», un músico importante  y mundialmente famoso cuyo nombre no puedo revelar por cuestiones obvias, de respeto a la autora y a la intriga de lo contado. El relato 5: «Un año en la vida de Aurora», siempre sorprendente. El relato 13: «Historias rurales», donde las personas humildes son las protagonistas. Y en contraposición un viaje a Nueva York y otros lugares de los EE.UU., en el relato 37. También hay un recuerdo para la actriz estadounidense protagonista de Cleopatra como  Elizabeth Taylor, una diosa convertida en una bella mujer real, del relato 34. Y otros son de humor, del más puro humor de una mujer que ve el mundo desde el lado de la ironía y la verdad de las cosas.
A veces son relatos –en el más amplio sentido de este género–, cuentos y otras reflexiones sobre religión y mitología o sobre la felicidad. En literatura siempre manda le experiencia de haber vivido, y Eumenia lo demuestra en cada historia, relato o cuento. Su valía como cuentista la demostró hace años cuando un día en el Feria del libro de Alicante de 2011 presentó un relato al concurso de Relatos Urbanos de la editorial ECU, que iba a publicaba un libro de relatos breves colectivo, entre los presentados, un relato de Eumenia fue seleccionado. Tal hecho la animó a seguir escribiendo, a pesar de esta selección, ella de por sí es intuitiva y posee un gran dominio en la comunicación escrita.
Yo tengo el placer de conocerla personalmente desde hace muchos años, y he oído muchos de sus poemas de la experiencia, cuentos y relatos suyos; y, siempre supe, intuí, adiviné, que tenía y tiene madera de escritora. Por ello desde esta crónica le deseo suerte en este libro que presenta ahora y en futuras obras, que sin duda guarda en los cajones. @mundiario

Enlace: https://www.mundiario.com/articulo/cultura/cronica-libro-relatos-eumenia-rodriguez-chamorro/20181203180214139632.html?fbclid=IwAR2AoFc7tQ1JfU3lj1YQLhhYs9nkJU23jp5TnXQGIORTR7b0n-pxO3YD0zY