
Conocemos un rincón muy especial, de la mano del reconocido fotógrafo de naturaleza Sebastián García Acosta.
Todavía quedan en la Almijara
lugares remotos y solitarios que fueron, no obstante, en otro tiempo,
muy frecuentados por los habitantes de los alrededores. No diremos que
han caído en el olvido, no -sus nombres aún se escuchan, recordados con
cariño en boca de los lugareños-; pero sí que se han convertido, con el
paso de los años, en parajes difícilmente accesibles si no se conoce
bien la zona, porque los senderos que llevaban hasta allí casi han
desaparecido debido a la falta de uso. Uno de esos parajes es el
Cerrillo del Chaparral. Se trata de un privilegiado -y aislado- mirador
natural desde donde se puede disfrutar de una perspectiva diferente de
las sierras de Tejeda, Almijara y Alhama, que asimismo es uno de los
apostaderos favoritos de nuestro amigo Sebastián, desde donde ha
conseguido algunas de sus afamadas fotografías.
Caminando por los Tajos de la Chorrerilla
La Sierra de Enmedio es una de
las zonas más agrestes y, quizá hoy, más desconocidas de la Almijara: un
conjunto de intrincados barrancos, cumbres enriscadas y profundos
precipicios, situado a caballo entre las cuencas de los ríos Chíllar e
Higuerón. Antiguamente, varias veredas ancestrales -trazadas sabiamente
desde hace siglos- facilitaban el acceso hasta sus laderas a un
sinnúmero de pastores, recolectores de esparto y palmito, carboneros y
leñadores. Pero en la actualidad esas mismas laderas se encuentran
invadidas por una abigarrada espesura de pinares, aulagas, romeros,
jarales y lentiscos que, aprovechando insidiosamente la ausencia de
ganado que los devore y de hombres que los controlen, se han ido
adueñando poco a poco del terreno, extendiéndose por todas partes como
una alfombra verde, espesa e infranqueable.
Aquellos viejos senderos servían
además para alcanzar la cota más elevada de la Sierra de Enmedio: el
Cerrillo del Chaparral, que con sus 1160 m de altitud constituye una
atalaya perfecta desde donde la vista se pierde sin límites, por encima
de cimas y valles, hasta el mar. Hoy se puede alcanzar esa cumbre -con
dificultad, desde luego- si se tiene conocimiento del lugar y
experiencia localizando las sendas perdidas, que por momentos asoman a
duras penas entre la cerrada vegetación, a lo largo de una empinada
arista que comienza en el llamado Barranco de Garzón.
La
Cueva de Garzón, en el barranco del mismo nombre, fue utilizada para
guardar el ganado por el último cabrero de Frigiliana, Federico "el
molinero" Sebastián García Acosta, vecino de Frigiliana,
es un hombre llano y cordial, gran entendido en todo lo concerniente a
esa sierra, que ha recorrido de arriba abajo en incontables ocasiones
desde que era un niño. Pero además de eso, Sebastián es un acreditado
fotógrafo de naturaleza y un magnífico embajador de su pueblo natal y de
sus montañas, de las que se confiesa enamorado y a las que respeta
profundamente.
Sebastián García Acosta
Sebastián nació en Frigiliana, en
uno de los rincones más típicos del Barrio Alto, la calle Amargura, en
mayo de 1959 -"el mismo mes en el que nacen los chotillos de las cabras
monteses en la sierra", apunta él con una sonrisa-. Se crió correteando
entre las laberínticas callecitas de su pueblo, y allí continúa viviendo
hoy en día con su familia, pues no ha querido mudarse a ninguna otra
parte. Sebastián adora su pueblo, pero lo que más le gusta es su entorno
natural, que empezó conocer y reconocer junto a su padre, Miguel, un
veterano de la sierra y sus caminos -era agricultor y arriero ocasional:
llevaba sus productos hasta Fornes y Jayena a lomos de un mulo-. De la
mano de sus padres, muy pequeño, dio Sebastián -literalmente- sus
primeros pasos en la Almijara durante las fiestas de San Juan, fecha en
la que salían todos a almorzar por los alrededores del río Higuerón.
Después, ya más mayorcito, comenzó a caminar por toda la sierra en
compañía de su padre, que lo enseñó a encontrar los caracoles más
grandes y sabrosos -entonces había muchos- y los palmitos mejores. Pero
Miguel también le mostró cómo orientarse por los sitios difíciles y
salir airoso de cualquier situación comprometida que se le pudiese
presentar en plena montaña.
Con su primera cámara para fotografiar monteses, una Pentax de la época
Como muchos otros chavales del
pueblo, Sebastián aprendió a cazar muy pronto; salía al campo con una
escopeta de plomos y se entretenía cobrando pajarillos y otras piezas
pequeñas. Pero, paralelamente, practicaba una actividad que le gustaba
mucho más que cazar y que, andando el tiempo, marcaría definitivamente
su futuro. Y es que, cuando tenía doce años, Sebastián se había comprado
una cámara de fotos. Se trataba de una Kodak de bolsillo, tan cómoda y
manejable que la llevaba con él a todas partes; le gustaba retratar las
calles del pueblo, sus amigos, cada pieza que cazaba, sus perros de caza
y, al cabo, todo lo cotidiano que le llamase la atención. -"Por aquel
entonces eran pocas las cámaras de fotos que se veían, y más en
Frigiliana", señala Sebastián-. Quién le iba a decir que aquella afición
suya se iba a convertir en algo mucho más grande… tanto se le metió
dentro el pícaro gusanillo de la fotografía, que un buen día decidió que
desde ese momento "cazaría" a los animales apretando el disparador de
su cámara fotográfica en lugar del gatillo de una escopeta.
Sebastián y su mujer, Ana María, con un chotillo montés en los brazos. Año 1987
Desde siempre, Sebastián siente
auténtica fascinación por la emblemática figura de la cabra montés
-reina indiscutible de Tejeda, Almijara y Alhama-, animal que aprendió a
observar y respetar gracias a su abuelo Manuel. Éste le solía hablar a
menudo de ellas: cómo saltaban increíblemente ágiles por las laderas,
persiguiéndose unas a otras en época de celo; cómo se alimentaban, a
salvo allá arriba, en grupos familiares de madres con sus crías,
careando de igual modo que hacen las cabrillas domésticas; cómo se le
quedaban mirando de hito en hito, todo ojos, cuando se topaba con ellas
por la sierra.
En el año 1979 Sebastián consiguió hacer su
primera fotografía a un ejemplar de cabra montés, precisamente en el
paraje conocido como el Barranco de los Cazadores. Fue aquella una
imagen de las que se obtenían entonces: con poca calidad, en blanco y
negro y tomada desde muy lejos; pero ahí quedó, y fue el precedente de
otras muchas, muchísimas, que, con los años, le han granjeado grandes
satisfacciones y un merecido reconocimiento público. Nuestro amigo
consagra todo el tiempo libre del que dispone a recorrer las montañas
para localizar principalmente cabras monteses y observarlas,
identificarlas, admirarlas y, por supuesto, fotografiarlas. Han pasado
más de tres décadas y Sebastián continúa en ese empeño de dar a conocer a
todos la belleza y singularidad de la Capra Pyrenaica, esa especie tan
característica de nuestros espacios naturales.
Sebastián utiliza una cañavera que corta y prepara él mismo, para ayudarse a caminar por el difícil terreno almijareño

Lógicamente, Sebastián tiene
muchas anécdotas que contar sobre las innumerables horas pasadas en
completa soledad, acechando sin descanso luces y sombras para capturar
la mejor imagen de un paisaje, una planta o un animal. Ha recorrido con
toda su equipación a cuestas -cámara de fotos, trípode, prismáticos,
reclamo para llamar monteses y una cañavera a modo de bastón-, en
solitario y también en compañía de amigos como el prestigioso fotógrafo
Roberto Travesí, varios macizos montañosos: Tejeda, Almijara y Alhama,
por supuesto, pero también Sierra Nevada, la Sierra de Gredos y la
serranía de Ronda, entre otros.
Mientras vamos ascendiendo por la
empinada arista, apartando de nuestro camino la maraña de matorral y
maleza que cierra el paso camino del Cerillo del Chaparral, Sebastián
nos relata algunas de sus experiencias. Por ejemplo, su manera de
obtener bellas tomas fotográficas de esos animales: cómo los localiza
primero, apostado durante muchas horas en el lugar idóneo, en silencio,
prismáticos en mano, hasta que da con su objetivo. Cómo luego se acerca a
ellos -les "hace la entradilla"- muy poquito a poco, lenta y
sigilosamente, teniendo en cuenta la dirección del viento y sin hacer el
menor ruido, para no alertar a las monteses. Y cómo, aun así, cuando ha
conseguido acercarse lo suficiente como para hacer una buena
fotografía, con frecuencia las cabras se percatan de su presencia y
desaparecen repentinamente, esfumándose como fantasmas en un abrir y
cerrar de ojos. Sebastián explica que el mejor momento para
fotografiarlas es muy temprano, cuando carean tranquilas por el monte
buscando la tibieza del sol de la mañana, y que caminar tras ellas con
todo el equipo a cuestas es complicado, sobre todo si el tiempo no
acompaña: si llueve, o nieva, o hace mucho frío y se encuentra con
superficies heladas. Porque un accidente puede ocurrir en cualquier
momento…
Oteando con los prismáticos desde Los Hoyos, en busca de un buen ejemplar de macho montés

Sebastián
cuenta asimismo que las épocas que más le gustan son la primavera,
cuando nacen los chotillos, y los meses de noviembre y diciembre, cuando
llega el celo de las monteses. Para esas ocasiones cuenta con un
reclamo especial -"pitico", lo llama- fabricado por él mismo con un
trozo de chapa de resinar, siguiendo las instrucciones que le dieron
antiguos cazadores de la zona. Este reclamo casero es muy efectivo, pues
genera un sonido "muy fino" que imita bastante bien el que emiten los
machos monteses cuando están en celo, y le facilita el acercamiento a
ellos, tanto a machos como a hembras.
Sebastián conoce a la perfección
toda la Almijara y, quizá por eso, tiene sus lugares predilectos; uno de
ellos es el pico del Almendrón. Esa mole rocosa, tan característica y
visible desde todas partes por sus impresionantes tajos y repisas, le ha
servido muchas veces de refugio y apostadero desde donde acechar a las
monteses; incontables han sido las ocasiones en que se ha ocultado en
sus escabrosos recovecos detrás de un buen ejemplar de macho montés,
poniendo su propia vida en peligro real con tal de conseguir una buena
imagen. "Porque" -nos dice- "los machos viejos son muy cucos y se las
saben todas; se echan entre el matorral y se quedan tan inmóviles, tan
quietos del todo, que aunque pases por su lado no los ves…"
El Tajo del Almendrón. En sus verticales paredes ha pasado Sebastián muchas horas acechando monteses Cerca
ya del mediodía, tras un recorrido largo y difícil, llegamos a otro de
los rincones mágicos para Sebastián, y punto más alto de la Sierra de
Enmedio: el Cerrillo del Chaparral. Una vez arriba, comprendemos por qué
le gusta tanto. Las vistas desde esa atalaya natural son impactantes:
desde allí los Tajos del Sol, el Nido del Buitre, el Almendrón, la cara
sur de La Cadena, el Cisne, el Cielo y las cuencas altas de los ríos
Chíllar e Higuerón conforman una panorámica que quita el aliento;
afortunadamente, se han disipado las inoportunas nubes que ocultaban en
parte las cumbres de nuestra vista, esa misma mañana.
Panorámica desde el Cerrillo del Chaparral
Mientras nos sentamos a descansar
y comer algo, nuestro guía continúa narrando interesantes lances sobre
su actividad como fotógrafo de naturaleza: que la fotografía más difícil
de hacer -para conseguirla estuvo acechando durante varios días- fue la
de un gato montés, tomada con flash justo en el momento en que asomaba
su tímida cabecita por el tronco hueco de una encina, donde tenía su
refugio; que su foto preferida es la que él mismo tituló "Todo en calma"
y representa a un macho montés a la orilla del mar, junto a una
gaviota. Ese macho, que por cierto tenía un solo cuerno, era un animal
especial para Sebastián: le estuvo haciendo seguimiento durante ocho
años, hasta que un mal día se lo encontró muerto -seguramente a manos de
algún furtivo-, al final de un oscuro reguero de sangre.
El macho montés de un solo cuerno
A lo largo de tantos años de
profesión, podría pensarse que Sebastián ha conseguido todas las
imágenes deseables, pero en su caso no es así. Dice que aún le queda por
obtener la fotografía de una cabra montés en pleno alumbramiento. Por
dos veces ha estado a punto de captar ese momento mágico, pero en ambas
ocasiones se le hizo demasiado tarde -por unos pocos minutos- mientras
le hacía la entradilla, y llegó cuando el recién nacido ya estaba en pie
y su madre lo amamantaba. Pero Sebastián no pierde la esperanza de
fotografiar ese breve instante, aunque sabe que será difícil; que le
costará más idas y venidas, y más horas entregado a la soledad y el
silencio que implica la paciente espera.
Y reflexiona con nosotros sobre
lo mucho que ha cambiado el mundo de la fotografía y el revelado desde
sus propios comienzos hasta ahora: hasta el año 2012 él mismo trabajaba
con fotografía analógica y formato diapositiva; ahora utiliza la técnica
digital. También opina que, en términos generales, el del fotógrafo de
naturaleza es un trabajo mal remunerado, habida cuenta del considerable
esfuerzo que requiere, las más de las veces, captar una imagen buena,
buena de verdad.
El recién nacido se alimenta por primera vez, ya puesto en pie. ¡La próxima vez será…! Sebastián García Acosta ha sido galardonado con el
Diploma a la Conservación 2011 por el Patronato de Estudios Alhameños,
además de haber realizado varias proyecciones y exposiciones con su
obra en diferentes localidades, y numerosas colaboraciones en libros y
revistas de caza, montaña y turismo rural, incluida la prestigiosa
publicación The National Geografic.

Finalmente
decidió plasmar su experiencia, admiración y agradecimiento hacia "su
sierra" en un libro que mostrase a todos la belleza de sus paisajes y la
riqueza y variedad de su flora y fauna. Ha sido un trabajo de muchos
años, en los que no ha estado solo: su mujer, Ana María, le ha
acompañado en multitud de ocasiones para ayudarlo en la localización e
identificación de ciertas plantas, especialmente de las orquídeas
salvajes. Ese esfuerzo definitivo, de toda una vida, se vio por fin
recompensado con la publicación en el año 2011 de su obra "Tejeda,
Almijara y Alhama, Parque Natural", un lujoso volumen de gran formato
que constituye una extraordinaria antología de textos originales
-escritos en inglés y español- e imágenes de impresionante belleza.
Sebastián firmando ejemplares, durante el acto público de la presentación de su libro en Frigiliana

Pero su aventura no termina ahí;
actualmente Sebastián acaricia la idea de lanzar, más adelante, un
libro monográfico sobre la cabra montés. Y, por descontado, continúa
saliendo a la montaña cada vez que tiene ocasión, siempre en busca de la
imagen perfecta. -"…No pararé mientras me queden fuerzas para seguir
andando y sujetando la cámara"- nos comenta, justo antes de ponernos en
pie para tomar el camino de vuelta.
Terminamos nuestra charla cuando
empieza a declinar el sol; después de admirar por última vez el
impresionante panorama que se divisa desde ese punto de la Sierra de
Enmedio, volvemos a Frigiliana. El camino de bajada es el mismo que
trajimos en la subida, pero se nos hace corto gracias a la amena charla
de nuestro amigo Sebastián, que se mueve por el terreno como pez en el
agua, o más bien diría, como cabra por el monte. Su complexión delgada y
su rápida forma de caminar evidencian que lleva toda la vida
recorriendo estas montañas: sus montañas, que son a la vez su paraíso
particular.
Sebastián García Acosta ha sido
para nosotros un guía inmejorable, no sólo por su profundo conocimiento
de la sierra, sino también por el afecto con el que habla de ella. Una
experiencia gratificante y enriquecedora, el poder recorrer esos lugares
de la mano de un frigilianense enamorado de su tierra, cuyo quehacer
encuentra su recompensa en sí mismo; un hombre cuya modestia y sencillez
lo hacen grande, tan grande como su obra. O quizá, más.
