Don Juan de Austria
tardó varios meses en tomar posesión de su cargo de gobernador de
Flandes, un territorio integrado en el Imperio español. En contra de las
órdenes de su hermano Felipe II para viajar a Bruselas de inmediato,
el héroe de Lepanto se dirigió a la Corte a negociar las condiciones
en persona. No es que rechazara el nombramiento del Rey, ni podía
hacerlo, pero sabía bien que la situación allí era inmensamente
complicada y que para acabar con la rebelión en la zona eran necesarios
unos recursos que se les había negado a sus predecesores en el cargo.
Finalmente,
el hijo bastardo de Carlos I de España marchó al epicentro de la rebelión
cargado de promesas del Monarca,
solo para presenciar cómo éstas eran incumplidas una por una. Tras caer
en una profunda depresión y verse aislado luego del misterioso
asesinato de
su secretario Escobedo en Madrid, Don Juan
de Austria sufrió en 1578 un indigno final para un héroe de su
prestigio: una hemorroide mal operada dio el golpe final a
un cuerpo castigado desde hace meses por el tifus.
La situación en Flandes, durante
la conocida guerra de los Ochenta años, alcanzó uno de sus momentos más críticos poco antes de la llegada de Don Juan de Austria. En 1573,
Luis de Requesens, también destacado en
la batalla de Lepanto, había sido nombrado como nuevo gobernador de Flandes en sustitución del severo
Gran Duque de Alba.
Si bien el catalán no gozaba del talento militar de su predecesor, la
debilidad de la Hacienda Real obligaba a abrazar una solución pacífica.
Antes de partir para Bruselas, el nuevo gobernador publicó una amnistía
general,
abolió el Tribunal de Tumultos –símbolo de la represión española–
y derogó el impuesto de las alcabalas.
No obstante, el cambio de estrategia de la Monarquía hispánica fue
interpretado entre las filas rebeldes como un síntoma de flaqueza, y, a
finales del otoño de 1573,
Requesens tuvo que recurrir nuevamente a las armas para imponer su autoridad.
Cuando
las operaciones militares empezaban a dar sus frutos, Luis de Requesens
falleció de forma inesperada en Bruselas el 5 de marzo de 1576, a causa
posiblemente de la peste, dejando por primera vez inacabada una tarea
encomendada por su Rey y amigo
Felipe II. La rapidez con la que se propagó la enfermedad imposibilitó que
el Comendador de Castilla pudiera dejar orden de su sucesión y fue
el conde de Mansfeld
quien se hizo cargo temporalmente del caos. Los dos años que tardó el
siguiente enviado del Rey, Don Juan de Austria, en alcanzar Bruselas
fueron fatales: un motín general de las tropas españolas asoló el sur y
la desobediencia completa se extendió por el norte de los Países Bajos.
Flandes, una tumba de héroes españoles
Felipe
II consideró que su hermano era el hombre idóneo para encauzar la
situación en Flandes y se lo transmitió en una carta fechada en mayo de
1576: «Confío en vos, hermano mío, que desde que
os informéis del estado de los negocios en los Países Bajos dedicaréis vuestra fuerza y vuestra vida a un negocio tan importante
para el honor de Dios y el bienestar de su religión. Y como están en peligro, no hay sacrificio que deba evitarse para salvarlos» .
Nacido
el 24 de febrero de 1545 (aunque otras fuentes consideran que pudo ser
en 1547), Juan de Austria gozaba a sus 30 años de un gran prestigio a
nivel europeo gracias a
su actuación en la batalla de Lepanto, donde ejerció el mando de la escuadra cristiana. Era un hombre muy apreciado por la Europa católica y
menos expuesta a la leyenda negra que las propagandas holandesa, francesa e inglesa arrojaban contra España.
Si el Rey veía en la elección del militar español la mejor opción
posible, no debía creerlo igual Don Juan de Austria, que retrasó al
máximo el viaje e incluso acudió a la Corte para reunirse en privado con
su hermanastro. Pese a que había desobedecido sus instrucciones,
el Rey abrazó a Don Juan de Austria de forma efusiva a su llegada y cedió en todas las cuestiones que planteó su hermano, siempre recordándole que
la Real Hacienda se encontraba muy debilitada tras la suspensión de pagos ordenada el año anterior.
Casi
dos años después del fallecimiento de Requesens, el nuevo gobernador
llegó el 3 de noviembre a Luxemburgo –en ese momento la zona más leal al
Rey–
disfrazado de criado morisco de un noble italiano. Solo un día después se produjo
el Saqueo de Amberes
por parte de las descontroladas tropas españolas. Este hecho puso a
todas las provincias en contra de la corona, lo cual se materializó en
la firma de la
Pacificación de Gante. Con órdenes de
poner en marcha una estrategia sin usar la fuerza, Don Juan de Austria
se encontró atrapado en el peor de los escenarios posibles: todos unidos
contra los hispánicos.
A modo de concesión para recuperar la fidelidad de los nobles moderados, el nuevo gobernador
retiró a los tercios españoles del país en abril de 1577. Pagó los atrasos a los soldados con el dinero que
el Papa Gregorio XIII le había entregado tras la batalla de Lepanto y pidiendo varios préstamos personales. Además, firmó
el Edicto Perpetuo, un documento que eliminaba la Inquisición y reconocía las libertades flamencas
a cambio del reconocimiento de la soberanía de la Corona española
y la restauración de la fe católica en el país. Sin embargo, la
situación se deterioró todavía más. A pesar de que se tomaron medidas
que aseguraban la tolerancia religiosa, se incrementó la autonomía
política y se reconoció a
Guillermo de Orange –el cabecilla de la rebelión– como estatúder de Holanda y Zelanda, al tiempo que
los Estados Generales reconocían a Don Juan como gobernador, las provincias norteñas prosiguieron en su actitud rebelde.
«Me consideran persona colérica y yo los tengo por bravísimos bribones»
El hijo de Carlos I descubrió que Guillermo de Orange,
lejos de respetar lo firmado, tramaba apresarle o incluso asesinarle para descabezar una vez más
la autoridad española en los Países Bajos. Con solo una veintena de soldados bajo su cargo, Don Juan de Austria abandonó Bruselas apresuradamente y tomó por sorpresa
la fortaleza de Namur,
desde donde pidió inútilmente ayuda a Felipe II. «Los españoles están
marchándose y se llevan mi alma consigo, pues preferiría estar encantado
de que esto no suceda. Ellos (la nobleza local) me tienen y me
consideran una persona colérica y yo los aborrezco y los tengo por
bravísimos bribones», escribió Don Juan de Austria a su amigo
Rodrigo de Mendoza
sobre la situación desesperada que estaba viviendo. Pero no fue hasta
el verano de 1577, cuando una tregua secreta en la guerra del Imperio
español contra los turcos liberó los recursos militares necesarios para
reanudar la guerra en Europa, que
el Rey autorizó el regreso de los tercios españoles. A principios de 1578, alcanzaron Flandes cerca de 20.000 soldados, encabezados por
Alejandro Farnesio
–sobrino y amigo de la adolescencia de Don Juan–, con la intención de
recuperar el terreno que Guillermo de Orange había arrebatado con sus
artimañas políticas. El 31 de enero de 1578, los tercios viejos
derrotaron a los Estados Generales en
la batalla de Gembloux, consiguiendo así que gran parte de
los Países Bajos del Sur volvieran a la obediencia al Rey, entre ellos
la provincia de Brabante.
No en vano, dos ejércitos iban a invadir Flandes en los siguientes
meses: uno francés desde el Sur –al mando del duque de Anjou– y otro
desde el Este –al mando de Juan Casimiro y
financiado por la reina Isabel de Inglaterra–. El vencedor en Lepanto iba a necesitar más recursos para frenar sendos ataques. Así, instó a su secretario,
Juan de Escobedo, que estaba en España, para que lograra que más dinero.
¿Quiso ser Rey de Inglaterra?
Mientras negociaba el envío de más tropas y dinero a los Países Bajos, se produjo
el asesinato de Escobedo el 31 de marzo de 1578. Un crimen planeado por
Antonio Pérez,
con la aprobación del Rey, que tenía como trasfondo la desconfianza que
había en la Corte hacia Don Juan de Austria. El oscuro secretario del
Rey Antonio Pérez había convencido a Felipe II de que
su hermano tramaba a espaldas suyas atacar Inglaterra
y casarse con
María Estuardo [reina católica de los escoceses1942-1987]. [Despues de dieciocho años en prisión fue mandada decapitar por si prima Isabel I de Inglaterra [1533-1603], hija de Enrique VIII y Ana Bolena].
Curiosamente, el fallecido Juan de
Escobedo había sido destinado por Pérez a la misión de espiar a Don Juan
de Austria, pero
terminó por confiarle su lealtad.
Por
supuesto, nunca se ha encontrado indicio alguno de que Don Juan de
Austria tuviera la intención de traicionar a su hermano. Si bien es
cierto que el hermanastro del Rey guardaba
la ambición de encabezar un ataque contra Inglaterra, lo hacía por indicación del propio Felipe II y del Papa Gregorio XIII,
que planeaban casarle con María Estuardo o incluso con la Reina Isabel I
una vez invadidas las islas. Precisamente por ello, al conocer las
circunstancias de la muerte de su secretario, Don Juan cayó en un estado
de depresión al tiempo que contraía el tifus o fiebre tifoidea.
Su
estado de salud se agravó a finales de septiembre, estando en su
campamento en torno a la sitiada Namur. Según el testimonio de
Dionisio Daza Chacón
–su médico personal en la batalla de Lepanto– una fallida operación de
hemorroides y el debilitamiento causado por el tifus acabaron con la
vida del español: «El remedio de tratar las almorranas con sanguijuelas
es más seguro que el rajarlas ni abrirlas con lanceta,
porque de rajarlas algunas veces se vienen a hacer llagas muy corrosivas,
y de abrirlas con lanceta lo más común es quedar con fístula y alguna
vez es causa de repentina muerte; como acaeció al serenísimo Don Juan de
Austria, el cual, después de tantas victorias (…) vino a morir
miserablemente a manos de médicos y cirujanos, porque consultaron y muy
mal darle una lancetada en una almorrana». Las fuentes del periodo
relatan que la negligencia médica de esos cirujanos militares provocó
una fuerte hemorragia en el cuerpo del general y
le desangró en cuestión de cuatro horas.
Guillermo de Orange afirmó que había sido envenenado por Felipe II
Haciendo
caso a las fuentes médicas del periodo no caben más especulaciones
sobre la causa última de su fallecimiento –más sabiendo que
Don Juan sufrió mucho de esta dolencia al igual que Carlos I–,
pero si las hay sobre el supuesto tifus que padeció en los últimos
meses de su vida. En la «Apología» de Guillermo de Orange y otros textos
propagandísticos de los rebeldes se asegura, sin pruebas, que
fue envenenado por orden de su hermano o del mismo Alejandro Farnesio,
quien anhelaba ocupar su cargo. Casi con toda seguridad se trata de una
falacia sin fundamento. Pero también se ha especulado con que fue
Guillermo de Orange quien suministró algún tipo de veneno al general
español. De hecho, pocos meses antes de su muerte, Bernardino de
Menzona,
embajador de Londres, había enviado un dibujo-retrato de
un asesino a sueldo contratado por Isabel Tudor y Guillermo de Orange para eliminar
a Don Juan de Austria. El gobernador de Flandes apresó al individuo al
descubrirlo dentro de una delegación diplomática durante una audiencia.Viendo
cerca su muerte, el victorioso en Lepanto nombró sucesor en el gobierno
de los Países Bajos a su sobrino Alejandro Farnesio y escribió a su
hermano pidiéndole que respetase este nombramiento
y que le permitiera ser enterrado junto a su padre.
No en vano, en el momento de su muerte, el 1 de octubre, Don Juan de
Austria se encontraba aislado políticamente y profundamente herido en su
espíritu por
la falta de confianza que le había transmitido Felipe II.
Solo al fallecimiento de su hermano, el Rey se percató de la perniciosa
manipulación que estaba ejerciendo Antonio Pérez sobre él y, en
consecuencia, de la injusticia que había cometido.
El cadáver de Don Juan de Austria fue trasladado a España,
después de ser seccionado en tres partes
para evitar que pudiera caer en manos enemigas y posteriormente unido
de nuevo. Según las fuentes, el estado de sus restos tras el viaje era
bastante calamitoso,
faltándole la punta de la nariz y otras partes. Y como queriendo redimirse del injusto trato que le dio en sus últimos años de vida, Felipe II situó su escultura en el
monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Un obsequio para un hombre que no dejó nada en su testamento, «porque
nada poseía en el mundo que no fuese de su hermano y señor el Rey».
Tomado del ABC España