Gabriel Miró
(Alicante, 1879 - Madrid, 1930) Escritor español que, al igual que otros miembros de la llamada «generación de 1914» (Wenceslao Fernández Flórez, Benjamín Jarnés, Ramón Pérez de Ayala),
 dejó atrás los cánones del realismo decimonónico y renovó la narrativa 
peninsular, en su caso por la vía de un exquisito lirismo. Sus obras, 
calificadas de novelas líricas y poemas en prosa, se centran en 
sensuales descripciones paisajísticas.

Gabriel Miró
Hizo sus estudios en el colegio de Santo Domingo de 
Orihuela y en el instituto de Alicante. Se licenció en derecho en la 
Universidad de Granada (después de algunos cursos en la Universidad de 
Valencia) y tuvo modestos empleos en el Ayuntamiento y Diputación de 
Alicante. En 1901 se casó con Clemencia Maignon, hija del cónsul de 
Francia en dicha ciudad. En 1914 reside en Barcelona, en cuya Diputación
 consigue un empleo, y donde la editorial Vecchi y Ramos le encarga la 
preparación de una enciclopedia religiosa. 
En 1920 es funcionario del Ministerio del 
Trabajo en Madrid. Vive primeramente en el barrio de Argüelles y 
encuentra un joven admirador en su vecino Dámaso Alonso,
 que se relaciona con él y lo evoca después exhalando vida y tratando de
 "domeñar la rebeldía de la melena gloriosa". Como escritor fue cronista
 de la ciudad de Alicante (1911). Desde 1921 ejerció como secretario de 
los concursos nacionales del Ministerio de Instrucción Pública, en el 
que también tuvo un empleo. En 1925 ganó el premio Mariano de Cavia. 
Colaboró en diarios y revistas como ABC de Madrid y La Nación de Buenos Aires. 
Cuantos críticos han estudiado su obra insisten en que, 
ante todo, Gabriel Miró es un poeta y que su lenguaje es el propio de la
 poesía. Como novelista, su novela se aproxima más al ensayo. Pero la 
gloria de Miró es su expresión, porque él consideraba la palabra "como 
la más preciosa realidad humana". Aunque los motivos, tipos y pueblos 
que nos presenta pertenecen a los predilectos de autores de la 
generación del 98 como Azorín, su forma externa es más propia de la de los poetas modernistas. 
Cada vocablo, cada frase de Miró está 
hipercargada de emoción y, sobre todo de sensaciones. No sólo hay en su 
lenguaje la expresión de cada uno de sus sentidos, sino que se acumulan 
en él las sensaciones de dos o de tres de ellos en una complejidad y 
riqueza nada frecuentes. En sus obras no hay dinamismo; son cuadros de 
una extraordinaria potencia evocadora. Su geografía, retratos y paisajes
 los centra en su región natal levantina. 
Gabriel Miró comenzó a ser conocido cuando, en 1911, el "Cuento Semanal" le premió Nómada,
 la narración de un rico jijonense que perdió a su hija y a su esposa y 
que, para olvidar sus penas, se entregó a una mala vida en la que 
dilapidó su hacienda convirtiéndose en un nómada nostálgico en Francia, 
hasta regresar a su tierra en la miseria; y, vencido y humillado, se 
refugió en la casa de su hermana, que estima como una desdicha su 
llegada. Esta novelita, que había sido precedida de otras -la primera 
parece que fue La mujer de Hojeda (1901)-, le situó entre los 
escritores españoles como un levantino que escribía unas novelas 
distanciadas de los regionalismos conocidos. 
En Barcelona se le publicó una novela muy valiosa dentro de su genio típico: Las cerezas del cementerio
 (1910). Valdivia regresa a su pueblo en busca de reposo, pues está 
enfermo del corazón, y, en el viaje, conoce a una señora con la que un 
tío suyo había tenido relaciones amistosas muy accidentadas. Valdivia y 
ella se apasionan y todos conocen sus amores culpables. Cuando Valdivia 
muere es enterrado en el cementerio de Posuna, famoso por sus cerezos 
con ricos frutos que nadie come pensando en que toman su sustancia de 
los muertos. Pero la amante visitó su tumba y comió de sus cerezas, con 
las que "sorbía y comulgaba la esencia del amado". Es una novela cuyo 
estilo está perfectamente adecuado a ese contenido de exaltado e 
impresionante misticismo amoroso. 
En El abuelo del rey (1915) presenta tipos 
pueblerinos de Serosa, y el principal de ellos, don Arcadio, amante de 
la tradición, que se amarga la vida primero con el hijo (ingeniero que 
ama los viajes y se casa con una cubana que muere del primer parto sin 
que su suegro haya demostrado el más pequeño interés por ella; el hijo 
se aleja de sus padres y muere en Filipinas) y después con el nieto 
(arruina a los abuelos con sus supuestos inventos, y se va a América sin
 que nunca se sepa de él más que una vaga noticia de que unos indios le 
han proclamado rey). Aunque es de las más dinámicas, no es precisamente 
de las mejores. 
En Nuestro Padre San Daniel (1921), "novela de 
capellanes y devotos" que sitúa en Oleza (Orihuela), en medio de las 
intrigas familiares resplandecen figuras como Paulina, transida de 
sensualidad por el paisaje que "le latía encima", o el cura don Magín, 
entre maravillosas descripciones como la muerte de don Daniel o la de 
las solemnidades litúrgicas de unas vísperas en la catedral de Oleza. 
Ya había comenzado La novela de mi amigo (1907) 
con un personaje de deseos frustrados y desventuras (la muerte de su 
hermana de tres años quemada por un pan hecho brasa, su vida con una 
mujer sórdida y sin ser capaz de asirse a la única esperanza que es el 
amor que siempre le ha profesado su cuñada, siempre silenciosa junto a 
él, acaba con su suicidio en el mar "sorbiendo la copa de su amargura").
 Niño y grande (1922) presenta dos aspectos: el de un murciano de
 la huerta que narra su infancia y confidencias con dos condiscípulos, y
 que después, cuando los volvemos a encontrar, se hallan enredados en 
adulterios más o menos románticos. La parte de esta novela en la Mancha 
puede considerarse autobiográfica, porque se puede creer coincidente con
 el viaje que Gabriel Miró realizó a Ciudad Real en 1893. 
También son autobiográficas El libro de Sigüenza 
(1917), en el que Sigüenza personifica al autor con su bondad, su 
sencillez, su melancolía y su sinceridad, que fracasan ante la 
hipocresía y la inmoralidad aldeanas; y Años y leguas (1928), en 
el que, ante Sigüenza, pasan veinte años y el paisaje (pueblos, masías, 
calvarios, morterete) comenzó "a pasar y envejecer referido a su vida". 
Esta última obra -la última también de su bibliografía- se considera lo 
mejor y más expresivo de su producción: forma brillante modernista y los
 aldeanos y los pueblos del 98. 
Lo que hay en los libros citados de cuadro pictórico se 
considera el mejor acierto estético de Miró. Por esto tienen gran 
significación Figuras de la Pasión del Señor (2 volúmenes, 1916-17) y El humo dormido (1919), con sus Tablas del Calendario entre el humo dormido.
 Dos obras en las que escenas y personajes del tema van apareciendo como
 acuarelas. En la primera, con emoción y vivos colores, nos presenta 
quince capítulos, cada uno con independencia del resto. Los tipos 
-aunque vestidos con los ropajes bíblicos- están tomados de su humanidad
 levantina; los paisajes de su tierra natal se sobreponen a las estampas
 de Judea. 
En los de la segunda obra citada, con los
 personajes, nos va describiendo toda la Semana Santa. Como típica 
expresión del arte literario mironiano ha de citarse El obispo leproso
 (1926), en la que nos presenta la ciudad puritana en apariencia, pero 
contaminada de las más deshonestas pasiones. La lepra patéticamente 
llamativa se da en el prelado de la diócesis, ya que el leproso es 
personaje de la predilección mironiana. Aunque se ha acusado a Miró de 
abusar de un vocabulario precioso y desusado, su prosa es de una gran 
originalidad y una de las expresiones más ricas de la literatura 
española moderna.
 












