Según algunas versiones, Sergiusz Piasecki nació en 1899, y según
otras en 1901, en Lachowicze, Lituania, por entonces parte del imperio
ruso (hoy en Bielorrusia) de madre bielorrusa y padre polaco. Con
dieciséis años luchó en la división lituano-bielorrusa del ejército
polaco contra el naciente poder soviético. Según unas fuentes cambió de
bando y entre 1922 y 1926 trabajó para los servicios de inteligencia
comunista pero otras lo niegan. Se sabe que después se dedicó al
bandidaje y al contrabando. Fue detenido por las autoridades polacas y
condenado a muerte pero la pena fue conmutada por quince años de
reclusión. En la cárcel escribió “El enamorado de la Osa Mayor”.
Gracias a la infidencia de los carceleros el manuscrito llegó a manos del novelista polaco Melchor Wankowicz quien, entusiasmado, ayudó a publicar el libro en 1937. El efecto fue enorme y se organizó una campaña para conseguir la liberación de aquél bandolero que sin preparación literaria alguna había escrito una obra maestra. Tras la invasión alemana, Piasecki fue evacuado y su rastro se pierde hasta que al final de la guerra reapareció en Inglaterra, escribió un breve prólogo para “El enamorado… “, se publicaron otras obras suyas (“Memorias de un oficial del Ejército Rojo” y “Nadie se salva”) y volvió a desaparecer de nuevo. Al parecer, murió en 1964 pero la fecha y el lugar donde está enterrado no se conocen con seguridad.
“El enamorado de la Osa Mayor” es, desde luego, una “novela de acción”. Pero es mucho más que eso. Es una novela de frontera. Una frontera hecha de bosques, lagos, alambradas, valles y ciénagas; de expediciones de contrabando; de noche y neblina; de mujeres fuertes, tiroteos y delatores. Piasecki lo resume en un párrafo célebre: “Vivíamos a cuerpo de rey. Bebíamos como cosacos. Nos amaban mujeres de bandera. Gastábamos a espuertas. Pagábamos con oro, plata y dólares. Lo pagábamos todo: el vodka y la música. El amor lo pagábamos con amor, el odio con odio”.
Perdido en el camino de regreso, el contrabandista solo puede confiar en el revólver y en las estrellas, particularmente en las que forman la Osa Mayor a las que nombra como si fueran sus novias: Eva, Irene, Sofía, María, Helena, Lidia y Leonia. Los amigos desertan, son capturados, mueren; las amantes son reconfortantes pero efímeras; a Fela, el amor imposible, es necesario contemplarla en secreto.
Las coincidencias entre Piasecki y Conrad son evidentes. Como Conrad fue polaco en su juventud. Como él, vivió muchas de las tramas de sus propias novelas. Como él, se estableció en Inglaterra. Como en él, acción y libertad van unidas. “A menudo el placer de vivir me dejaba sin aliento. De vez en cuando los ojos se me empañaban sin que viniera a cuento… Se pronunciaban pocas palabras. Pero eran palabras de verdad que yo podía entender fácilmente a sabiendas de que no eran juramentos ni palabras de honor y que por tanto podían darse por seguras”.
Pero el contrabandista de Piasecki carece de la dimensión épica y los referentes morales de los héroes de Conrad. El bien y el mal le son ajenos. Desafía a los soldados y despluma a sus propios camaradas. Muchas veces actúa sin medida. A menudo es demasiado frío e indiferente. Ha conocido la guerra y sus horrores. Sabe que con frecuencia los ideales son poco más que débiles coartadas para encubrir la ambición y la brutalidad. Y no espera nada. A lo sumo una noche más de vida bajo las estrellas.
Gracias a la infidencia de los carceleros el manuscrito llegó a manos del novelista polaco Melchor Wankowicz quien, entusiasmado, ayudó a publicar el libro en 1937. El efecto fue enorme y se organizó una campaña para conseguir la liberación de aquél bandolero que sin preparación literaria alguna había escrito una obra maestra. Tras la invasión alemana, Piasecki fue evacuado y su rastro se pierde hasta que al final de la guerra reapareció en Inglaterra, escribió un breve prólogo para “El enamorado… “, se publicaron otras obras suyas (“Memorias de un oficial del Ejército Rojo” y “Nadie se salva”) y volvió a desaparecer de nuevo. Al parecer, murió en 1964 pero la fecha y el lugar donde está enterrado no se conocen con seguridad.
“El enamorado de la Osa Mayor” es, desde luego, una “novela de acción”. Pero es mucho más que eso. Es una novela de frontera. Una frontera hecha de bosques, lagos, alambradas, valles y ciénagas; de expediciones de contrabando; de noche y neblina; de mujeres fuertes, tiroteos y delatores. Piasecki lo resume en un párrafo célebre: “Vivíamos a cuerpo de rey. Bebíamos como cosacos. Nos amaban mujeres de bandera. Gastábamos a espuertas. Pagábamos con oro, plata y dólares. Lo pagábamos todo: el vodka y la música. El amor lo pagábamos con amor, el odio con odio”.
Perdido en el camino de regreso, el contrabandista solo puede confiar en el revólver y en las estrellas, particularmente en las que forman la Osa Mayor a las que nombra como si fueran sus novias: Eva, Irene, Sofía, María, Helena, Lidia y Leonia. Los amigos desertan, son capturados, mueren; las amantes son reconfortantes pero efímeras; a Fela, el amor imposible, es necesario contemplarla en secreto.
Las coincidencias entre Piasecki y Conrad son evidentes. Como Conrad fue polaco en su juventud. Como él, vivió muchas de las tramas de sus propias novelas. Como él, se estableció en Inglaterra. Como en él, acción y libertad van unidas. “A menudo el placer de vivir me dejaba sin aliento. De vez en cuando los ojos se me empañaban sin que viniera a cuento… Se pronunciaban pocas palabras. Pero eran palabras de verdad que yo podía entender fácilmente a sabiendas de que no eran juramentos ni palabras de honor y que por tanto podían darse por seguras”.
Pero el contrabandista de Piasecki carece de la dimensión épica y los referentes morales de los héroes de Conrad. El bien y el mal le son ajenos. Desafía a los soldados y despluma a sus propios camaradas. Muchas veces actúa sin medida. A menudo es demasiado frío e indiferente. Ha conocido la guerra y sus horrores. Sabe que con frecuencia los ideales son poco más que débiles coartadas para encubrir la ambición y la brutalidad. Y no espera nada. A lo sumo una noche más de vida bajo las estrellas.