19.- LECTURA
CRÍTICA DEL CAPÍTULO I
«En un lugar de
la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme...»
Es conveniente
preguntarse por qué motivos situó Cervantes la historia en la Mancha. Mi
opinión es que quería ridiculizar a nuestro caballero dándole un origen vulgar,
no serio, pobre, corriente y desconocido en el mundo áspero y seco como un
esparto. Al lector de libros de caballería de aquella época le debía provocar tremenda risa que el héroe fuera de allí, o como su
hubiera dicho de las Hurdes. etc. Puesto
que los héroes de libros de caballería
procedían de lugares rimbombantes: Palmerín de Inglaterra, Amadís de
Gaula (Gales), Roger de Grecia, Caballero de la
Cruz..., de Constantinopla, de
Trapisonda (puerto Turco del mar
Negro). ¿Qué tal sería: El ingenioso
hidalgo de las Hurdes? Ser de la Mancha, ya no nos suena extraño, porque
damos por hecho que no hay otro don Quijote posible, de otro lugar diferente a
la Mancha.
«...de cuyo
nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de
los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor».
El lugar de la Mancha que no quiere nombrar
el autor ha derramado mucha tinta, donde vivía nuestro hidalgo, no donde nació,
sino donde vivía parece ser Argamasilla de Alba (fundada por don Diego de
Toledo, de la casa del Duque de Alba), según don Diego Clemencín el más docto
de los comentaristas cervantinos, porque al final de la primera parte aparecen los
académicos de la Argamasilla, con tono burlesco, son: El Monicongo, el
Paniaguado, el Caprichoso, el Burlador, Chachidiablo, el Tiquitoc, con
epitafios y sonetos. Además la versión apócrifa de Alonso Fernández de
Avellaneda (natural de Tordesillas (Valladolid), editada en Zaragoza en (1614),
un año antes de la segunda parte, también lo situaba allí. Últimamente se ha
dicho que era Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), lo que sí es cierto que
el lugar pertenecía a los campos de Montiel. Territorios de la
Orden de Santiago situados al sur del Tajo y que se contraponían a las manchas
de Montearagón y de Vejezate, formado por 21 municipios.
Don Quijote era hidalgo y no pechero, un
hidalgo pobre, aunque no nos convence de ello el autor (Cide Hamete), como
veremos más adelante. La Ley de las Partidas, según Juan de Huarte en el
capítulo XVI de su Examen de ingenios para las ciencias, dice que
hidalgo o hijosdalgo quiere decir hijo de bienes. Al decir «que vivía», no nos
dice donde nació, o cual era su linaje. Unamuno, en Vida de Don Quijote y
Sancho, apunta que «su linaje
empieza en él». En el mismo texto
comenta «El que no lo hiciera [nombrar su linaje] no nos ha de sorprender, pues
al fin creía que cada cual es hijo de sus obras y que se va haciendo según vive
y obra.
Al decir de los de «lanza en astillero y
adarga antigua», armas que habían sido de su bisabuelo, también era una
armadura antigua, de un siglo anterior, que lo situaba en tiempos de los Reyes
Católicos, donde se había convenido que en las casas hubiera armas, lanzas en
astillero o perchas para sostenerlas situadas en los patios, para defensa
rápida en caso de ser atacados por bandidos, sarracenos y renegados. La adarga antigua eran escudos
de cuero. Había que reírse de la armadura nada más verle venir con su morrión
simple (era una especie de casco documentado en el siglo XV, propia de los
arcabuceros), aunque después se pondría como yelmo la bacía del barbero que todavía debía
provocar más risa.
Con «rocín flaco y galgo corredor», nos
hace una bisemia entre el caballo delgado con la forma esquelética de los
galgos, conocidos antes por perros gálicos o de las Galias, de aquí proceden
los galgos, también nos dice el narrador que era amigo de la caza, la caza de
era un arte cinegético de nobles, el vulgo lo hacía con perro tras la liebres,
los nobles a caballos, y, todavía se practica en tierras de La Mancha y
Castilla-León.
«Una olla de algo más vaca que carnero,
salpicón las más noches, duelo y quebrantos los sábados, lentejas los viernes,
algún palomino de añadidura los domingos, componías las tres partes de su
hacienda… «Salpicón las más noches», era una especie de carne picada y salada para
las cenas. De duelos y quebrantos, hay dos versiones, una que era una tortilla
con trozos de tocino salado, y otra que cuando una cabra u ovejas se
desgraciaba accidentalmente, se salaba todo incluso vísceras y se iba comiendo
hasta los huesos quebrados, un duelo por la red perdida y chupar el tuétano de
los huesos. Los sábados también había abstinencia de carne porque desde la
victoria de las Navas de Tolosa en 1212,
y en agradecimiento a Dios se celebraba el Triunfo de la Santa Cruz. Hasta la
bula del Papa Benedicto XIV en el siglo XVIII.
Los viernes la vigilia que perdura en las fiestas de Pentecostés de la
Semana Santa, aunque no se cumpla hoy día, salvo el viernes Santos que se comía
el delicioso potaje de garbanzos con bacalao. Y «un palomino de añadidura los
domingos», porque era el día de la fiesta cristiana, y carne como algo que
celebrar después de oír la Misa mayor, porque se guardaba el ayuno hasta el
mediodía.
«El resto della concluía con sayo de
velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de los mesmo
[velludo], y los días de entresemana se honraba con su vellorí de los más finos».
Sayo de velarte: el velarte era un paño
de abrigo azul o negro.
Calzas de velludo: especie de pantalón
hasta las rodillas, velludo tela de terciopelo.
Pantuflos de lo mismo o velludo.
Calzado de abrigo propio de la gente anciana.
Vellorí de los
más fino: vellorí paño
extrafino de color ceniciento.
Escribe: «Tenía
en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que
no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba
el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los
cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran
madrugador y amigo de la caza».
Nos habla del ama de llaves, de su
sobrina que no sabemos por parte de quién, de si hermano o hermana, y de un
mozo de campo y plaza, que no nos vuelve a nombrar en todo el Quijote. «Que así
ensillaba el rocín como tomaba la podadera...» o tijeras de podar, las vides y
los árboles frutales. Lo que nos demuestra que debía poseer una casa amplia,
para que viviera el ama, la sobrina, y el mozo de cuadras. Porque como dicen en
Frigiliana: Los amigos son como las tijeras de podar cuando te hacen falta nos
las encuentras.
Frisaba la edad de cincuenta años. Lo cual
quiere decir que se acercaba a los cincuenta, o sea, no tenía los cincuenta, posiblemente 47,48 o 49 años
lo más. De la descripción de su
apariencia: «complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro...», nos viene
a decir, Unamuno: De lo cual se
desprende que era de temperamento colérico, en el que predominan calor y
sequedad. Esta descripción
caracterológica encaja con la biotipología del tipo Ectomórfico cerebrotónico.
«Quieren decir (dicen) que tenía el sobrenombre
de Quijada, o Quesada...se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto
importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración no se salga un punto
de la verdad».
Como sabemos el narrador del Quijote no es Cervantes sino Cide
Hamete Benengeli, historiador arábigo que aparece en el capítulo
IX. Que estando el autor en la plaza o zoco de Alcaná de Toledo. Pero nos advierte que el nombre de nuestro héroe importa poco a
nuestro cuento; basta con que nuestra narración sobre el hidalgo no se salga un
punto de la verdad. Lo que nos promete es que lo que nos va a contar, es cierto
y no una invención, es decir un recurso para que nos guste más la narración y
gane en credibilidad que no es lo mismo que verosimilitud. Os remito a mi libro
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Es de
saber [equivale a has de saber], nos dice a los lectores, que los ratos que
estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libro de caballería
con tanta afición y gusto que olvidó
casi de punto el ejercicio de la caza y aún la administración de su hacienda. Y
llegó a tal desatino que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para
compra libros de caballería.
Hemos de hacer un alto, para
observan que si tenía una ama, un mozo de campo y plaza, afición a la caza y
vendió muchas fanegas, quiere ello decir que no era tan pobre como nos lo pinta
el narrador, sino que tenía bienes, por eso era hidalgo.
De todos los libros
de caballería ninguno le «parecía tan bien» como los de Feliciano de Silva.
[Escritor del siglo XVI, natural de Ciudad Rodrigo (Salamanca) escribió una
continuación a la Celestina (1534), libros de caballería, continuación a
un Amadis de Gaula, como Lisuarte de Grecia, Amadís de Grecia...
entre 1514 y 1535. Pero era tan pueril en su estilo, que lo que hace
aquí Cervantes es reírse él con ironías].
Autor de eso dice sin sentido:
la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón
enflaquece, que con razón de la vuestra hermosura. O de otra parida: ...los altos cielos que
de vuestras divinidad divinamente...
Con estas razones
perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y
desentrañarles el sentido, que no se lo sacaba ni las entendiera el mismo
Aristóteles, si resucitara para sólo ello [aunque resucitara].
Censura Cervantes
los libros de caballería porque eran tan zafios que te podían volver loco por
las chorradas que decía (por ello más adelante dirá: «y así, del poco dormir y
del mucho leer se le secó el celebro, de manera que vino a perder el
juicio...). Y pone ejemplos como el del caballero Belianís. Este caballero
novelesco es Don Belianís de Grecia
(1547-1579) de Jerónimo Fernández (El
murciano Clemencín comentó que este héroe
recibió cientos de heridas graves). Y el
autor pide a quien encuentre el original griego de la novela que lo continúe,
por eso, en la frase del Quijote: Pero, con todo, alababa en su autor aquel
acabar su libro...Lo que nos dice es que Don Quijote alaba al autor del libro,
a Jerónimo Fernández, y está tentado de continuar el don Belianís de Grecia,
libro que el autor dejó inconcluso.
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Tiene
competencias, o disputas con el cura –graduado en Sigüenza (Guadalajara), con
el barbero del pueblo, maese Nicolás, pero en aquel tiempo los barberos eran
doctores y ejercías de dentistas y de médicos en los pueblos o cirujano barbero
que solamente podía sacar las cuatro enfermedades.
Luego buscar,
encuentra y usa la vieja armadura de su bisabuelo, lo cual ya era objeto de
mofa por vestir como finales del siglo XV y principios de XVI con semejantes
armaduras tan antiguas. Fue luego a buscar a su rocín, que tenía mataduras y
estaba esquelético, ya que el caballo de Alejandro Magno era Bucéfalo
y el del Cid Campeador Babieca, con quien él se comparaba. Cuatro días tardo en
darle nombre y le dio el de Rocinante (alto y sonoro).
Seguidamente
buscó un nombre para sí mismo, y tardó 8 días en pensarlo, don Quijote,
el don solo lo podían usar personas de determinada categoría social. (Quijote
es humorístico, ya que como podemos observar el sufijo –ote- que en castellano
tienen un sentido ridículo: grandote, «ci-potes» como lo que dicen en
Granada... Luego, añadió el nombre del lugar de su patria como otros
caballeros, por ejemplo Amadís de Gaula de Gales. Luego le faltaba una dama de la cual
enamorarse y fuera testigo de sus hazañas, y donde se presentaran los gigantes a los que había
humillado y vencido.
Sería la señora
de sus pensamientos. Y para dar nombre a
su dama se acordó de «una moza labradora de muy buen parecer», de la que tiempo
atrás anduvo enamorado. Llamábase Aldonza Lorenzo (Aldonza era por aquel
entonces un nombre femenino muy vulgar. La
lozana andaluza se llamaba Aldonza). Sería la señora de sus pensamientos. Y
buscando nombre que no desdijese del suyo: don Quijote de la Mancha, y
pareciese una princesa y gran señora de la nobleza rural (como lo fuera
Catalina de Salazar, su mujer), vino en llamarse Dulcinea del Toboso, porque
era natural del Toboso un pueblo de la
provincia de Toledo, lindando ya con la provincia de Albacete. Nombre musical,
peregrino y significativo.
Aquí acaba el
Capítulo I, que es descriptivo y preparatorio a su primera salida que lo será
ya en el capítulo II, cuando una mañana antes del día, del caluroso mes de
julio salió don Quijote con su armadura por la puerta falsa del corral, al
campo. Pero salió con grandísimo contento y alborozo, por ver cumplido sus
deseos. Y esto es ahondar en los sentimientos humanos, cuando conseguimos algo
por trabajo propio, lo contento que nos ponemos cuando vamos a sacar un libro
del saco de las fantasías a la luz de la imprenta, aunque luego no valga nada.
Capítulo 19 de mi libro "IV Centenario de la I y II partes del Quijote", de Ramón Fernández Palmeral