martes, 1 de agosto de 2023

Viaje por España cap V. Toros en Valencia, Baron Davillier y Doré ilustrador

 

Llegada de los picadores

Entre las cosas de España si hay una nacional por encima de todas las otras, es sin disputa una corrida de toros”. Así se expresan nuestro viajero Charles Davillier que en esta crónica se extiende ampliamente mostrando erudición y conocimento sobre la génesis e historia de las corridas de toros, un gusto que dice todo español lleva desde su nacimiento.
Pocas ciudades hay en España  que no tengan su plaza de toros, pero la de Valencia, acabada de construir y donde nuestros viajeros van asistir a la corrida es sin duda la más bonita de la Península, al menos es lo que nos cuentan[1]. A tal efecto  reservan en esta plaza, administrada directamente por el Hospicio, delanteras de barrera, los mejores asientos. 

La noche antes, la cuadrilla completa se alojó en el mismo hotel que nuestros viajeros –la Fonda de la Esperanza-, lo que les permitió observar de cerca a los toreros (“las palabras toreador y matador, que riman tan bien y son tan apropiadas para títulos de operetas, no se usan en absoluto en España”).
El picador Calderón


El Tato

El gran día de la corrida llegó al fin. Era un domingo, y la fiesta prometía ser espléndida. La cuadrilla reunía los primeros personajes de España. Antonio Sánchez, tan conocido por el apodo del Tato[2], el mejor espada de la época. Calderón, un picador valiente como el Cid, y el Gordito, banderillero cuya destreza igualaba su temeridad”.
 
Los viajeros constatan la animación extraordinaria que reina en la ciudad: “No encontrábamos más que gentes que iban y venían. Los unos buscaban a sus amigos para reunirse por grupos. Otros, los retrasados, se dirigian en muchedumbre al hospicio para sacar sus billetes; toda la ciudad estaba de fiesta. Detrás de las grandes cortinas de tela rayada se oía el bordonero sordo de las guitarras o el rechinar metálico de las citaras. Los aldeanos llegaban en cerrado tropel, unos a pie, otros sobre sus pequeños caballos negros cubiertos con la manta rayada a manera de silla. La huerta entera había invadido Valencia en traje de gala, habiéndose puesto las morenas labradoras sus más hermosas joyas. Desde la mañana desfilaban ante nosotros los más espléndidos modelos”.
 
Un banderillero en peligro

Al penetrar en el interior de la plaza de toros de Valencia –continua relatando el narrador- quedamos deslumbrados por uno deseos espectáculos que no se olvidan nunca, aunque solo se haya presenciado una vez. Imaginad doce o quince mil hombres con magníficos trajes, iluminados por un espléndido sol y bullendo como inmenso hormiguero”. Nuestros viajeros asisten al despejo y al ceremonial del paseíllo con los alguaciles a la cabeza. Detrás de ellos viene la gente de a pie formada por los espadas, banderilleros y los chulos o capeadores vestidos todos ellos con una gran elegancia. Estos “gladiadores de España” les parecen “bailarines” que avanzan “con encantadora desenvoltura, rebozados gallardamente en su capa larga y de colores brillantes”. Detrás van los picadores, firmemente asentados  en sus caballos  y cierran el cortejo los dos tiros de mulas “empenachadas y cubiertas de gualdrapas rojas haciendo resonar innumerables cascabeles.”
El triunfo del espada

El narrador describe  con precisión los detalles e incidentes de esta primera corrida que le deja “lleno de estupor y agotamiento”, clavado en el banco “con todos sus miembros quebrantados por la fiebre”. No rehúye, por ello hacer el juicio moral de las corridas, en términos, que ciento cincuenta años más tarde continúan siendo válidos: “Existe en España un partido bastante numeroso en contra de las corridas. Sin embargo este entretenimiento, cuya barbarie es imposible negar, forma de tal modo parte de las costumbres nacionales, que hay lugar a pensar que desparezca en seguida.
Es probable que al cabo de cien años se escriba aun contra las lidias de toros y, sin embargo sigan existiendo los toreros[3].

© Manuel Martínez Bargueño
Enero, 2013

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Gracias. Manuelblas.

 NOTAS

[1] La plaza de toros de Valencia se construyó en 1859 por el arquitecto valenciano Sebastián Monleón Estelles (1815-1878) y fue inaugurada el 22 de junio de dicho año con toros de Nazario Carraquiri y de la Viuda de Zalduendo para el diestro Francisco Arjona “Cúchares”. Sus 17 metros de altura y 52 de diámetro en el ruedo hacen que sea una de las plazas más grandes de España. Cuenta con un Museo Taurino, fundado en 1928.
 
[2] Antonio Sánchez “el Tato” (1831-1895) fue un torero sevillano muy querido por la afición por su valor y pundonor. El 7 de junio de 1869 sufrió una grave cogida en la Plaza de Toros de la calle Alcalá de Madrid de resultas de la cual tuvo que serle amputada una pierna, lo que significó el fin su carrera. Era yerno de Cúchares, el torero que inauguró la plaza de toros de Valencia.
 
[3] Se queda corto en el pronóstico. Ciento cincuenta años después la fiesta de los toros que Divalllier consideraba una institución española, sigue estando en el centro de la polémica, especialmente desde su prohibición en Cataluña mediante Ley aprobada por el Parlamento catalán el 28 de julio de 2010.