Correos
y Telégrafos en tiempos de Gabriel Miró en Polop 1921
Dice el refrán que el tiempo es oro, sin duda alguna lo es, porque el tiempo es como la
arena de playa que se perdiera en una bolsa de plástico con una avería en el
fondo: irrecuperable. No tenemos, precisamente en estos tiempos actuales más
tiempo que perder, y sobre todo, en este caluroso mes de agosto, del sábado 4
de agosto del presente. ¿Y por qué hablo de esta sentencia y de este día?,
porque perdemos mucho tiempo en quehaceres cotidianos y administrativos, el
tiempo que no tenemos. Por ejemplo esta mañana salí de casa a las
nueve de la mañana dirección de la estafeta u oficinas de Correos de la Plaza
de la Viña, que la tengo a unos doscientos metros de mi casa, es decir,
cerca.
Llevaba en la mochila tres paquetes
para enviar, cuando llegué a la estafeta eran las 9.07 horas. Las personas que
ya estaban haciendo cola me dijeron que la oficina se abría a las
9.30 horas. Así que me di la vuelta y me acerqué a la Plaza de la Viña, a
esperar que se abriera de puerta de Ali Babá, bajo la acariciadas sombras de
los árboles de la especie tipuanas que ya florecieron en primavera y lo
pusieron todo perdido de florecillas amarillas cadmio húmedas y frescas.
Conforme esperaba bajo la tipuanas y jacarandas veía cómo llegaban más personas
a la cola de Correos, al menos, en veinte minutos habían llegado quince
personas. A las 9:30 en punto abrieron las puertas de las oficinas
amarillas, yo me levanté de mi banco y entré en Correos, me puse en la cola
para recoger el ticket de mi turno, la máquina me dio el E-008, que corresponde
al de los envíos. Como yo iba con las dos muletas, un hombre se levantó,
y amablemente me dejó su asiento, eran ya las 9:40 a.m., menos mal que funcionaba
el aire acondicionado. La zona de oficina al público, que es de unos
insuficientes 20 metros cuadros, estaba llena de gente, algunos jóvenes y no
tan jóvenes se sentaron en los frescos suelos de gres blanco; todos esperaban y a la vez estaban
con sus smartphones en las manos mirando mensajes. Yo estaba
agobiado de tanta gente a mi alrededor.
Mientras estaba esperando mi turno me
acordé de lo que tardaba y sufría Gabriel Miró cuando estuvo veraneando entre
1921 y 1928 en Polop para cobrar los giros postales. Según las cartas que
figuran en el Epistolario (2009)
resulta que Miró tenía que ir de Polop a Callosa de Ensarriá a recoger los
giros postales enviados, porque en Polop no había telégrafos, aunque sí Correos
y un cartero. Para ir a Callosa lo hacía montado en un burro, este jumento era
propiedad del casero, el tío Quico Bresquiella que también le hacía de arriero
y guía por los caminos. El tío Quico y la tía Vicente eran los caseros y
arrendatarios de la masía alquilada en Polop, llamada Las Fons o «Les Fonts» en
valenciano, por esos algunos aldeanos le llamaban «Al Señor de las Fuentes». La
masía se la alquiló a la señora Teresa Gualde, esposa de Pedro Berdin Fuster «labrador
de hacienda ancha y repleta» escribió Joaquín
Fuster. La masía se la había recomendado su amigo Óscar Esplá, para
sanar la extraña enfermedad de su hija Clemencia (1905-1953).
Pero si el lector quiere buscar una obra testimonial de las estancias
veraniegas de Miró y su familia en Polop de la Marina, no debe leer Años
y Leguas (1928), que todo es ficción, para gozo del personaje de Sigüenza,
el alter ego (el otro yo) de Gabriel Miró en la ficcionalidad de sus
obras desde que apareció por primera vez su novela Del vivir (1904); sino el libro de Joaquín Fuster Pérez titulado Gabriel Miró en Polop, 1975. Para
demostrar lo que afirmo, el lector encontrará varias cartas en la que Miró daba
su dirección y en ellas especificaba que si eran giros postales se los enviaran
a Callosa, como figura en la carta dirigida a
Alfonso Nadal de fecha 19 de mayo de 1921 (Epistolario-398), que era
redactor del periódico La Publicidad de Barcelona, en el que Miró
fue redactor literario y donde publicó El
humo dormido por capítulos; y donde residió entre 1914 a 1920 hasta que
Antonio Maura le acopló en un ministerio en Madrid.
Entre Polop y Callosa de Ensarriá había unos
cuatro kilómetros de distancia por la carretera (la hoy CV-715),
aproximadamente, es decir que cada vez que los editores de Gabriel Miró le enviaban giros postales tenía que hacerse
8 kilómetros entre ida y vuelta en burro. Miró no escribió Años y leguas a pie de obra, sino que lo empezó a escribir en 1923
para publicarlos, primero en La Nación
de Buenos Aires y luego en El Sol de
Madrid (59 artículos en total). Cuando Miró y su familia: madre, esposa y dos
hijas (Olimpia y Clemencia), venían a Polop, lo hacían desde Madrid; por ello,
debido a los cuantiosos gastos de viaje y alquiler veraniego (cuatro meses),
andaba regular de fondos. Su tiempo de escritura lo dedicaba a escribir cartas
a amigos y editores. He contabilizado que en el verano de 1921, escribió 32
cartas, algunas de cierta extensión.
Seguramente Miró y su arriero, con el cabestro
del burro en la mano, salían de madrugada desde Polop y regresarían al
mediodía. Y yo ahora 97 años después,
me quejo de Correos porque he de esperar
media hora para que me atiendan un sábado por la mañana el funcionario, con
aire acondicionado y sentado.
Autor:
Ramón
Fernández Palmeral es autor de varios libros alicantinos entre ellos “Robinsón
por Alicante”, Amazon, 2013
Publicado en el Boletín nº 2 de la Federación de Asociaciones Filatélica de la Comunidad Valenciana, de octubre de 2018