AZORÍN EN
LA RUTA DE DON QUIJOTE
Por
Ramón Fernández Palmeral
Dedicado a José Ferrándiz
Lozano
NOTAS
PREVIAS
Una de las
características estéticas de la denominada «Generación del 98»
es la búsqueda de lo llamado genuinamente español a través de
nuestra gloriosa historia medieval, en la literatura del Siglo
de Oro, y con la vista puesta en la raigambre tradicional de las
dos Castillas, como una forma de reivindicación de los valores
nacionales tras el desventurado Desastre de 1898, o muy
gráficamente como escribe el catedrático Ángel Luis Prieto de
Paula «tratamiento terapéutico fue la aplicación, a modo de
emplaste, de iconos o símbolos con los que pudieran
identificarse los españoles: ninguna duda cabe de que Don
Quijote fue uno de esos iconos...» Por esta razón, sin duda
alguna, los del G-98, tomaron el III Centenario de la
publicación de la I parte, como referente de símbolos nacionales
que aumentaran la autoestima perdida de los intelectuales
españoles, con múltiples actos y celebraciones cervantinas, y a
quienes se les llamó «Los de la cuarta salida del Quijote», con
un estilo nuevo y renovado: el modernismo ya iniciada por
Charles Baudelaire, y en lo filosófico por Marx, Nietzsche o
Freud.
Para la literatura
española fue un tiempo cumbre del ensayo, quizás el más
prolífero e interesante de nuestra literatura como una forma de
autorreflexión o conciencia estética, mostrando un cuidado
extremo, como se pudo observar en plumas tan reconocidas e
importantes como la afilada de don Miguel de Unamuno en Vida
de don Quijote y Sancho (1906); la filosófica y brillante
prosa de Ortega y Gasset con Meditaciones del Quijote
(1914); la pesimista y disonante de Ramiro de Maeztu y su
famoso artículo: «Ante las fiestas del Quijote»,(Revista Alma
Española, 13-12-1903) que aseguraba que no sólo era una
alucinación sino un pecado leer el Quijote; la aguda y culta de
don Menéndez Pelayo en Interpretaciones del Quijote,
discurso leído en la RAE el 29-04-1904 en contestación al de
José María Asensio; la científica de Ramón y Caja Psicología
del Quijote y el quijotismo (1905); la poética de Antonio
Machado en Campos de Castilla (1912); y la no menos
prestigiosa de nuestro alicantino universal Azorín en las
crónicas de viaje vertidas en La ruta de Don Quijote
(1905) en la que me extenderé más adelante.
La iniciativa fue del
príncipe de los periodistas Mariano de Cavia, que además siguió
atentamente la marcha de las publicaciones como atestiguó en el
artículo «Lecturas del Centenario», el Imparcial
23-III-1905.
El III Centenario fue
muy celebrado en toda España, he incluso, en multitud de
fachadas de Ayuntamientos y edificios públicos se colocaron
placas conmemorativas dedicadas a Cervantes y a su obra, una
forma de resarcirse del ya mencionad Desastre del 98, como idea
de glorificación de los mitos.
En lo que tocó a
Alicante como ya escribí en mi libro Encuentros en el IV
Centenario (Palmeral 2004), perdón por citarme, el artículo
«Cervantes y Alicante», publicado además en el diario
«Información» de esta ciudad el 3 de enero 2005, y en la red en
Orihueladigital, el entonces alcalde Alfonso de Rojas, encargó
un bajorrelieve en mármol blanco con la efigie de Cervantes y
placa conmemorativa al escultor alicantino Vicente Bañuls
Aracil (1856-1934) en la fiesta celebrada el 8 de mayo de
1905. Nos queda esperar qué hará el actual consistorio
alicantino para este IV Centenario encabezado por Luís Díaz
Alperi, primer atleta entre los ediles. Al menos, la Diputación
de Alicante, encabezado por el atleta de los diputados Joaquín
Ripoll, ha reeditado La ruta del Quijote, con
introducción de José Ferrándiz e ilustraciones del pintor Joan
Castejón. La revista EL SALT del Instituto Alicantino de Cultura
Juan Gil-Albert, que tan magníficamente dirige Rosalía Mayor,
acaba de editar 18 páginas dedicadas al Quijote y su
relación con los diferentes autores alicantinos (literario,
musical, plástico y fogueriles): Azorín, Óscar Esplá, Ruperto
Chapí, Antonio Gisbert, Lorenzo Casanova, y en las hoguera de
San Juan, aunque han obviado o pasado por alto el ya mencionado
artículo de este modesto e insignificante autor residente en
Alicante, por lo que se ha privado a los lectores de ésta, tan
importante revista cultural internacional (El SALT), conocer
cuántas veces se nombra Alicante en el Quijote.
El 20 de diciembre 2004
se inauguró una exposición en la Casa Museo Azorín de Monóvar
con motivo del IV Centenario de El Quijote y I Centenario de la
ruta de Don Quijote, y charlas en la Tertulia de Amigos de
Azorín del la misma ciudad.
BREVE SEMBLANZA DE AZORIN
José Augusto
Trinidad Martínez Ruiz (Azorín) nació en Monóvar (Alicante) el
8 de junio de 1873, durante la II República española, por lo que
habría que llamarle «El último romántico». Tomo unas
interesantes notas de la página de la Casa Museo de Azorín,
fundada en 1969, cuyo director es el erudito José Payá Bernabé,
(cuya página web necesita inversión de la CAM, su Boletín
Informativo, no está digitalizado, como una forma de potenciar
la figura del inquilino):
«...tenía tres años [José Martínez], anteriormente había
residido en la casa de la calle de San Andrés, situada en el
centro de Monóvar. En esa fecha, 1876, la calle tenía el mismo
nombre que en la actualidad, Marqués de Salamanca [nº 6] -
entonces alcalde de Monóvar- (..). La casa perteneció a Loreto
Ruiz, tía de la madre de José Martínez Ruiz, María Luisa Ruiz
Maestre, quien sería la legataria».
La familia tenía una casa
veraniega en “La Cañada”, en Monóvar, donde empezó a observar la
naturaleza y sus primeras descripciones líricas. De joven le
gustaba jugar a partidos de pelota, afición de la época que le
entusiasmaba.
Era el mayor de nueve
hermanos. Su padre tenía hacienda, era natural de Yecla, ejercía
como abogado en Monóvar, su madre natural de Petrel.
Su hermana menor Amparo,
escribió en la revista literaria de Sureste Sigüenza,
Alicante, nº2, 1952, un artículo titulado «Mi hermano Pepito»,
en el cual escribe: «mas el “pequeño filósofo” no se desdeñaba
en contestar a las cartas infantiles que su hermana le dirigía
desde el Pensionado». Parece ser que de joven Pepito no era muy
familiar.
Estudió José Martínez en
la escuela de Monóvar y en Yecla (Murcia) el bachillerato con
los padres Escolapios. Luego Derecho en Valencia, Granada y
Salamanca y no acabó la carrera, en su juventud demostró, como
no podía ser de otra manera, en aquel convulso final del siglo
XIX, su rebeldía y anarquismo de ideas, propios del
romanticismo (libertad y revolución). En 1895 colabora en la
redacción de El Mercantil Valenciano y en Bellas Artes.
Se instalará en Madrid. Jugando con el periodismo empezó a
firmar con los seudónimos: Juan Lis, Fray José,
Ahriman, Cándido, hasta encontrar en 1904 el de su gusto:
Azorín (Azor, ojo avizor), tomado del personaje de su novela
Antonio Azorín (1903). El apellido Azorín es frecuente en
la comarca del Alto Vinalopó, en la guía telefónica de Alicante
(2004) capital aparecen 44 personas con ese primer apellido,
19 en Novelda y 4 en Monóvar.
Azorín esta considerado
uno de los más exquisitos y refinados escritores del último
tercio del Siglo XIX y mitad del XX, periodista vocacional,
inventor de la crónica parlamentaria y quien acuñó la
denominación de origen, si se me permite la expresión:
«Generación del 98», también la de El Grupo de los Tres (Pío
Baroja, Maeztu y el propio Azorín). Fue un escritor prolífero,
cultivó todos los géneros literarios, incluso la poesía en sus
primeros años como ya demostrara el escritor José María
Merino en diciembre del 2002, en el Casino de Monóvar con el
libro Cumpleaños lejos de la Casa (Obras Completas).
Su oficio y del que
vivía fue el periodismo, apasionado de la política, diputado por
cinco ocasiones: Ponteareas (PO) en 1914, por Sorbas (AL) en
1916, y Subsecretario de Instrucción Pública.
José Ferrándiz Lozano,
azoriniano y autor de Azorín. La cara del intelectual entre
el periodismo y la políticas, (2001). Nos comenta en un
artículo aparecido en el Diario «Información» de Alicante, 22 de
enero 2005, que:
«La locura que Azorín tuvo
por el Quijote es un ejemplo extremo, válido para alguien como
él que hacia 1955, a sus ochenta y dos años, declaró en una
entrevista que lo tenía leído diez o doce veces; ni siquiera fue
capaz de precisar».
Azorín es uno de los
escritores alicantinos más conocidos junto a Gabriel Miró y
Miguel Hernández (Luis Beresaluze en su libro Trinidad de la
palabra, Ecu 2003, donde se relata de una forma original las
tertulias semanales en el Cielo de los tres escritores). Los
primeros años fueron difíciles y duros, logró colaborar en El
País, El Progreso, después en otros de más
importancia y difusión, como El Imparcial; luego, durante
muchos años, en ABC; también en revistas, como Revista
Nueva, Juventud, Arte Joven, Alma Española y España;
en el Diario de la Marina de La Habana y otras
publicaciones hispanoamericanas. Fue objeto de un homenaje en
Aranjuez el día 23 de noviembre de 1913, organizado por Ortega y
Gasset y Juan Ramón Jiménez, al que se sumaron la mayor parte de
la intelectualidad española, solidarizandose con él por sus
intentos fallidos de entrar en la Real Academia Española, que al
fin consiguió en 1924 a través de su amigo el conservador
Antonio Maura, con el discurso «Una hora de España» uno de los
más largos dados en la Academia, y que ha sido comentado por
José Montero Padilla, en la colección Cástalia Didáctica nº 33,
Madrid, 1993. Existe un libro antiguo y de ocasión que
actualmente vale 150 euros en Librería Renacimiento titulado:
Fiesta de Aranjuez en honor de Azorín. De varios autores,
incluido Azorín, de la Residencia de Estudiantes, 1915, Madrid,
1ª edición. 20x13. 96 pág.
Actualmente entre los
más destacados expertos sobre Azorín se encuentran: José Payá
Bernabé, José Ferrándiz Lozano, el hispano estadounidense Inman
Fox, y su biógrafo Santiago Riopérez Milá.
Autor de numerosas
crónicas parlamentarias, ensayos, novelas artículos (5.500), que
utilizó en sus libros. Castilla (1912) uno de sus libros
más célebres y que mejor definen su estilo conciso y donde nos
muestras su magisterio, de pintar paisajes impresionista con su
pluma de orfebre.
Hemos de destacar el
amor de Azorín por la obra cervantina que nos legó artículos
repartido en sus múltiples ensayos críticos literarios. Algunos
de ellos los podemos leer en la edición de ErlY Danieri
Visión de España Colección Austral nº 226, primera edición
de 1941, se trata de una antología de breves artículos
azorinianos, entre los que se hallan los dedicados a Cervantes y
al Quijote «El caballero del verde gabán» y «Cervantes y José
Hernández», El libro mejor acogido será, sin duda La ruta de
don Quijote (1905), y, posteriormente con motivo del año
jubilar cervantino 1947, por el nacimiento de Cervantes
(1547), vieron la luz dos volúmenes: Con Cervantes,
(1947) y Con permiso de los cervantistas (1948),
108 breves artículos en extensión. El buen Sancho
(1954). Que como comentó Ángel Cruz Rueda, el primero consta de
recopilación de escritos anteriores más veinticinco nuevos en
1935 a 1944, el segundo datan de 1944 a 1947, insertos en prensa
y otros inéditos. Sería muy deseable recopilar toda la obra
cervantina de Azorín en un libro con motivo de este fugaz cometa
del IV Centenario.
Leyó Azorín una
conferencia en el Ateneo de Madrid, en abril de 1905, titulada
«Don Quijote en casa del caballero del Verde Gabán», donde
preguntó a los asistentes:
«¿Qué creéis que importa
más para el aumento y grandeza de las naciones: estos espíritus
solitarios, errabundos, fortalecen y peregrinadotes del ideal, o
estas otras prosaicas, metódicas, respetuosos con la
tradición...?»
AZORíN
EN LA RUTA DE DON QUIJOTE
Tras leer una mínima
parte de su extensa obra, para mí su libro La Ruta de don
Quijote, 1905, recopilación de 15 crónicas en un viaje que
hizo a los santos lugares de La Mancha para conmemorar el III
Centenario, es mi libro de cabecera, que fue escrito por encargo
de don Manuel Ortega Munilla, propietario y director del
periódico madrileño El Imparcial, según notas de José
María Martínez Cachero (Cátedras, nº 214, p.17): «Será en este
año de gracia de 1905 cuando el deseo se haga realidad con la
invitación de Ortega Munilla para que Azorín viaje por y
escriba sobre la Mancha de Don Quijote». Obra estudiada
con rigor por José María Martínez Cachero en la introducción de
el ya mencionado libro de Cátedra.
La Ruta de don
Quijote, una suma de crónica de viaje y crítica o
ruta literaria, diario íntimo, con un estilo modernista,
recreación de los lugares míticos manchegos a través de una
técnica detallista y minuciosa, concesiva y perifrástica, donde
usa los tiempos verbales absolutos del presente, un tono
personal y personalizado, para darle a la crónica una inmediatez
de acción, una proximidad al lector que de otra forma no se nos
daría, y esa técnica de repetir hasta la saciedad los nombres de
los personajes, un tanto anodino y melancólico, con la que
quiere hacernos recordar que son crónicas o entrevistas a las
gentes abúlicas de una Mancha pobre y sin noticias, y acercarnos
a la verdad íntima y humana a través de pintar paisajes con la
pluma, y a todo ello se le suma un vocabulario rico en términos
agrarios.
Azorín tenía 32 años
cuando viajó a la profunda Mancha, por encargo del director de
el Imparcial, don Manuel Ortega Minilla, publicaciones
que salieron entre el 4 y el 25 de marzo de 1905. A Azorín no le
pareció muy bien el encargo periodístico, porque además, a
primeros de siglo era peligroso hacer el viaje, tanto es así que
don Manuel Ortega le dio un arma de fuego por si acaso se
encontraba con bandidos por los caminos que antes fueron dominio
de don Quijote y Sancho. Con cierta desgana emprende el viaje
acompañado de un antiguo repostero [reportero sería lo más
lógico] llamado Miguel, en tren hasta Alcázar de San Juan, donde
alquilaron un carrito tirado por una yegua pequeña hasta
Argamasilla de Alba. En realidad Azorín no llegó a Cinco Casas
como escribe en La ruta..., nos los contará años después
en su libro Madrid (1941). Tomo la nota 57 de la
introducción de Martínez Cahero:
«En Alcázar de San Juan alquilamos un carrito; no había
entonces automóviles; si los hubiera habido, no nos hubiesen
servido; los caminos no los permiten. En un carrito que guiaba
un antiguo repostero [llamado Miguel] que vivió y trabajó en
Madrid, hicimos todo el viaje por pueblos, campos y aldeas de la
mancha...»
Su malestar por el
viaje de cronista de encargo nos lo repite Azorín por dos veces
en La Ruta... Al principio de la I Partida escribe me
siento con un gesto de cansancio, de tristeza y de resignación
(línea 4 y línea 16, Cátedra, nº 214). Es una crónica de
abatimiento y melancolía, posiblemente debido a su desgana o
desagrado por viajar a una tierra peligrosa, también nos dirá:
yo tengo una profunda melancolía. Empieza comentando que
se encuentra en un cuarto diminuto, otras veces un modesto
mechinal o habitación muy pequeña. Azorín vive en una pensión de
Madrid (creo que en calle Barquillo) que regenta Doña Isabel, la
casera o patrona como se solía decir, una anciana enlutada,
limpia y pálida. No nos informa de si es viuda o casada.
La ruta de Don
Quijote está dedicado a un tal don Silverio residente en El
Toboso, propietario de una colmena, autor de un soneto
«alambricado» a Dulcinea y de una sátira terrible contra los
frailes. Este don Silverio mantendrá un diálogo con el cronista
en el capítulo XIV, al quien define como el tipo más clásico de
hidalgo que ha encontrado en tierras manchegas. Era el
maestro, llevaba «treinta y tres años adoctrinando niños».
En el capítulo I,
titulado La Partida, empieza el personaje, el propio Azorín,
llamando a gritos a doña Isabel, no sabemos muy bien para qué,
la anciana mujer sube a la habitación y mantienen una banal
conversación, ella le pregunta que adónde se marcha, puesto que
ha visto «la maleta que aparece en el centro del cuarto» y le
responde con pesar, entristecido y resignado, que no lo sabe,
luego ella le advierte casi como una enfermera que «esos libros
y esos papeles que usted escribe le están a usted
matando». Azorín le responde con altos ideales mesiánicos «tengo
que realizar una misión sobre la tierra» como un predestinado
caballero andante
Un suspiro de Doña
Isabel «¡Ay, señor!», le evoca en Azorín una visión de los
viejos pueblos y caserones vetustos, vocablo repetidísimo
por Azorín a lo largo de las 15 crónicas del libro, y en la
primera tres veces. Es una de las palabras usadas por Leopoldo
Alas «Clarín» en La Regenta: «Vetusta, la muy noble y
leal ciudad, corte en lejano siglo...», que aparece en la
primera página de la novela. Lo que presupongo es un
reconocimiento de Azorín hacia Clarín, el cual en 1897 hizo
«encomiástico juicio» de los artículos del alicantino.
Azorín se siente
condenado por tener que escribir, encadenado al destino de
escribir. Pero quizá, fue este estilo pesimista, la idea que
buscaba comunicar al lector, la de una Mancha pobre, pobre y
triste, pobre y labriega y destartalada como la propia figura de
ciprés lánguido y seco del Caballero de la Triste Figura, y
ridículo caballero andante.
El capítulo II, La
Marcha, está contado desde la fonda de Xantapía, cuya dueña es
viuda de Argamasilla de Alba. Nos hace un flash back del viaje
en tren desde Madrid hasta la estación de Cinco Casas. Hubo
una línea férrea entre Cinco Casas y Tomelloso, con una estación
intermedia en Argamasilla de Alba, que se abrió el 15 de febrero
de 1914, por ello, evidentemente, Azorín no tomó este tren que
le hubiera dejado en el apeadero de Argamasilla. Tenía la línea
19,250 Km, y tres puentes metálicos. Se suprimió el servicio de
viajeros en abril de 1971. Continuó como tren de mercancías por
la línea de régimen de maniobras. El último tren especial
«Manantial del Vino» pasó el 5 de abril de 1987. Ha sido una
constante e inútil reivindicación de la Asociación Manchega de
Amigos del Ferrocarril. Se pactó una Vía Verde, que los
Ayuntamientos no han cumplido hasta la fecha. Recojo la pérdida
de esta línea como homenaje a Azorín que tanto amor tenía
por los llamados «caminos de hierro» como lo demuestra en su
libro Castilla.
Azorín no entró en la
Fonda Museo del Ferrocarril de Alcázar, de lo contrario hubiera
comentado, necesariamente, sobre los azulejos del zócalo de la
sala cafetería, son mil azulejos sevillanos fabricados en 1875
con diferentes escenas pintadas a mano, a modo de cliché de una
película, con toda la obra del Quijote. Una verdadera
joya del mosaico andaluz. En el primer azulejo vemos un retrato
de Cervantes y en el siguiente la primera frase: En un lugar
de la Mancha...
En el capítulo III nos
hablará el cronista de la historia y origen de Argamasilla de
Alba, «la fundó don Diego de Toledo, prior de San Juan; el
paraje en que se estableciera el pueblo se llamaba Argamasilla;
el fundador era de la casa de [los Duque de] Alba», y amplios
datos tomados de Las Recopilaciones topográficas de los
pueblos de España, encuesta mandada a hacer por Felipe II en
1575, cuyo manuscrito se encuentra en la Biblioteca del
Escorial. Nos hablará de los académicos: don Cándido, don Luis,
don Francisco, don Juan Alfonso y don Carlos. Dice Francisco
Villagordo Montalbán, que don Cándido y don Luis existieron
realmente y se llamaban de apellido Montalbán (nota 14, p-97, de
Cátedra nº 214). Los académicos de Argamasilla fueron seis según
el pergamino que había en la caja de plomo, al final de la I
Parte del Quijote: El Monicongo, el Paniaguado, el Caprichoso,
el Burlador, el Cachidiablo y el Tiqquitoc, cuando se abre la
caja de plomo. Por ellos los eruditos cervantistas, entre ellos
Clemencín, Hartzenbusch, y el propio Azorín consideraron que
Argamasilla debía ser ese lugar de la Mancha de cuyo nombre no
quiero acordarme. La anotación 52 del murciano don Diego
Clemencín (Editorial Alfredo de Ortells, Valencia, 1998), donde
escribe:
«La idea de una Academia
existente en la Argamasilla lleva evidentemente consigo la de
burlarse de sus moradores, y más en el tiempo de Cervantes, en
el cual estos cuerpos eran raros hasta en las cortes y ciudades
más populosas y cultas».
Los capítulo VII y VIII,
se los dedica a Puerto Lápice, sale con Miguel a las seis de la
mañana, sin embargo, don Alonso Quijano salió solo, sobre
Rocinante, una mañana del caluroso mes de julio por la puerta
falsa de un corral con grandísimo contento y alborozo, (Capitulo
II de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha). Muy
al contrario del ánimo de Azorín que se quejaba de los
madrugones. Puerto Lápice dista unos 30 kilómetros,
aproximadamente, pasaron al medio día por Villarta [de San
Juan], y si se regresa en el mismo día son 60 kilómetros. En ida
y vuelta tardó veinte horas de carro. Nos dice Azorín que un
camino cruza hacia Manzanares, esta localidad queda a unos 25
kilómetros al sureste de Argamasilla, y el suceso del criado
Andrés azotado por su amo Juan de Huidobro, vecino de Quintanar,
el Quintanar más próximo es el del Rey y está en la provincia de
Cuenca.
En el capítulo IX y X,
irá a Ruidera y a la cueva de Montesinos, pasa por el
abandonado castillo de Peñarroya, encuentra un viejo batán
abandonado «mudo, envejecido, arruinado». Para la cueva se dejan
aconsejar por un guía «caminando a lomos de rocines infames».
Bajan a la cueva provisto de unos hachones sin necesidad de
sogas, y observa que salen grajos, cuervos o murciélagos, tal
como escribiera Cervantes en el capítulo XXII de la II Parte.
Los capítulos XI y XII,
se los dedica a los molinos de viento del Campo de Criptaza
donde pernocta una noche en una fonda de la que no da nombre,
pero sí del nombre de una moza que se llamaba Tránsito. Al día
siguiente nos hablará de los sanchos de Criptaza, donde conocerá
a don Bernardo, músico que había compuesto un himno a Cervantes
para que se cantara en el Centenario, cuyo himno ha de oír
nuestro cronista de puro compromiso, la pesadez propia del novel
ante un profesional de las letras:
Gloria, gloria, cantad a
Cervantes
creador de Quijote inmortal...
creador de Quijote inmortal...
En el capítulo XIII
entra en El Toboso: «El Toboso ya es nuestro. Las ruinas de
paredillas, de casas, de corrales han ido aumentando; veis una
ancha extensión de campo llano cubierta de piedras grises, de
muros rotos...». Nos contará la historia de la dueña de
la casa de la supuesta Dulcinea doña Aldonza Zarco de Morales.
Nos dice que la calle principal de llama del Diablo, la verdad
es que este pueblo, si es que en verdad estuvo en él Azorín, no
le dio buena impresión. Nos habla de los Miguelistas que no
son otros, sino aquellos que creen que el abuelo de Miguel era
del Toboso, y donde aparece don Silverio el maestro, a quien se
le dedica La Ruta de don Quijote. Y se toma la idea de
que Miguel era de Alcázar, por la teoría ya desechada del
alcazareño don Francisco Lizcaino y Alaminos que en 1892 publicó
un libro donde de habla de la partida de bautismo de un tal
Miguel de Cervantes nacido el 9 de noviembre de 1558.
En el último capítulo XV,
titulado Exaltación de España, en sin duda una reivindicación
evidente de los valores nacionales, ante una situación histórica
decadente como la del ya comentado Desastre del 98. Comienza
diciendo «Quiero echar la llave [acabar], en la capital
geográfica de la Mancha, a mis correrías». Azorín no entró en la
Fonda Museo del Ferrocarril de Alcázar, de lo contrario hubiera
comentado sobre los azulejos del zócalo de la sala cafetería,
son mil azulejos sevillanos fabricados en 1875 con diferentes
escenas pintadas a mano, a modo de cliché de una película, con
toda la obra del Quijote. Una verdadera joya del mosaico
andaluz. En el primer azulejo vemos un retrato de Cervantes y en
el siguiente la primera frase: En un lugar de la Mancha...
Al final del libro aparece el artículo «Pequeña guía para los extranjeros que nos visiten con motivo del centenario» que es un artículo suyo: «The time they lose un Spain», que había sido escrito un año antes en 1904 para el diario España, y que Azorín se lo atribuye a un imaginario y extraño doctor Dekker que vive en Madrid y está encantado pero no deja de hacer anotaciones en su «diminuto cuaderno» el tiempo que tardan los españoles en servirle y lo que tardan los tranvías. En la edición de 1951 consideró inadecuado el anterior y los sustituyó a modo de epílogo por «Apéndice gazpachero» que ya había sido publicado para el Crisolito de Aguilar, en un alarde de extrañas receta gastronómica/literaria sobre el gazpacho manchego y su origen, y la receta de una tal María de los Llanos (una tal María de los Llanos de Albacete) del aceite de almazara, la torta sin levadura tostada por fuera, «palominos y aves de corral o caza de pelo [liebre o conejo de mote] o pluma, y seguidamente se cuece la carne sin el aceite. Con el aceite reservado se refríen trozos de jamón o tocino». Y también nos hablará del gazpacho viudo, sin carne. Al que se le puede añadir «una ensalada de amargón» según Antonio, el manijero (capataz) de Hinojar (Murcia), cerca de Lorca. A la receta le falta especificar las cantidades y los tiempos de cocción, y un riego de vino de la Mancha, un Cepa Ineo de Crianza, no obstante lo mejo es hacer la ruta gastronómica manchega.
EL
TOBOSO HOY
Un siglo después, el 25 de
septiembre 2004, cuando he visitado «la gran ciudad» El Toboso
(Toledo), veo que es un próspero pueblo limpio y con rincones
llenos de encanto y silencio. Viñas donde los labradores recogen
la uva, «floresta, encinas o selva», manchas de pinos. Frente a
la iglesia parroquial de San Antonio Abad con dos portadas
renacentistas y una torre herreriana, se sitúa el Centro
Cervantino con un Museo de ediciones de El Quijote que
abrió sus puertas en 1983, donde hay una biblioteca única de
ediciones del mundo (el más antiguo de 1754). Fue su alcalde don
Jaime Martínez a quien se le ocurrió la idea en 1927 de pedir a
cada embajador destacado en España un ejemplar editado en su
país y firmado. Hoy es Natividad Martínez su mentora y
alcaldesa. El viajero puede visitar dos museos: La Casa-Museo de
Dulcinea que perteneció a Doña Ana Martínez de Morales, de ahí
el nombre de Dulcinea (Dulce Ana), y el Museo de Humor-Gráfico
Dulcinea con una colección de ilustraciones humorísticas cedidas
por el dibujante gráfico Mena, Mingote y otros.
INVITACION AL QUIJOTE
Con el libro
Encuentros en el IV Centenario quiero sumarme, dentro de mis
posibilidades, al IV Centenario, y dejar la huella latente de mi
amor por la obra cervantina con mi poco saber y mis torpes
dibujos. Pero antes de finalizar me gustaría hacer unas breves
reflexiones y argumentar una invitación a la lectura de El
Quijote, no ya porque la coyuntura de la efeméride nos
invite a ello, sino por el aprendizaje de la vida que nos deja
la lectura del gran molino de los libros, y a la vez, nos
abre los ojos y nos descubre un mundo de no-ficción, sino real
con una vigencia palpable sobre la conducta, más oculto y
secreto del ser humano.
Aunque la filosofía de
la realidad sea una pura apariencia, pues ya Ortega y Gasset
introdujo el tema de la realidad y sus diversos sentidos:
«cuando buscamos la realidad buscamos la apariencia». Para el
filósofo la realidad era una incómoda palabra, estaba convencido
de que los objetos materiales poseen una tercera dimensión que
ni la vemos ni la tocamos. Y es aquí a donde yo quiero llegar, a
sentir y percibir la tercera dimensión del Quijote.
Porque como expuso
Menéndez Pelayo, según notas de Alberto Navarro: «no es libro
triste y demoledor, sino de exaltación y de fecunda síntesis, es
decir, el último y mejor libro de caballerías y el primero e
insuperado modelo de la moderna novela realista». Y tiene razón,
no es un libro triste, a pesar de las burlas y ofensas que
recibe Don Quijote. Cuanto estas burlas nos provocan risas es
porque no somos solidarios, o es que, por el contrario, alguna
vez fuimos objetos de ellas y tomamos nuestra particular
venganza.
El título para este artículo
lo he tomado prestado de un libro de Antonio Gracia, titulado:
Ensayos Literarios, Apuntes sobre el amor, editado por el
Instituto de Cultura Juan Gil-Albert de Alicante, 2001, (pg.
39-40). Por entender que su contenido resume de alguna forma
todo o parte de lo que intento proponer aquí. Nos dice Gracia,
que Alonso Quijano es un hombre que vive, como hoy, en una
sociedad alienatoria que excomulga a los fieles a sí mismos y
encumbra a los mestizos del honor.
Mario Vargas Llosa en su
discurso de los premio Cervantes (1994), dijo que «El Quijote
como la Odisea, La Commedia [La Diniva Comedia] o
el Hamlet, nos enriquecen como seres humanos,
mostrándonos que, a través de la creación artística, el hombre
puede romper los límites de su condición y alcanzar una forma de
inmortalidad».
Es cierto que la
sociedad ha cambiado a lo largo de estos 400 años, no obstante,
a pesar de los adelantos tecnológicos y económicos y el
bienestar social alcanzado, creo, y es mi parecer, que no han
cambiado los sentimientos profundos ni las debilidades humanas.
Continuamos practicando la envidia, la insolidaridad, la burla y
el abuso sobre el débil, la risa sobre los locos, la picaresca
en los negocios de la oferta y la demanda, y si es posible
introducimos la estafa, el engaño o el hurto, continuamos
practicando el ritual de las apariencias y del qué dirán, el uso
de las recomendaciones, el abuso del patrón o del poderoso, que
premian a los necios y se olvidan de los honrados, la
discriminación de la mujer, la reverencia al clero o a los
alcaldes y concejales o instituciones en busca de sus ayudas o
limosnas, la desconfianza y el recelo ante el Estado o ante la
Administración, seguimos reverenciando el prestigio de los que
tienen poder, cátedras, títulos nobiliarios o académicos. Y me
pregunto, ¿en qué sentimientos hemos mejorado o superado a lo
largo de estos 400 años?
Hemos aprendido que para
resistir ante esta agresión de los poderes sociales,
económicos, políticos y mediáticos, hay que mostrarse un poco
loco o «pasar», como se suele decir vulgarmente. Porque es
evidente que los locos, beodos y los niños tienen patente de
corso para decir lo que les parece sin recibir la censura que se
le puede permitir a los cuerdos. Pero, tras la revolución
industrial, hemos aprendido formas nuevas de convivencia, como
el poder del sindicalismo y que la unión hace la fuerza.
A través las
generaciones que nos precedieron, nos ha llegado un legado
irreemplazable que son valores reales y ciertos para el análisis
y examen de nuestras conciencias, y parte de este legado es
gracias al ingenio y la imaginación de Cervantes, que a través
de sus obras nos ha abierto una ventana, una tercera dimensión a
la realidad aparente, un punto de observación desde donde
asomarnos y vernos a nosotros mismos, y nos riamos de la
futilidad de la vida que no es más que el quijotismo de los
españoles, y a la vez es nuestra idiosincrasia a la que no
debemos renunciar, puesto que ella nos hace ser reconocidos en
el mundo como un doblón con garantías.
A lo largo de estos
cuatro siglos, su prestigio ha dado lugar a la creación de
varias instituciones que llevan el nombre de Cervantes, como por
ejemplo el Instituto Cervantes, dirigido actualmente por César
Antonio Molina, que despliega por el mundo la enseñanza del
español: una lengua para sentir y pensar. Tampoco olvidemos el
importante Premio Cervantes de Literatura celebrado en la
Universidad de Alcalá de Henares que se entrega cada 23 de
abril, desde donde con un criterio exhaustivo se reconoce y
premia el trabajo y la labor de intelectuales y escritores en
beneficio de la lengua española. Premio que anualmente se
alterna con los escritores hispanoamericanos.
La influencia o
proyección mundial que ha ejercido Cervantes a través del
Quijote sobre filósofos, pintores, músicos, escritores,
cineastas, teatro o pensadores internacionales es la prueba
convicción de la veracidad del mensaje cervantino que, como un
venablo de ideas, llega a impactar en la sensibilidad creadora
del hombre como elemento inherente al arte y a la vida misma.
Por ello, los
inequívocos valores espirituales que obtenemos o que nos
proporciona la lectura del libro de los libros o el molino de
los libros o joya manchega, son los motivos
irrefutables para recomendar una invitación a nuestro Don
Quijote eterno, y a una nueva meditación que restablezca
la luz y el orden en el retablo de nuestras imperfecciones
humanas, con una nueva esperanza ante esta equivocada doctrina
bélica tan de lamentar.
¡Dejadme la
esperanza!, escribió el poeta universal oriolano Miguel
Hernández en su poema: «Canción última» de su libro El hombre
acecha (1939).
Alicante, 12 de abril
2005
En campamento lo puse durante una semana en el Hotel la Colgada de la laguna de Ruidera, como lis dulces llamados ruideritos, lis atascaburra, los duelos y quebrantos...
En campamento lo puse durante una semana en el Hotel la Colgada de la laguna de Ruidera, como lis dulces llamados ruideritos, lis atascaburra, los duelos y quebrantos...