Autor Ramón Fernández Palmeral
(Retratos del autor. Ramón Fernández Palmeral)
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http://www.amazon.es/El-cazador-del-arco-iris/dp/1517221919
5.5" x 8.5"
(13.97 x 21.59 cm)
Black & White on Cream paper
430 pages/ páginas
ISBN-13:
978-1517221911
(CreateSpace-Assigned)
Black & White on Cream paper
430 pages/ páginas
ISBN-10: 1517221919
BISAC: Fiction / Biographical
Los habitantes de esta humilde aldea eran depositarios de un secreto, sober la teletransportación de las almas. Secreo que no puedo revelar en esta introducción.
52/ Cuando yo cumplí dieciocho años de
edad, me enteré de que era de la quinta del biberón y los Nacionales me
llamaron a filas, por un oficio sellado de la Caja de Reclutas que me trajeron en mano la Guardia Civil de
Cómpeta. Empezó para mí el Alzamiento Nacional, el alzamiento interior de mi
vida, el cambio no esperado. Serví seis años en el Ejército de los Nacionales
porque Málaga había sido tomada por Franco en febrero de 1937 y estábamos bajo
su control de reclutamientos. Fue cambio total en nuestras vidas y en el bello
valle de Acebumeya. Perdimos la inocencia y los años bucólicos de un vivir en
felicidad, se acabaron, vino la tragedia y el acero de la guerra civil. En aquella aldea no sabíamos muy bien por
dónde iba el tajo de la guerra, dijeran que había empezado en Canarias y en
Sevilla, que entró por el Sur y que iba para el Norte en un cerco sobre Madrid
y cercando también Barcelona republicana después de la Batalla del Ebro. El tío
Sebastián Fernández llegó a estar en los
dos bandos: primero en el republicano y luego en el Nacional. A José Castillo, le
pasó lo mismo y acabó muerto en Leningrado alistado en la División Azul. A
otros vecinos los detuvieron por republicanos, pero no fusilaron a nadie
La Noche de las Lumbres del año 1938, que se celebra el 8 de septiembre, mis quintos: Darío
Platero, Plácido Martínez y yo, nos juntamos para hacer la despedida en la
placeta de la Acebumeya frente a la ermita.
Se acercaron ni novia Carmela y su hermana Salvadora con su hermano José
y otros amigos y vecinos. Después de comernos un arroz con dos gallos, luego
empezamos a jugar al “anillico” con las mozas que se acercaron a despedirnos
ante una muerte anunciada. Cerca del fuego de una hoguera hecha de pencas secas,
aulagas, ramos de olivos y algún prohibido sarmiento medio hurtado, (ya que los
sarmientos y las cepas no se podían quemar para diversión ya que era el
combustible de todo el año en el hogar). Unos tocando la guitarra por Alamino,
otros la caracola, las dos cucharas, otros una zambomba de pellejo de conejo,
de gato dicen que son las mejores, Baldomero, el sobrino, raspaban la botella de anís con un tenedor,
Antonio el de Paco Sánchez bailaba muy bien. Yo que siempre fui tímido con la
mujeres me acerqué a Carmela, a la que hacía años pretendía y me declaré en la
boda de su hermana Virtudes A las
mujeres les gustan los hombres
decididos, varoniles y duros, y no los sentimentales como yo. Parejas de
mujeres bailaban cogidas entre ellas y algún matrimonio joven. La noche parecía vestida de inocencia en aquel
lugar bendecido, alguna vieja enlutada
se asomaba a la ventana para criticarnos. Aquí fue donde besé por primera vez a
mi novia, cerca del algarrobo del cárabo. Ella se puso colorada. Tenía dieciséis
años.
Cuando se acabó el baile y la música, los
mozos nos quedamos solos a nuestras anchas, le cogimos la burra al tío Manuel, el Botanas, para jugar a las cintas, es
decir, a ver quién tenía el acierto de meter un palo por una arandela con una
cinta enrollada en una cuerda montados en la burra y hartos de vino. Ya de
madrugadas nos fuimos al arroyo cerca de la cueva de Pandura, Dieguito se
encargó de hacernos un conejo frito al ajillo con mucho vino, cuando nos lo
comimos empezó Dieguito a aullar: miau, miau, miua. Y todos a devolver, porque el conejo era un
gato que nos daba mucho asco. Pues aquí no era de costumbre comerlos, aquellos gatos de la Acebumeya eran
verdaderos salvajes, se alimentaban de lo que cazaban en las zarzas, y ya
sabemos lo que habita entre los
matorrales de los arroyo. Creo que soy capaz de comerme un lagarto, que
dicen saben a pollo, ancas de ranas, una culebra, pero con un gato ni un perro nunca jamás. Y
allí vomitando acabó la fiesta de los tres quintos que se iban a hacer el
servicio militar, y después a la guerra.
Aquel campo dominado ya por los
Nacionales sacó de sus casas a los últimos jóvenes para llevárselos a la
guerra, aquella noche de lumbres en los que se quemaban los restos de un verano
de trabajo, sería, para el futuro, no ya
una llama en el recuerdo sino, el tatuaje de su rescoldo, las cenizas de
una herida, la vida se apaga coma las ascuas, poco a poco, como los amores que
se van marchando sin decir adiós, sin una despedida como respuesta. A partir de
esa Candelaria, nunca jamás, la vida en la aldea sería igual que antes, ni para
mí, ni para los demás vecinos. Pero no hicimos como los quintos de Agrón que la
quinta entera se marchó a la sierra para no ir a la guerra.
Mi padre me llevó a Cómpeta para que me
midieran en diciembre de 1938, así es como se le decía al acto de pasar un
reconocimiento médico y tallarte para alistarte en el Ejército Nacional, era el
segundo hijo que mi padre llevaba para entregarlo a las Autoridades militares,
a su Miguel ya lo llevó dos años antes, esperando siempre cartas, que llegaban
siempre sin remite porque nunca sabía a donde iba a estar al día siguiente, en
la próxima batalla no pienses en mí, no pienses en que estoy muerto o herido
bajo las estrellas de un cielo que no entiende nada de lo que bajo él se juega
el hombre contra el hombre. El hombre acecha al hombre. El hombres es un lobo
para el hombre.
Mi padre se levantó muy temprano,
se afeitó aquella mañana serenamente, mirando al roto espejo que colgaba de una
tomiza en la cocina a la luz del candil, con la cuchilla nueva Palmera, una que
guardaba en un sobrecito para ocasiones especiales, la metía con cuidado en una
maquinilla a la que se apretaba la hoja con una rosca para que se arqueara y
tuviera mejor ángulo de corte, aquella maquinilla era de un material ligero de
colamina y exclusiva de él que no la
podíamos usar los hijos, siempre se quejaba de que se la usábamos a escondidas,
nos tenía prohibido bajo la más severa de las advertencias de que no podíamos
usar aquella cuchilla de corte mágico para afeitarnos nosotros; se puso mi
padre su camisa negra de luto y su sombreo también del mismo color del llanto,
porque ni padre siempre vistió de negro. Una vez que terminó mi padre me afeité
yo en el mismo agua del palanganero o jofaina que había dejado él, con la vieja
navaja de afeitar después de darle unos pases sobre el cuero, podíamos hacerlo
con su navaja de afeitar sin mellarla, la cual suponía un gran esfuerzo meterla
por el buen camino del corte suave.
Por una parte estaba yo contento por
salir de aventuras, todo viaje con incidentes es una aventura, a donde fuera,
la cuestión era salir de las faldas de la madre, porque llega un momento que
uno tiene que tomar un camino de vida íntima y privada, la estrechez de la
jaula te obliga a volar, en cambio, hoy, los hijos viven tan bien en casa que no se
quieren marchar.
Llegamos a Cómpeta por el camino que
cruza el río de Torrox, y las adelfas se aletargaban a nuestro paso en una
procesión de manos verdes que saludaban el adiós, olía a cierta humedad, el rumor del río nos dejaba sordos, era
todavía oscuro y la boca me sabía a alegría y a liberación. Por el
viejo camino de arrieros nos encontramos a otros hombres también
arreglados y afeitados, y el ir afeitado ya daba a entender que se trataba de
un viaje por obligaciones. Sin muchos
remilgos ni exclusiones nos tallaron en el Ayuntamiento, un sargento del
Ejército con una cicatriz bajo el ojo pero con una voz de señorita sentado en
el despacho del secretario que por un día había sido confiscado, me tomó los
datos de mi filiación, me midió al altura, 1´90 casi nada, y un médico me
estuvo auscultando el pecho y me miró
los pies descalzos. Acabada nuestra
obligación nos quedamos en Cómpeta para visitar al tío Manuel, hermano de mi
padre, comimos en su casa ese día todos en silencio como si me fueran a matar
de seguro en la guerra, mientras ellos
hablaban de cosas serias, me llamó la atención un gorrión, se subió en la mesa
y estuvo comiendo en el mismo plato del tío sin ningún temor, mi forma de pensar demostraba que era un crío
todavía.
Cuando me entregaron la carta de que
estaba útil para el servicio de las armas,
que sentí glorioso y magnífico, era un reconocimiento a tu ego, eres útil para las
armas y no un inútil. El Ejército Nacional había encontrado un buen talludo
porque yo media 1'90 de alto, me destinaron al Campamento Benítez, Regimiento
de Oviedo número 38, 7º Compañía de
Málaga. Me iba al servicio militar
y de seguro a pegar tiros en cualquier
frente, la guerra había llamado a la puerta de todas las familias como un ángel
que marcara con sangre de cordero las puertas de los que les ha tocado servir,
servir a la Patria, sin saber muy bien qué era la Patria. Baldomero, el de la Enciclopedia, de sentimientos
republicanos, no se pudo callar en la Taberna, se los llevan como lo que son, como corderos sin ideales, como no
tienen que pagar por ellos, morirán como chinches.
Carmela y yo no habíamos formalizado en
serio nuestro noviazgo, pero aún, no le había pedido la mano a sus padres que a la vez eran mis tíos. Me
quedaba para un rato de vergüenza, pues
mi timidez podía conmigo, pero no con mi voluntad. Aunque si lo pensamos toda
la vergüenza se acumula al pretendiente cuando
no tiene nada que ofrecer a cambio,
la seguridad supone dar. Palabra muchas, insinuaciones miles, besos
ninguno, y mi corazón se me reventaba como un globo lleno de agua por ni novia. Temía al marcharme que cualquiera me la podía
quitar o pillar como también se decía, la podía perder sí no era capaz de
pedirle relaciones formales a sus padres. Nosotros nos queríamos mutuamente. Pero
esto no era bastante: quererse, había que formalizar nuestro noviazgo para yo
poderle escribir cartas. Así que una tarde
noche, después del trabajo, ya me faltaba pocos días para irme con mis quintos
al Campamento Benítez, me afeité con el sentimiento de quien tienen por delante
obligaciones ineludible. Le conté a mi
madre lo que pensaba hacer aquella tarde, al saberlo, ella se enfureció
como una corneja, no quería más primas hermanas en la familia, ya estaba bien de juntar la sangre, busca a
una en Frigiliana que las había muy hacendosas y bonitas.
Pero no sé lo que pasa que, en cuanto te
prohíben algo, te gusta más lo que deseas,
no madre, yo la quiero a ella, y voy a formalizar nuestra relación. No cedí. Siguió pensando que me dejara de
primas hermanas, no creyó que lo nuestra iba en serio, me hacía ver que los
tiempos no eran los de antes, que no había mujeres en la sierra, donde había más
mulas que mujeres. Se oponía a mi noviazgo, además mi hermana Dolores también
noviaba con su primo hermano Antonio, es
demasiado ¿qué diría la gente? Terco
como el más cabezota de todos los Simontes,
no le hice caso a mi madre ni a mi padre que era de la misma opinión. Marché
hacia el cortijo de Carmela, por la vereda hice ensayos verbales de declaración
de intenciones, dudaba y me volvía sobre mis pasos, recuperaba los pasos
perdidos, me preguntaba por qué hay que hacerle pasar este mal rato a un hombre
enamorado. Además, allí en el cortijo estarían todas sus hermanas y hermanos
pendientes de mi actuación, temía al guasón de mi futuro suegro, mi tía
Virtudes que a lo mejor pensaba como mi madre, se iban a reír todos de mí.
Temía hacer el ridículo. Qué hacía yo solo delante de todos mis, primos y
amigos a la vez, pensé: a lo mejor no me
querían como yerno.
La angustia y el desánimo querían apoderarse
de mí, pero yo mismo me decía: eres un hombre o qué coño eres, me
alentaba yo mismo para darme valor. Al
fin y al cabo si me tenía que casar no era con su madre sino con su hija,
ignoraba por entonces que el carácter de una persona consiste en hacer lo que
uno cree conveniente sin importarle la opinión de los demás, pero para que yo
llegara a esta premisa debieron pasar otros veinte años, con un gran esfuerzo de quien ha de superar
lo más difícil de las situaciones que hasta ahora se me habían presentado y
recordando palabras de otros pretendiente cuando tuvieron que hacer lo mismo que
iba hacer yo en esos momentos. Me presenté en el cortijo y tuve una iluminación:
la primera entrada sería que iba a
despedirme de ellos porque me iba a la mili y a la guerra.
Subí saltando la cuesta del lagar y los geranios reventones y superé el
último obstáculo de los escalones más empinados que nunca, y entré al cortijo
ciego ya con oscura tarde, pues como a Don Quijote, el cortijo me parecía un
palacete o almunia donde vivía mi amada... sigue