Hoy se cumple el cincuentenario de la muerte de Rainer María Rilke
(1875-1926). EL PAIS ha querido rendir tributo a una de las
personalidades más vigorosas de la literatura del siglo XX. José Luis
L. Aranguren relata su recorrido personal por la obra del poeta. Carlos
Barral analiza su influencia en la poesía española. Félix Grande se
explaya sobre las cartas de amor de Mariana Alcoforado y su repercusión
en Rilke. Carlos Gurméndez, por último, analiza la vida y la muerte en
la obra del escritor.
La suerte de la poesía y de la obra rilkeana en la sociedad literaria
española, en eI ámbito lector y en el mundo asimilador de los
escritores de versos, ha sido sumamente extraña. Mientras en los años
treinta la obra del poeta pragués constituía uno de los nervios de mayor
influencia en otras poesías, europeas y se multiplicaban las
traducciones al francés o las ediciones bilingües en Inglaterra
-pensamos en la evidente influencia que Rilke tuvo en el grupo de poetas
de la poetry of experience-, los poetas de la antología de
Gerardo Diego esa espléndida generación que se ha bautizado del 27, de
la Dictadura o de la República, no parecieron tener comer cio alguno con
la obra ya universal de uno de los mayores poetas del siglo. Es curioso
que después, en los años de la inmediata posguerra, cuando el alemán
devino -¡qué tiempos aquéllos!- lengua obligatoria, o prácticamente
obligatoria en los estudios secundarios, tampoco Rilke se hizo presente
por ningún resquicio. Las bibliografías dan razón de las abundantísimas
traducciones trasatlánticas de un señor Marcos Fingerít (El amante y otros relatos, 1941; Hermano y hermana. Novela praguesa, 1941; Los sueños u otros relatos, 1941; El libro de horas, 1942), y unas sospechosas Poesías escogidas, que incluyen una presentación del traductor francés Angelloz, 1942).
Ni yo, ni nadie que yo conozca vimos las versiones del señor Fingerit,
que aparte de traducir a ritmo desusado es de suponer que recurrió a
fuentes indirectas así parece confirmarlo el hecho de que la primera
traducción igualmente argentina, de los Cuadernos de Malte Leurids Brigge
(Losada, 1941) de Francisco Ayala hace notar ostentosamente en portada
que se trata de una traducción directa del alemán. Vi, en cambio, en
manos de José María Valverde, uno de los primeros rilkeanos de la
posguerra, una versión española de las Historias del Buen Dios, de tapas verdes, pero debió de ser tan clandestina que no figura en las bibliografías (Walter Ritzer, Rainer María Rilke´s Bibliographic. 1951). También recuerdo una traducción de Dic Weije der Liebe md Tod... título dudosamente traducido por El canto de la vida y muerte del corneta Cristóbal Rilke,
donde se sustituye estandarte abanderado o portainsignia por corneta,
lo que nos lleva a imaginar al místico antepasado del poeta como un
ridículo cornetín de órdenes (Vian, Buenos Aires, 1944), Rilke no
circulaba, no corría, como se dice en la propia Argentina, más que entre
los que habíamos aprovecha do un mínimo del alemán del bachillerato y
habíamos comprado algún tomito suelto de las colecciones populares de la
Ingel Verlag. El mito comenzó a crecer a fines de los cuarenta y cuajó a
partir de la traducción firmada por Torrente Ballester del Requieni y de Las Elegías del Duino (Madrid, 1946). La traducción no era perfecta pero era más que suficiente ayuda para asomarse al texto alemán a fronte.
Resulta raro que en una cultura oficial germanizada. Rilke no entra se o
lo hiciese tan tardíamente o por vías tan excusadas. Sería contagio al
fascismo es pañol de la poca simpatía que el poeta inspiraba a los
sectores de la cultura nazi. Pero desde fines de los cuarenta se vino
produciendo un curioso fenómeno. El rilkismo se extendió como una
epidemia, prendió en casi todo el mundo como fiebre literaria, el poeta
era citado por todos. saqueado por muchos y, comenzó a ser traducido por
algunos. José María Valverde. antes que traductor, fue paciente de la
rilkiana dolencia. Gabriel Ferrater, Jaime Gil de Biedma y yo mismo -por
no citar más que en mi círculo de relación más próxima- la padecimos
también.En los más fue una fiebre vacunadora que implicaba un futuro
rechazo: otros la arrastramos más tiempo: me recuerdo recorriendo las
pensiones de Ronda, en compañía de un joven poeta cordobés que ha pasado
al anonimato, buscando rastro de la residencia de Rilke en aquella
ciudad, sin sospechar que, como un turista cualquiera, había vivido en
el lujoso hotel Victoria. Era en el verano de 1949. Cinco años más tarde
aparecía mi traducción de los Sonetos a Orfeo, texto bilingüe,
precedida de un prólogo pedante y farragoso (Adonais, 1954). En la
literatura catalana, Rilke no habrá tenido mucha mejor suerte. El poeta
Joan Vinyoli, rilkiano hasta estas fechas, publicó antes de la guerra
civil una excelente traducción de unos cuántos poemas en La Publicitat.
Luego, esporádicamente el mismo Vinyoli, Jaume Bofill, Ferro y ya más
recientemente. el mallorquín Nadal han ido añadiendo traducciones
sueltas a la bibliografía catalana. pero los libros importantes siguen
sin versiones completas. Hasta la traducción general de José María
Valverde en las literaturas hispánicas, Rilke ha continuado siendo una
extraña cita para refinados. Cincuenta años después de su muerte es ya
un mero clásico en buena parte necesariamente olvidable. Mi última cita
sentimental con el poeta fue en los años sesenta, cuando quise
detenerme, haciendo un alto de viaje, en el cementerio de Reron.
Lamentablemente, el cementerio estaba en obras y la estela era
inencontrable. Temo que ningún español la haya visto nunca.