Hace unos día tomé de mi biblioteca un ejemplar del El Diablo cojuelo del escritor sevillano Luis Vélez de Guevara (Écija, 26 de agosto de 1578), una edición de Cátedra de 1984, al cuidado del profesor Enrique Rodríguez Cepeda (Palencia, 1939), en cuya introducción leo en la página 17 lo siguiente: “…se trata de una visión política de la vida española actual (1640,clave de la decadencia, independencia de Portugal y revuelta de Cataluña, fin de Olivares [Conde duque de Olivares, Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar], etc., etc.,”. Aunque lo que dice Enrique Rodríguez no es del todo cierto, porque la revueltas de Portugal se inician en 1640, y 28 años después en 1668, consiguió la independencia en el reinado de Carlos II.
La primera edición de El Diablo cojuelo es de la imprenta del librero del rey Alfonso Pérez, de Madrid de 1641, bajo el mecenazgo de Rodrigo Sandoval, de Silva y de Mendoza, Duque de Pastrana (hijo de la princesa de Éboli y del porgugués Ruy Gómez de Silva). Tuvo la novela tal éxito que se realizaron tres impresiones diferentes y otra en Barcelona, en 1646 de la imprenta de Sebastián de Cormellas Mercader a quien no le importó hace una edición, a pesar de que el 17 de enero de 1641, Pau Claris i Casademunt había proclamado la República Catalana, canónigo de la Seu de Urgel y Presidente de la Diputación del General de Cataluña. Seis días después, el 23 de enero decide entregar, la incipiente república, al rey Luis XIII de Francia, coronadolo como Conde de Barcelona, poniendo así el Principado de Cataluña bajo la soberanía del país galo, enemigo de España. Lo cual demostraba el odio catalán por España.
Entre la intertextualidad del Diablo cojuelo y Cataluña actual viene a cuento, porque pareciera que después de 366 años transcurridos hasta nuestros días, la miserias y puñadas traperas continúan en esta EspañaEl 7 de junio de 1640, fiesta del Corpus, rebeldes catalanes mezclados con segadores que habían acudido a la ciudad para ser contratados para la cosecha, entran en Barcelona y estalla la rebelión de los segadores. Con el asesinato del noble catalán, virrey de Cataluña, Dalmau Queralt, Conde de Santa Coloma. Después, el 26 de enero 1641, un ejército franco-catalán derrotó al ejército español en la conocida batalla de Montjuit, debido a que Felipe IV tenía al ejército en Portugal.
Y como la historia se repite, por haberse proclamado por los parlamentarios independentistas catalanes, bajo voto secreto, el 27 de octubre de 2017 la República ilegal de Cataluña, me ha interesado leer El Diablo cojuelo, para ambientarme de la época decadente española del siglo XVII. Porque esta novela de ficción y crítica social, con gran sentido del humor se divide en trancos o saltos y no en capítulos, como era lo usual, para llevarlos en volandas por la miserias de España. No habla Luis Vélez de Guevara de la situación política y decadencia, en la cual el rey Luis XIII de Francia había declarado la guerra a España. Felipe IV llevó a la frontera con Cataluña a un ejército, pero los catalanes no aceptaron dar alojamiento ni alimentos a las tropas del Conde-Duque de Olivares. El Borbón Luis XIII, era ya Conde de Barcelona con el nombre de Luis I desde 1641 a 1643.
La novela de El Diablo cojuelo, no nos habla de los sucesos de Barcelona, porque evidentemente, el autor no tenía acceso a estas noticias históricas. Pero sí nos habla de la sociedad de la época decadente, porque en el fondo es una novela de sátiras social, más que picaresca. En ella, un estudiante, don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, escapando de la justicia por los tejados de la corte de Madrid, a causa de una aventura con doña Tomasa de Bitigudiño (doncella chanflona o grosera por no decir licenciosa), va a caer en la buhardilla de un astrólogo, aquí en el desván encuentra una redoma (vasija de vidrio), que a modo de lámpara maravillosa como la de Aladino cuando saca de ella al Mago; y Don Cleofás saca de la redoma a un pequeño diablo y sabio por ser diablo y cojo, y un ángel caído en desgracia. Desconocemos si el autor describe al diablo cojo para burlarse de la cojera del autor de “El Buscón”, don Francisco de Quevedo, al que Luis Vélez de Guerra admiraba, sin duda alguna.
El estudiante Don Cleofás, homónimo uno de los discípulos a quien Jesucristo una vez resucitado se aparece en la localidad de Emaús (Lucas, 24,18), viaja jundo al diablejo, que, agradecido por haberle sacado del interior de la redoma, le lleva, volando, a lo alto de la torre de San Salvador, la más alta de Madrid, desde donde, levantando la tapadera de los tejados (ver el dibujo de Goñi,1960), le muestra las miserias, trapacerías y engaños de sus habitantes. Entre la intertextualidad del Diablo cojuelo y Cataluña actual viene a cuento, porque pareciera que después de 366 años transcurridos hasta nuestros días, la miserias y puñadas traperas continúan en esta España constitucional vapuleada por un separatismo catalán sin sentido. Porque en realidad la envidia no mira ociosa mientras nosotros nos lanceamos con odios y resentimientos ancestrales. @mundiario