PROEMIO O PREÁMBULO "PERITO EN PECADOS"
¿Quién es el
lector?
Desperté y estaba
dentro de un videojuego como víctima y unos malvados vestidos de soldados me
tiroteaban a dar sin parar…
El lector es un ser
anónimo que por lo general no lee sino se le retuerce el brazo, salvo que le
interese mucho el tema y además haya comprado el libro. Los cuentos o los
relatos no deben ser mirados con los ojos, sino con el corazón, que es el lugar
donde reside la sensibilidad y el amor, por ello, el corazón tiene forma de
rosa roja en medio del pecho que es la diana de los sentimientos, y de la
ingenuidad que debe reinar entre nosotros y nunca la estupidez. Nuestro
esqueleto está hecho con las teclas de marfil de los pianos.
Nuestros libros deben ser como «voladuras controladas» que le mostramos al
espectador para que se convierta en lector voluntarioso y confidente a la vez,
es decir, un confabulador.
Cuando vas a un editor
con un montón de relatos bajo al brazo te dice que escribas una novela, porque
los relatos como la poesía no venden. Y
sin van con una novela te dirán que escribas relatos que se venden bien en las
revistas, o sea, que jamás acertarás. Pero ahí están los grandes como Chéjov,
Kafka, Edgar Allan Poe, Mark Twain, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Juan
Benet, José María Merino o Manuel Rivas. Y la lista sigue y te das cuenta que todos
los grandes autores han escrito relatos, cuentos o microrrelatos. Y en el Siglo
de Oro eran las Novelas Ejemplares de Cervantes o las novelas picarescas de
Quevedo, o las comedias de Lope de Vega.
…la cuestión es que yo ya estaba harto de
dormir y soñar cosas raras, y me levanté, me acerqué a la ventana y vi cómo un
tipo con pasamontaña entraba en el Banco de la esquina…
Un autor no puede
escribir al dictado de otros
(llamémosles editores oportunistas al ojeo del novel ingenuo), sino por el
dictado de un mismo. Por lo general, los relatos malos son los restos que quedan de los
intentos de alguna novela fallida o escritos a propósito porque no cabían más
argumentos que unas escenas. El mundo
editorial ha cambiado mucho. El mundo editorial está cambiando en favor del
libro electrónico. Al libro electrónico de pago le ha salido el grano de los
libros e:book (libro electrónico) piratas:
gratis. La gente lectora se está acostumbrando a leer gratis y eso no puede
ser, y por eso es casi imposible vender un libro impreso, porque para ello hay
que amar los libros en papel, y las bibliotecas privadas cada vez son menos. El
papel cede al e:book, y éste al libro
gratis en las tablet. Luego el consumo cambia y el autor decide que no es
rentable el esfuerzo de escribir, salvo que ganes el premio Planeta u otros
premios literarios, lo cual es prácticamente imposible. ¿Qué nos queda?: nada.
…Al poco tiempo se escucharon unos disparos,
yo me metí dentro de la habitación, porque recordaba que en Madrid se cargaron
unos atracadores a un vecino que estaba mirando por la ventana de su casa. Esto
sí que fue mala suerte. Me oculté entre los visillos…
Publicar
en Amazon o en Lulu (en español) u otros portales, es relativamente fácil, pero
luego cómo se promociona. Los Facebook, Twitter y Linker no son los medios
adecuados, o suficientes para una promoción, ni siquiera los blogs. En incluso
You Tube, es un medio, para darse a conocer. Luego ¿qué sucede?, sucede que la
gente, salvo algunos amigos o familiares compradores, los demás no compran porque carecen de poder
adquisitivo. En Amazon hay que comprar con tarjeta de crédito y mucha gente ni
tiene tarjeta, o piensa que le pueden jakear
el número secreto, aunque pagues por PayPal. AMAZON vende bajo demanda, o sea,
que no almacenan libros como las
editoriales o librerías tradicionales o en supermercados.
Estamos acostumbrados a ir a las librerías
para humear los montones de libros que nos muestran delante de los ojos,
divididos en secciones por temas. Sin embargo, con Internet, y sabiéndolo
manejar disponemos de todos los libros, como sucede en Iberlibro, que además te
lo llevan a tu casa por mensajero, y a veces sin gatos de transporte.
...Luego
llegó una patrulla de policía y otra y otras, hasta una ambulancia. La cuestión
era tensa. Se acordonó la zona. Saqué mi cámara de video y a rodar como si
estuviera en una ventana indiscreta. Por otra parte, pensé que el riesgo podría
ser compensado económicamente si la cuestión del atraco se agravaba…
Yo le escribí una carta a un editor preguntándole
si sabía en realidad quién era el público y sus gustos, y le escribí lo
siguiente:
«Uno escribe con muchas fatiguitas porque
cree y piensa que su mensaje le puede interesar a alguien o le puede abrir los
ojos, no por la vanidad de ser leído, sino abril conciencias en lo que uno cree
ser especialista: en la vida, en observar la sociedad de la que estamos
rodeados y acosados. Pero a ciegas, sin saber quién es el público ni lo que le
gusta. Porque el escritor o el
escribidor, no sabe quién es el lector, que cómodamente, en su ordenador o en
su sofá nos lee en un ejercicio de lectura de «metal crispado». Y esto medra,
da miedo, te incomoda y a la vez te hace mejorar y tener más cuidado con lo
que escribes, para no molestar o
insultar a ninguna inteligencia, bien: física o intelectual. Ya quisiera uno
ser como Antonio Burgos (1943- ) que
escribe a piñón fijo en el ABC de Sevilla desde que le estaban poniendo los cimientos a la
Giralda, sobre lo que a él le parece o le viene a la cabezas o de lo que está
en el punto de mira de la actualidad, por no decir en la punta de la
ametralladora antiaérea».
El editor me respondió
a los tres meses:
«A veces el equilibro entre el esfuerzo de
escribir y la fama, no están compensados. El murciano Diego Clemencín se pasó
más de diez años escribiendo unos comentarios al Quijote con una erudición
boscosa y sobre la Literatura de los siglos XV y XVI, y no le conoce nadie. En
cambio, si hubiera empleado el tiempo en escribir alguna novela, aunque hubiera
sido costumbrista, porque saber sabía más que Nebrija, hubiera sido conocido, o
estaría en algún diccionario de Literatura. Pero este es el problema de los
ensayistas, que son sesudos estudiosos desconocidos, sin obra propia. Y por
último, opino que si usted no es un masoquista de la escritura lo mejor es que
deje de escribir ya».
El
editor no me convenció y me tuve que leer un artículo de Mariano José de Larra
(1809-1837) donde en 1832 se preguntó sobre quién era el público y dónde se encontraba. Y escribió:
Esa voz «público», que todos traen en boca,
siempre en apoyo de sus opiniones, ese comodín de todos los partidos, de todos
los pareceres, ¿es una palabra vana de sentido, o es un ente real y efectivo?
Según lo mucho que se habla de él, según el papelón que hace en el mundo, según
los epítetos que se le prodigan y las consideraciones que se le guardan, parece
que debe de ser alguien. El público es «ilustrado», el público es «indulgente», el público es
«imparcial», el público es «respetable»: no hay duda, pues, en que existe el
público. En este supuesto, ¿quién es el
público y dónde se le encuentra?
De igual manera yo me
pregunto quiénes son los lectores, esos seres anónimos que habitan en los
ordenadores a la caza de unas frases en
Googel, pinchan y te leen ocultamente, al menos el titular y encabezamientos.
Porque todo el texto puede ser un desierto que no le provoque interés y por el
contrario, le produzca tormenta de arena en los ojos y encima aburrimiento.
…Lleva
horas sin que pasar nada en el Banco y yo me tenía que ir a trabajar. Me llamó
un compañero al móvil para preguntarme si estaba enfermo, porque me había
retrasado tres horas. Le dije que no me encontraba muy bien y que me tomaría el día libre. A esto que se vio salir humo por la puerta del Banco, y
vinieron los bomberos y más policías y un señor trajeado con un megáfono, era
el negociador…
Es como los correos
electrónicos, uno los dirige a alguien pero no tiene constancia de si lo han
abierto y leído. En Facebook pasa lo mismo, puede que te leen pero que no te
digan si les gusta o no les gusta el tema del enlace. Y si es un libro ídem de
lo mismo: silencio y pitos.
Actualmente el lector de hoy no tiene tiempo
de atender a todo lo que le llega, carece de capacidad de atención, es como si
viviera dentro un TBO o en un videojuego. Los escribidores nos convertimos en
unos “giliputienses” de un botón más del teclado o "hosting" de sus
ordenadores o computadoras.
¿Quiénes son mis lectores?
Pues no tengo ni idea, e incluso quizás el no saberlo me favorezca y
tranquiliza. No saber nada de ellos es
relajante, porque cada cual tiene su ética y su moral. Como dice el profesor Claudio Gutiérrez:
«En relación al contenido, ética y moral
son más bien coincidentes: ambas se refieren a cuestiones de valor, es decir, a
lo que consideramos bueno y lo que consideramos malo, lo que debemos aprobar,
alabar o estimular, y lo que debemos más bien reprobar, condenar o tratar de
evitar. La ética y la moral se refieren a lo que debe ser, discriminan entre
acciones aceptables e inaceptables».
Por ello, desde aquí
pido disculpas a mis lectores, si es que tengo más de una docena, por estas
exposiciones que nadie está obligado a leer, ni siquiera en el mes de agosto,
vacacional, caluroso, playero o de montaña, en ese lugar idílico y preconcebido
que luego resulta ser de los más aburrido, pertinaz y tedioso de lo común.
Otros currantes no han podido tomarse unos días de asueto porque están
trabajando y prefieren la soledad de las ciudades y pueblos de interior abrigados
como la piel de un oso, y solamente los bares disfrutan de aire acondicionado.
De vez en cuando el
escritor debe meter la cabeza en la palangana para refrescarse, y mirar al
mundo por el espejo retrovisor a trasvés del
parabrisas de las gafas de ver. La vanidad, hija de la envidia, nos pone ciegos como ese borracho que llevaba
tatuado el escudo de la Legión en un brazo y saludaba a todos militarmente.
…¡Dejen salir a los clientes del banco! ¡Le
garantizo que si los dejan serán una atenuante a vuestro favor! –dijo el
negociador por el megáfono–. El atracador o atracadores respondieron con varios disparos.
«Esto tipos no quieren negociar», pensé. El humo dejó de salir del Banco…
–"Buenas tardes,
señores, vayan ustedes mucho condiós". –Oí decir una vez a un camarero de
un bar sevillano–, que antes había sido poeta místico macareno que se enamoró de la bella Santa
Rita de la capilla de una iglesia y se quería casar con ella, pero los curas no
quisieron porque el poeta tenía poco parné.
La mayoría de los
relatos de este libro están publicados en Internet, otros son completamente
inéditos e inútiles como un tridente del demonio. Los he seleccionado de
acuerdo a la dificultad de lectura y contenidos de los mismo, empezando por los
más fáciles de leer y entender. Para los amantes del absurdo existen algunos relatos
muy asombrosos y doblemente absurdos.
Para aprender a leer un
relato, lo mejor es saber cómo se construyen, es como ver hacer una casa desde
los cimientos, sabemos cómo está construida paso a paso, por ello, escribí y
publiqué en Amazon mi libro Secretos para
escribir novelas y relatos (Amazon, 2016), es una buena forma de saber qué
tienen por dentro las novelas y relatos, cuáles son sus diminutas maquinarias
de precisión interior, sus órganos que le hacen funcionar.
…Pasaron doce horas de negociaciones. A eso de
las ocho de las tarde, empezaron a salir los rehenes, entre ellos el atracador,
al que incompresiblemente, la policía le trajo una motocicleta a la puerta del
Banco. Se montó en la moto, salió a toda pastilla y a unos doscientos metros se
cruzó un coche de policía, y el atracador colisionó contra el coche policial,
salió volando hasta caer en el asfalto y
fue detenido y encarcelado.
Treinta y tres son los relatos, porque el 33
es un número masónico, es el máximo grado de la masonería, y, además es un
número que emana paz y da luz a los demás y tiene otras connotaciones. Cierto cinismo e impiedad
son necesarios en este oficio de escribir relatos.
El autor Ramón Fdez. Palmeral
Alicante, julio 2016