miércoles, 30 de diciembre de 2020

Biografía del poeta Jose Ángel Valente de la generacion del 50. Compró la case numero 7 de la calle Eusebio Arrieta de Almería

 

José Ángel Valente


JOSÉ ÁNGEL VALENTE

UNO DE LOS GRANDES POETAS ESPAÑOLES DEL SIGLO XX.

José Ángel Valente
José Angel Valente nació el 25 de abril de 1.929 en Orense y falleció en la madrugada del 18 de julio de 2.000 en Ginebra (Suiza). Cursó Derecho en Santiago y en 1.948 se trasladó a Madrid para estudiar Filología Románica. Se licenció en el curso 1.953-54 y después fue profesor de Español en Oxford. Desde 1.958 residió en Ginebra y en París, donde al igual que tantos intelectuales españoles, podía realizar su trabajo y crear su obra con una libertad que no existía en la España de la dictadura. En París trabajó como jefe del servicio español de traducciones de la UNESCO.

Una vida de constante peregrinaje desde 1.947 vivió fuera de Galicia, circunstancia que no logró cambiar sus profundas convicciones humanas y poéticas.

En 1.972, cuando residía en Ginebra fue declarado en rebeldía tras el consejo de guerra al que fue sometido por la dictadura franquista a consecuencia del cuento El uniforme del general, basado en unos hechos acaecidos en Fiñana tras la Guerra e incluido en el libro El número trece. Con dicha condena su exilio voluntario se convirtió en forzoso.

Valente vivió en la pasión y el compromiso de la inmensa mayoría de los intelectuales españoles los momentos finales de la dictadura y la recuperación de la democracia en España, donde volvió definitivamente en 1.986 , cuando decidió establecerse en Almería, concretamente en la calle Eusebio Arrieta , que desde 1.995 lleva su nombre. En Almería dirigió el Seminario de la Modernidad y llevó a cabo distintos proyectos entre ellos el libro La mirada y la luz , con fotografías de Manuel Falces.

El poeta orensano viajero del verso concebía su quehacer literario como un regreso a la infancia o a ciertos paraísos perdidos , un regreso, en cualquier caso, al interior de uno mismo, al centro íntimo donde se esconde la verdad personal. Para Valente , poeta de la experiencia e indagador del lenguaje al punto cero, al punto de la indeterminación infinita, de la infinita libertad. Sobre él dejó escrito Lezama Lima: ” No creo que haya en España de los últimos veinte años un poeta más en el centro de su espacio germinativo que José Ángel Valente, con la precisión de la ceniza, de la flor y del cuerpo que cae”.

La trayectoria literaria de Valente , quien también cultivó el ensayo y la traducción, fue recompensada con numerosas galardones . a pesar que llevaba tiempo enfermo , el premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1.988 , una de las voces más singulares de la posguerra , estuvo pronunciando conferencias y participando en debates hasta el límite de sus fuerzas. Era un hombre con gran poder de convocatoria debido a una de sus grandes virtudes: la sinceridad .

El público que le seguía esperaba siempre sus intervenciones porque sabían que iban a ser distintas. Y así solían ser. En cierta ocasión dejó helada la concurrencia con unas observaciones sobre la Generación del 27. Dijo que era un grupo “díscolo y lleno de vanidad”. Cada uno de los miembros quería llevar la voz cantante ; se llevaban fatal; todos mostraban aires de superioridad y querían influir en el resto.

POETA LAUREADO.-

José Ángel Valente publicó sus primeros versos en su ciudad natal en la revista Posio . Con 18 años vio la luz su primer libro de poemas , Fisterre, escrito en gallego. En 1.954 recibió el prestigioso premio Adonais por su obra A modo de Esperanza. En 1.960 le fue concedido el premio de la Crítica por Poemas de Lázaro. En 1.980 volvió a obtener el premio de la Crítica por Tres lecciones de tinieblas. En 1.984 le otorgaron el premio Pablo Iglesias . En 1.988 le fue concedido el premio Príncipe de Asturias de las Letras que compartió con la novelista Carmen Martín Gaite . Con motivo de este premio cuyo jurado valoró el lenguaje denso y simbólico del poeta , lleno de turbadora belleza su compañero de generación y académico de la Lengua, Pere Gimferrer, escribió “En una poesía española como la de la posguerra , en la que no siempre ha estado ausente aquello que e Américo Castro describía como 'gesticulación', la obra de Valente ha sido para todos nosotros , sus coetáneos , un ejemplo, una advertencia, una incursión en lo ignorado y una llamada al rigor y la vigilancia, y por encima de todo , una ceñida invocación de lo esencial poético”.

En 1.990 fue candidato al Premio Nacional de las Letras, en febrero de este año cuando ya residía en Almería el Consejo de gobierno andaluz le concedió la medalla de plata de Andalucía en reconocimiento a las acciones, servicios y méritos excepcionales realizados en beneficio de los ciudadanos , y el 25 de mayo de 1.993 fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía , por su obra No amanece el Cantor.

El 14 de junio de 1.996 , en la madrileña Residencia de Estudiantes un estudio sobre su obra titulado En torno a la obra de José Ángel Valente , cuyos escritos se han ocupado de investigarlos especialistas Jacques Ancet, Américo Ferrari, Rosa Rossi, Andrés Sánchez Robaina, Giorgio Agamben, José Jiménez y Emilio Lledó.

En 1.999 le fue impuesta la medalla de Oficial de la Orden de las Artes y las Letras de Francia, que le fue impuesta por el embajador de Francia en España, Patrick Leclerq, reconoce la originalidad de su talento, pues «hace varias décadas que su obra le ha consagrado como uno de los más grandes poetas españoles", dijo Leclerq. En este mismo año culminó sus reconocimientos con la concesión del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

En el acto de entrega de este premio dijo el poeta «La palabra es raíz de toda creación». Con esta idea como eje, el autor de A modo de esperanza (premio Adonais, 1955) destacó el papel medular de la palabra como fuente creadora de toda existencia.

Valente destrenzó, en un relato de connotaciones míticas y alegóricas, toda una genealogía de la Palabra, es decir, del origen de la vida, contenido en la Tora. «Creada dos mil años antes que el cielo y la tierra, escrita con fuego negro sobre fuego blanco y colocada en las rodillas de Dios»

En la década de los noventa donó su biblioteca , cerca de siete mil volúmenes a la Universidad de Santiago de Compostela, donde en 1.999 fue investido doctor honoris causa.

José Ángel Valente que ha estado trabajando hasta el ultimo momento, preparaba un libro que en palabras del autor , sería póstumo: “ Me moriré con él. No pienso cerrarlo, es un libro abierto”.

POEMARIOS Y ANTOLOGIAS:

La producción poética de José Ángel Valente es extensa y variada con

títulos que abordan todos los temas . Además cultivó el ensayo donde expuso sus ideas literarias y amplios conocimientos.

POEMARIOS:

  • A modo de Esperanza, Rialp, 1.954

  • Poemas a Lázaro, Ediciones Índice, 1.960

  • Sobre el lugar del Canto. Literaturasa, 1.963

  • La memoria y los signos. Ediciones Revista de Occidente, 1.966

  • Siete representaciones. El Bardo, 1.967

  • Breve son. El Pardo, 1.968

  • Presentación y memorial para un monumento. Poesía para todos, 1.970

  • El inocente. Joaquín Martín (México), 1.970

  • Treinta y siete fragmentos. Barral Editores,1.976

  • Punto cero. Seix Barral, 1.980

  • Siete cantigas de Alén. Ediciós do Castro, 1.981

  • Noventa y nueve poemas .Antología. Alianza Editorial, 1.981

  • Mandorla . Cátedra,1.982

  • Valente : poesía y poemas. Narcea , 1.983

  • El fulgor. Catedra ,1.985,1.989

  • Entrada en materia. Antología.Cátedra,1.985,1.989

  • El dios del lugar. Tusquet Editores,1.989

  • Cantigas del más allá. Ambir, 1.989

  • Valente.: obra completa. Ambir, 1.989

  • Los ojos deseados. Oller, J. 1.990

  • No amanece el cantor. Tusquet, 1.992

  • Obra completa, 1.992

  • Nadie ,1.994

  • Catrop. Xunta de Galicia. 1.995

  • Cantigas de Alén (con ilustraciones de Chillida).1.996

  • El vuelo alto y ligero,1.998

Sus últimos poemas publicados aparecieron en la revista La Alegría de los Naufragios, que dirige César Antonio Molina, director del Círculo de Bellas Artes.

ENSAYO:

  • Las palabras de la tribu. Siglo XXI, 1.971

  • Ensayo sobre Miguel de Molinos. Barral Editores, 1.974

  • La piedra y el centro. Taurus, 1.983

  • Variaciones sobre el pájaro y la red. Tusquet. 1.991

ALGUNAS PALABRAS.-

Estas frases , que a continuación se ofrecen resumen el pensamiento y

poética del autor gallego , que siempre buscó ese verso compendio de las palabras.

  • “Mi palabra es libre y no obedezco”.

  • “Creo que toda mi poesía está contenida en el primer poema de mi primer libro"”

  • ”La poesía conlleva una experiencia espiritual”.

  • “La palabra es raíz de toda creación”.

  • “En principio era el Verbo y era dios, y se hizo Carne, y es la palabra”.

  • “Aspiro a dejar un libro infinitamente abierto”.

  • “Estamos dominados por palabras carentes de libertad”.

  • “El diálogo espíritu-poder es posible, por eso la consecuencia es disidencia y exilio”.

  • “Los intelectuales están domesticados”.

  • “La poesía es una invitación a lo oscuro. Invitar a lo que se ve no tiene aventura ni riesgo. Y la poesía es una aventura”.

ENTREVISTA REALIZADA POR JOSÉ MÉNDEZ

A JOSÉ ÁNGEL VALENTE EN LA MADRILEÑA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES

Pregunta.- ¿Cómo fueron sus comienzos, sus primeros contactos con la literatura, en una ciudad pequeña como Orense en los años treinta y primeros cuarenta?

El mundo de mi infancia fue un primer desdoblamiento de mi persona. Yo era el primogénito de una familia con muchos hermanos y por una serie de razones vino a parar a mi casa la biblioteca de un sacerdote, Basilio Álvarez, el fundador del Partido Agrario Gallego -un cura republicano, suspendido a divinis, que se exilió-. Yo oía de pequeño: «pobre Basilio… suspendido a divinis». Lo de suspendido lo entendía, pero a divinis no sabía lo que significaba, pensaba que lo tenían suspendido de una viga. ¡Pobre hombre! Esa biblioteca fue muy pronto mi refugio, pero muy pronto. Hay que situarse en lo que era la España de la inmediata posguerra, una España absolutamente censurada, dominada fundamentalmente por el ejército y por el clero. En nuestra biografía hay que destacar el papel siniestro que tuvo la Iglesia en la gloriosa cruzada. En aquella biblioteca comencé a asomarme a mundos absolutamente censurados y que fuera de ella no existían ni se podía hablar de ellos. Así me fui convirtiendo en un clandestino.

Es decir, su primer pecado fue un libro.

No sé cuál sería el primero, pero digamos de los primeros. En aquella biblioteca tuve acceso a muchos libros, desde los cronistas de Indias hasta los novelistas eróticos de los años veinte. Todo eso lo tenía aquel cura «depravado» y disidente. Eso marcó mucho mi infancia. Yo sabía muchas más cosas de las que podía decir, estaba lleno de secretos y obligado a representar un papel, cosa que no hacía por cinismo, sino por no defraudar. Había en mí un yo clandestino.

También debió de ser importante el paisaje, la naturaleza, viviendo en una ciudad pequeña como Orense, perdida, o ganada, entre montes.

El paisaje está unido a una relación muy importante, la relación con mi padre, cosa que no descubrí hasta muy tarde, después de su muerte, cuando ya es imposible recuperar nada. Yo iba con él a cazar perdices y conejos en los montes gallegos, le acompañaba sin disparar un tiro, claro, y dábamos grandes caminatas. Eso me puso en contacto con el mundo rural. El paisaje fue muy importante. Me acuerdo, y lo he evocado en algún poema, que pasábamos por los viñedos al amanecer cuando estaba la uva madura y los campesinos nos regalaban racimos frescos a primera hora de la mañana. Sabían a gloria.

Es curioso que en una cultura matriarcal, como la gallega, el primer recuerdo en esta charla sea para el padre. ¿Cuáles fueron las primeras mujeres de su vida?

Creo que ha sido una casualidad. El paisaje está unido a la figura de mi padre pero mi vida está unida, venturosamente, a las mujeres. Mi madre se casó jovencísima, de tal manera que para sus hijos fue, sobre todo para mí que fui el primero, como una hermana mayor. La figura matriarcal, la autoridad de la casa, era mi tía Lucila. Fui educado en un medio femenino, y eso fue muy importante, determinó muchas cosas. Al niño entonces, y también ahora, se le educaba en la diferenciación de la mujer, es decir: «eso es cosa de niñas». Eso es una violación. El hombre educado así es castrado en su parte femenina. Pero se hacía sistemáticamente, todas las cosas que remitían a una sensibilidad, a una percepción más delicada de la vida, te apartaban de ellas. Yo dormía en una cama a su lado, compartí su vida. Fue fundamental en mi infancia y ella cultivó en mí, instintivamente, mis valores femeninos. No quiero hacer una comparación grandiosa..., pero Aquiles fue educado entre mujeres.

¿Cuándo comenzó a querer escribir?

En torno a los catorce años. Estaba estudiando el bachillerato en el único instituto que entonces había en Orense y toda aquella carga de lecturas de los libros que estaban en la biblioteca de Basilio Álvarez comenzó a explotar. Es decir, que el cura se marchó pero dejó el veneno allí y yo me bebí el veneno con mucho gusto. Considero que le debo mucho; determinó, creo, mi vocación literaria. Allí estaban Santa Teresa y San Juan de la Cruz, todos los románticos, también Rubén Darío y Bécquer. Eso sí, nada del 27. Y comencé a tratar de hacer como ellos hacían.

Además de autores importantes y novelas eróticas, habría entre aquellos papeles algo más liviano, más próximo a la imaginación de un niño.

Sí, había una revista que fue entonces muy importante, La Esfera, en la que me sumergía a diario, de tal manera que en plena guerra civil española yo estaba viviendo la Primera Guerra Mundial en las páginas de La Esfera, en aquellos dibujos realistas que excitaban la imaginación como un tebeo.

De los poetas que pudo leer entonces, ¿cuál le gustó más?

En esa época el poeta que más me impresionó fue Darío, aunque, insisto, leí a San Juan bastante. De Juan Ramón tampoco había nada. Tuve mucha relación con un amigo que era el hijo de Vicente Risco, Risco no se manifestaba porque había sido galleguista, aunque de la facción moderada. Por mi amistad con Antón Risco tuve acceso a otros libros y ahí viene la lectura de poetas más contemporáneos como Juan Ramón y Antonio Machado. Leí mucho a los dos, y ya entonces comenzó mi juego de equilibrio: entre el poeta de la esencial heterogeneidad del ser y el poeta del monolitismo del yo. Monolitismo que, creo, Juan Ramón rompe definitivamente en su última etapa. Etapa que no gravitó sobre la poesía española. Si los poetas españoles, sobre todo la primera generación de la posguerra, hubieran leído a ese Juan Ramón no habrían escrito lo que escribieron, y los de la segunda tampoco. Lo dije alguna vez: desde el punto de vista de la poesía el siglo empieza con la llegada de Juan Ramón a Madrid (1900), donde conoce a Darío y a Valle-Inclán -dos figuras absolutamente grandiosas, muy importantes para mí- y publica sus primeros versos, muy asociado con la Residencia, amigo de don Alberto.

Y el paso tantas veces frustante de la primera publicación, ¿cómo se produjo?

Lo que yo hacía empezó a interesarles a los mayores, gentes que tenían programas de radio dedicados a la poesía y editaban una revista que se llamó Paseo donde a los dieciséis años publiqué un soneto; mi padre cuando lo vio se sintió muy orgulloso de ver que su hijo publicaba unas cosas en una revista y me dijo: «está muy bien, lástima que no rime». Cosa que me dejó perplejo porque el soneto tenía encabalgamientos y él no percibía la rima. Eso me dejó un poco desconcertado. Publicaba en las revistas de grupos de Acción Católica…, en lo que había. Estando en Orense, el periódico La Noche de Santiago, que tenía un suplemento literario, publicó un número con poetas de Orense, y entonces ya apareció un poema mío. Ya tenía contacto con la literatura gallega: Dieste, Manuel Antonio (que era un gran poeta). En ese suplemento publiqué un poema dedicado a Manuel Antonio, en castellano. Cuando marché a estudiar a la Universidad de Santiago publicaba poemas habitualmente en ese suplemento. Otero Pedrayo, con el que tuve relación, creo que publicaba una sección fija. Había rivalidad por determinar cuál era la capital cultural de Galicia, si era Orense o Pontevedra. Orense tenía una gran densidad de galleguistas. Yo publiqué algunas cosas en gallego en esa etapa y no volví a escribir en gallego hasta las Cántigas de Alén, que escribí en la emigración.

Sin embargo Galicia está muy presente en su obra, al menos en los primeros libros.

Galicia está muy presente en mi obra en gallego, que es reducida, muy intensa y que no considero de menor calidad que la escrita en castellano y que le es contemporánea. Hay una gran presencia de Galicia en los poemas escritos en castellano, una evocación del mundo provinciano, de personas de la familia, del paisaje. Esos primeros libros están empapados de la luz gallega. Luego pasa el tiempo y vuelvo otra vez a Galicia en las Cántigas de Alén. El paisaje gallego sigue siendo mi paisaje a pesar de que Almería me llama mucho. Date cuenta de que viví hasta los dieciocho años sin salir de los límites del reino de Galicia. Salí por primera vez para ir a Santander a la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

¿Y la tradición literaria gallega?

Una escritora que tiene sobre mi una influencia radical es Rosalía de Castro. He escrito repetidas veces sobre ella y la considero un grandísimo poeta. Creo que en la segunda mitad del siglo no hay más que dos poetas importantes de verdad: Rosalía y Bécquer. Campoamor tenía ciertas formas de influencia, tiene una personalidad literaria fuerte que fue reivindicada por Vicente Gaos, tuvo un relieve, pero no es equiparable. Pero sobre todo Rosalía, Rosalía rebasa los límites de la lengua gallega e influye con sus libros en gallego y en castellano en Machado y en Juan Ramón Jiménez. Y está presente en un poeta que nadie lo sospecharía, que es Cernuda. Cernuda utiliza trozos de canción que son rosalianos. Rosalía es un poeta muy importante, la línea que ella marca es para mí muy iluminadora, me siento depender mucho de esa línea de poesía gallega y de los modernos, pues también leí mucho a Dieste y a Manuel Antonio. Hay elementos de la tradición gallega que han pesado sobre mí.

¿Hasta aquel momento no conocía nada de poesía que no estuviera escrita en español o gallego?

No, creo que el contacto con la poesía en lengua no española viene cuando ya estoy en Madrid, en el curso 1948-1949. Empecé a leer poesía francesa, la única lengua a la que tenía algún acceso. Me faltaba instrumentación lingüística, por eso el contacto con la poesía extranjera se produce más despacio. Me instalo en el Colegio Mayor Guadalupe y allí entro en contacto con la literatura latinoamericana, leo a Borges cuando no era aún un mito, cuando no lo habían inventado los franceses, como él dice. Ahí comienza mi interés por la poesía inglesa y norteamericana, pero eso más bien se produce a fondo cuando estoy en Oxford, cuando se completan mis conocimientos del inglés.

Un camino parecido, en este asunto, al de Cernuda.

Sí, pero ese camino parecido va más lejos. Cernuda es el poeta con el que yo establezco esa relación difícil del poeta que te influye tanto que quieres matarlo. Quieres saltar por encima de él y para eso tienes que seguir su camino e ir más lejos. Yo soy cernudiano no porque imitara a Cernuda, aunque probablemente haya poemas míos con su influencia, sino también por proximidad. Porque los grandes, Machado, Juan Ramón, Unamuno, estaban demasiado lejos. Pero Cernuda era el poeta próximo, vivo aún, escribiendo, con esa cosa amarga y de polémica con el entorno.

La cuestión de la polémica con el entorno no puede decirse que usted la haya abandonado.

No, no, creo que la he conservado.

Cernuda fue, por encima de todo, un solitario.

Sí, Cernuda es, al final, una figura solitaria. Yo he asumido esa soledad no como una condena, sino como una vocación. El destino del poeta está en la soledad. Por eso siempre he querido estar solo. Ahora que ya estoy mayor y enfermo a veces echo de menos que esté Coral conmigo en casa, porque me siento un poco desamparado, pero es un fenómeno de la edad.

La suya es una soledad muy habitada, porque ¿es consciente de la cantidad de poetas de las últimas generaciones que le tienen como su Cernuda particular, de su influencia literaria?

Siento la proximidad de algunos. Es cierto que es la mía una soledad muy habitada. Tengo que agradecer mucho a los que me escriben. Descubro que lo que digo es compartido por mucha gente, que a la gente le interesa. Ahora que he llegado a una edad relativamente respetable empiezo a pensar que algo se ha sembrado. Pero por mi apartamiento, por vivir casi siempre fuera, es una sorpresa ver que la gente ha recogido palabras, poemas, imágenes. Resulta muy consolador. Merecía la pena estar solo para tener esta compañía.

¿Cómo atravesó las diferentes dictaduras estéticas de los años sesenta y setenta? Quiero decir, ¿cómo logró salir indemne?

Yo viví eso. Había grupos de presión en lo literario dentro de la oposición al franquismo. Yo estaba en una oposición contra la dictadura, claro, pero sentí el clima opresivo; pronto me di cuenta de que al otro lado había otra forma de dictadura, de imposición de un pensamiento. Muy pronto escribí sobre el formalismo basado en la tendencia, que no residía en el estilo sino en el dominio de una tendencia sobre cualquier otra. Había dos grupos, el grupo de Madrid que encabezaba Vicente Aleixandre, con el que tuve una vinculación grande y al que siempre recuerdo con afecto, y el grupo de Barcelona, que se oponía al grupo de Madrid en el entendimiento de que este grupo era más reaccionario. Eso toma forma con la antología de Castellet, que Castellet hace, en efecto, desde posiciones ideológicas. El prólogo es un desastre, una autodenuncia del peso de la ideología -esto se lo he dicho a Castellet, en su momento-. Aquello fue tremendo. Dice en ese prólogo que el poeta más importante de la tradición moderna es Dámaso Alonso, que no es un poeta importante. Yo reaccioné contra la gravitación ideológica. Tuve la intuición de que la palabra poética era otra cosa; además, me fui muy rápidamente a Inglaterra. Opté por escribir lo que me parecía sin atender a otros imperativos. Estando en Oxford me pedía colaboraciones la gente de aquí, y a veces me las devolvían diciendo: «Hombre, está muy bien pero no te representa». Era la manera de decir: «no nos representa a nosotros».

Fue una especie de continuación de la guerra por otros medios que afectó incluso a algunos poetas del 27, Alberti, Dámaso...

Fue la fuerza de los tiempos. Alberti ha sido muy desigual. Escribí sobre él, críticamente, hablando de la fractura de su obra en dos pedazos. Él pensaba que la revolución también iba a ser literaria, que iba a aparecer algo nuevo, y en literatura lo nuevo siempre es algo viejo. Los más inteligentes se arrepintieron, como fue el caso de Neruda. Neruda en sus años finales recordaba España con muchísimo cariño y decía siempre, yo me acuerdo porque estuve con él en Blet, en Yugoslavia: «yo soy, sobre todo, un poeta amoroso mi hijito». Quería que lo recordaran como poeta amoroso, cuando hay libros, como buena parte del Canto general, que no son poesía, y todo un libro que se puede tirar a la basura que es Las uvas y el viento. Él percibía que esa voz no era la que le convenía, que esa voz estaba quemada. Era tremendamente inteligente. Yo creo que Alberti no entendió eso nunca. Yo le he oído en mítines obreros y antes hablar con él por teléfono y decirme: «No vengas a la lectura porque voy a leer todo lo que no te gusta».

Sin embargo, gran parte de lo que usted llama el peso de la ideología, que en España se ha manifestado literariamente hasta la muerte del dictador, se debe a la influencia de Neruda.

Neruda tuvo mucha influencia. Tanta que a los del 27 les hizo abandonar a Juan Ramón. Fue cuando Juan Ramón escribió aquellos versos: «la antigua juventud gongorinera / que tornado se ha nerudataria», que son maravillosos, que tienen toda la inteligencia y capacidad de sarcasmo de la que era capaz este individuo de Moguer.

¿Oxford fue su salida a la libertad?

Mi estancia en Oxford fue enormemente fructífera, me pasaba el tiempo en la biblioteca Bodlian. Allí descubrí la importancia que tuvo el libro español en la Inglaterra del xvi y xvii. Los ingleses leían en español y en las bibliotecas y catedrales inglesas había muchos libros españoles, por ejemplo encontré el Guzmán de Alfarache, La Celestina, El Quijote, libros sobre todo de narrativa y sobre táctica militar. Se interesaban por el enemigo; se curaban en salud aprendiendo lo que pensaban sus enemigos. Por otro lado, cuando se instala la Commonwealth con Cromwell, los católicos, los jesuitas, sobre todo, que estaban en Holanda, bombardeaban Inglaterra con libros, porque la literatura espiritual inglesa estaba muy próxima al mundo católico, aunque, claro, no los puritanos. Había conventículos en Cambridge donde se reunían los escritores; los poetas metafísicos se forman en esos círculos minoritarios que los puritanos perseguían. Los jesuitas introducían libros de espiritualidad católica, clandestinamente, en Inglaterra desde los Países Bajos, que entonces dominaba España.

Eso debió de suponer un cambio con respecto a la educación castiza que había recibido.

Un cambio enorme. Empecé a ver la literatura española desde Europa, a darme cuenta de que autores y títulos aquí ignorados, como El examen de ingenios de Huarte de San Juan habían sido muy importantes. Huarte se anticipó a los análisis de la psicología moderna con la teoría de los humores, y, como tenía un capítulo dedicado al humor de la figura de Jesucristo, la Inquisición fue contra él. Enseñaba en la Universidad de Úbeda, una universidad de conversos, fue un exiliado interior, retiró ese capítulo, acató. Sin embargo, su libro circuló por toda Europa e influyó en pensadores ingleses como Burton que en su Anatomía de la melancolía construye otra teoría de los humores. Estos hechos me dieron una visión distinta de mi tradición y me di cuenta de que había sido engañado, que mi tradición no era unitaria y que todo no se construía sobre el tópico de «todo el mundo a comulgar», sino que era algo distinto.

¿Qué influencia tuvo en ese cambio la persona de Alberto Jiménez Fraud, con quien usted se relacionó entonces?

Fue una relación que tiene que ver con este mundo del exilio de la espiritualidad y de la vida de la inteligencia. Eso representó don Alberto Jiménez Fraud. Creo que Manolo Jiménez alguna vez me dijo que me parecía más a su padre que ellos, que sus hijos. Fue una relación absolutamente filial y decisiva. Él me puso en contacto con una tradición a la que yo no había tenido acceso. La España de la que yo había salido era una España de dictadores. Todos hablaban mal del dictador pero todos eran dictadores, Menéndez Pidal, Dámaso, todos eran cabecillas de facciones. En don Alberto descubrí la enorme elegancia del que sabe oír e incita a hablar, cosa que en España era una rareza, alguien que te incitaba a descubrirte a ti mismo. Ésa fue una de las bases de su labor en la Residencia. Recuerdo con nostalgia y gratitud las horas pasadas en su casa, el ir y volver hasta la parada del autobús absortos en la conversación sin querer despedirnos.

¿Qué intereses intelectuales ocupaban a don Alberto en aquella época?

Don Alberto estuvo ocupando el puesto de lector en Oxford [un puesto por elección directa, en contrate con otras universidades inglesas] mucho tiempo, hasta que, de repente, se dieron cuenta de que don Alberto pasaba con mucho de la edad de jubilación. En aquel momento uno de sus afanes intelectuales más claros era Maquiavelo, le obsesionaba su obra y su figura, viajó por Italia, visitó los lugares de Maquiavelo, escribió sobre él. Él escribió una historia de la universidad española que está muy bien, pero sobre todo es originalísima la última parte, Ocaso y restauración, en la que explica su experiencia, su relación con Giner y con Cossío.

¿Recordaba a menudo su etapa de director de la Residencia?

Quería mucho a Moreno Villa; respetaba a Juan Ramón, que representaba el símbolo de lo que fue la Residencia, pero tenía una referencia continua a Moreno Villa, era un amigo para él muy entrañable. Me hablaba mucho de él. Pero hablábamos de todo, de la vida española y sobre todo de lo que yo no conocía. Allí en su casa conocí a Américo Castro. Tenía algo muy especial: la capacidad de borrarse un poco a sí mismo para poner en relación a dos personas que creía que podían interesarse el uno al otro. Eso lo hacía conmigo y yo se lo agradecí mucho. Con su exquisita educación te decía: «venga esta tarde que a Américo le interesará mucho conocerle»

JOSÉ ÁNGEL VALENTE: LO FÁCIL Y LO ARDUO. POR JOSE LUIS PARDO.

El nombre de José Ángel Valente está, para mí, especialmente unido al de la Residencia de Estudiantes. Aquí lo conocí hace tres años, y aquí he vuelto ya dos veces para hablar de su palabra.

De entre las muchas virtudes que en un hacedor de la lengua como Valente pueden destacarse -y que se ponen especialmente de manifiesto en la perspectiva de una trayectoria de casi cuarenta años de trabajo, como la ofrecida por estos dos volúmenes de su Obra poética- en este momento sólo quisiera reparar en una que, además, muestra a la perfección la unidad del camino seguido por el poeta desde el primero hasta el último de sus versos: su técnica de depuración emocional de la palabra (quiero decir: de aislamiento de emociones puras, emociones nacidas de la palabra misma más que vehiculadas por ella), una técnica perseguida a fuerza de sobriedad, a fuerza de un rigor que elimina todo recurso superfluo, que libera a la palabra de toda autoría e incluso de la intención de quien la dice, sin dejar otra huella en el poema que no sea un «tenue reborde de inexistente sombra». Como si la finalidad del poeta fuera ausentarse del poema y aún morir en él, como si la palabra lograda fuese la palabra de un desaparecido, de un cantor no amanecido.

Este procedimiento, este «método Valente» se revela en una fórmula lapidaria: «Vivir es fácil. Arduo sobrevivir a lo vivido». La primera parte de esta fórmula es una provocación. Está escrita para provocar una reacción inmediata, el poema la lanza al aire como un anzuelo al que se pegan inmediatamente todos nuestros mecanismos de defensa contra esa pretensión altanera, orgullosa, ofensiva, que proclama que vivir es fácil. ¡No es tan fácil! -protestamos-. Al menos no siempre, no para todos. La vida está a menudo llena de dificultades que pueden parecer menores, pero cuya acumulación llega a resultar insoportable; a veces -y no es difícil imaginar circunstancias de este tipo-, vivir puede convertirse en un auténtico infierno, porque a veces (y no hay nada que pueda librarnos de esas veces) la vida es un océano de dolor y un campo de muerte. El sufrimiento y la muerte aparecen como objeciones contra la vida, como testigos de cargo contra esa afirmación tan cruel que declara alegremente la facilidad de la vida. «Vivir es fácil.» Contra esa fórmula pálida y altiva, casi despectiva, alzamos nuestras quejas, elevamos nuestras lamentaciones, presentamos nuestras reclamaciones a la vida, pedimos daños y perjuicios, y lo hacemos porque ella -la fórmula- está hecha para eso, para despertar esas ofensas, para convocar la voz del orgullo herido, para hacer aflorar todas nuestras miserias. Éste es precisamente el efecto que la fórmula pretendía conseguir, éste es el lugar en donde quería colocarnos. Cuando nos tiene allí, alzando nuestros alegatos contra la vida por los muchos desdenes que nos ha hecho, el poema da un giro que aumenta su crueldad, otra vuelta de tuerca que da la fórmula por concluida: «Arduo sobrevivir a lo vivido». Es como si nos dijera: si vivir os parece difícil, si os parecen duras las pruebas de la vida, si el sufrimiento y la muerte os parecen terribles es porque todavía no habéis visto nada, porque todo eso no es nada en comparación con lo verdaderamente difícil, con lo genuinamente arduo, que consiste en sobrevivir a lo vivido. El segundo verso -si puedo llamarlo así-, al dar esa nueva vuelta a la tuerca, asesta un golpe mortal que quiebra la aparente rectitud del primer verso, su erguirse altanero y despectivo como una provocación. Porque el primer verso -«Vivir es fácil»- provoca nuestras quejas contra la vida, mientras que el segundo -«Arduo sobrevivir a lo vivido»- las revoca. Se diría incluso que el primer verso es una trampa que quiere reunir todas nuestras objeciones contra el vivir para que el segundo verso pueda así, con más facilidad, echarlas abajo a todas ellas juntas y de una sola vez, apartar de golpe todas nuestras miserias, todas nuestras quejas miserables contra la vida. «Vivir es fácil» suena entonces incluso un poco más feroz: quiere decir sufrir es fácil, morir es fácil…, lo difícil es sobrevivir al sufrimiento, sobrevivir incluso a la muerte, lo difícil es volver de entre los muertos para contarlo, para cantarlo. Y esto suena quizá demasiado esotérico aún. Quiero decir que hay dolores y amores que matan, que hay cosas en la vida que son completamente imposibles de vivir, y que nuestra única posibilidad de sobrevivir a ellas consiste en inventar maneras inéditas de vivir esos dolores o esos amores imposibles, maneras de hacer vivible lo invivible. Que nada puede librarnos del sufrimiento, pero que lo único que puede ayudarnos a tolerarlo, enseñarnos a vivirlo, a sobrevivir a su vivencia, es encontrar alguna manera de convertirlo en palabra, en belleza. Eso es lo que hace la poesía. Y, específicamente, una poesía del amor y del dolor como es la de José Ángel Valente. Convertir el sufrimiento en belleza y apartar de un golpe las miserias de quienes se quejan de vivir. A eso es a lo que me gustaría llamar depuración emocional de la palabra o, mejor y también, la depuración poética de las emociones. La producción de nuevas formas de vida más allá de la miseria.

LA GENERACIÓN DE JOSÉ ÁNGEL VALENTE

Por Pilar Tena
Una nueva antología reúne a un grupo de autores que marcaron la historia reciente de la poesía española y fueron decisivos en la evolución poética del siglo XX.

La publicación de esta interesante antología, un libro dirigido tanto al público en general como a los estudiantes y especialistas, adquiere especial relevancia por la reciente muerte de José Ángel Valente, uno de los escritores más representativos de la generación de poetas españoles de los 50. Se han publicado también, con motivo de su 50 aniversario, sobre el mismo tema.

Luis García Jambrina, catedrático de la Universidad de Salamanca, propone para este grupo el nombre de promoción, en lugar del tradicional de

generación, ya que se caracterizan por compartir un contexto histórico y "se agrupan o son agrupados para promocionarse". Esta promoción se refiere tanto a lo que en su momento hicieron los propios poetas como lo que de hecho consiguieron, uniéndolos como grupo, la crítica y los medios de comunicación. Estos poetas, cuya obra es sin duda decisiva para la evolución de la poesía española del siglo XX, no necesitan por tanto tener, para formar un grupo, características comunes de estilo, temáticas o formales. El antólogo mantiene, en esta línea, que desde el punto de vista literario no puede hablarse de ruptura de los poetas del 50 con los inmediatamente precedentes. Puede recordarse aquí lo que decía Claudio Rodríguez, en el sentido de que los poetas del 50 eran más bien un "archipiélago", un conjunto de islas unidas precisamente por aquello que las separa. Se señala, dentro de esta promoción, un núcleo canónico de unos cuantos poetas que forman la base indiscutible del grupo: Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, José Angel Valente, Francisco Brines y Claudio Rodríguez, algunos de ellos ya desaparecidos. A ellos se unen sin embargo otros, sobre los que García Jambrina intenta llamar la atención.
La antología lleva a cabo una selección de poemas de cada autor, precedidas de una rigurosa introducción que define claramente las peculiaridades de cada uno de ellos, con una bibliografía y selección de estudios críticos sobre cada poeta.

EL MUNDO LITERARIO LAMENTA LA PÉRDIDA DEL POETA DEL SILENCIO.

Representantes de la cultura, escritores, y amigos lamentan la

pérdida del escritor que decidió vivir en Almería en 1.986.

  • El Ayuntamiento de Almería recuerda que valente dedicó siempre su cariño, un cariño que la ciudad le ha devuelto haciéndole merecedor de una calle en su nombre, dedicación de la vigésima segunda edición de la Feria del Libro, propuesta de conceder el título de hijo de la ciudad.

  • El Aula de Poesía.- La inauguración de esta Aula contó con la figura de Valente el cual donó un poema.

  • José Andújar coordinador del Aula asegura que valente “ mantuvo hasta el final de sus días una creatividad y un nivel de exigencia comparable sólo a Juan Ramón Jiménez”.

  • La ex - delegada de Cultrura Martírio Tesoro, afirma que “llevaba hasta sus última consecuencias el decir la verdad, se sintió subyugado por el tema almeriense”.

  • Concha Marques “ Me pareció una persona exquisita. Se le notaba que no era de aquí pero que estaba muy enamorado de las cosas de Almería”.

  • José Luis López Bretones “La estancia de Valente en Almería se refleja en sus poemas, con sus referencias a la luz, la desnudez...Será obligado que se recuerde su estancia”.

  • Rafael Lázaro “Valente está entre los escritores del siglo por haber hecho una revolución de la palabra ha destacado por haber sido terriblemente sincero en sus sentimientos”.

  • Julio Alfredo Egea “me encontré con él más fuera de Almería que dentro. Era muy amable conmigo y muy afectuoso”.

  • Miguel Naveros “Me ha emocionado siempre la sencillez extrema de su palabra casi como una pulsión, como un monólogo con la muerte”.

Alfredo Sánchez “Es imborrable el día que dio su primera conferencia tras haber ganado el Príncipe de Asturias dentro del 25 aniversario de la peña el Taranto”.

El mundo de las letras se puso de luto nada más conocer la noticia de la muerte de José Ángel Valente. No sólo elogiaron la labor del poeta gallego sus afines poéticos sino aquellas autores que no compartían sus criterios estéticos.

El director de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha , afirmó que la muerte del poeta José Ángel Valente “es una enorme pérdida para la literatura española” porque con él muere dijo “una de las voces más interesante, más puras y más comprometidas con la poesía pura” lo describió como “uno de los grandes estudiosos y creadores de la poesía del silencio” y destacó que La canción del pájaro solitario es el mejor título para él y su obra, que cada vez era un canto “más provisto de apoyaturas y de adornos, y más fiado de la palabra y la intuición pura”.

1

17

Entró en el tacto, Material memoria, I

Subió hasta el paladar,

Estableció su reino

En la sala última

Material memoria, II

Donde los limos del amor reposan

Un torso de mujer desnudo en el espejo

Con fragmento de un desconocido amor

Y ahora quién podría

Descifrar este signo,

Reconstruir lo nunca ya después vivido,

Reanimar, exánime el amor

José Ángel Valente

INTERIOR CON FIGURAS

El poeta José Ángel Valente, en 1996, durante la presentación de un libro en la residencia de estudiantes

«Serán ceniza»

Cruzo un desierto y su secreta]

desolación sin nombre.

El corazón

tiene la sequedad de la piedra]

y los estallidos nocturnos

de su materia o de su nada.]

Hay una luz remota, sin embargo,]

y sé que no estoy solo;

aunque después de tanto y tanto no haya]

ni un solo pensamiento

capaz contra la muerte,

no estoy solo.

Toco esta mano al fin que comparte mi vida]

y en ella me confirmo

y tiento cuanto amo,

lo levanto hacia el cielo

y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.]

Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,]

cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.]

Poema de José Angel Valente perteneciente al libro

A modo de Esperanza.

martes, 29 de diciembre de 2020

La guerra de Juan Benet por José María Guelbenzu. Herrumbrosas lanzas

 

La guerra de Juan Benet

 
 
Alfaguara, Madrid, 1999
 
648 págs. 2.400 ptas.
 




La reciente edición de las Herrumbrosas lanzas de Juan Benet en un solo volumen es, sin duda, una iniciativa generosa para con el autor, pero lo es mucho más aún para con el lector. La obra se publicó originariamente en tres volúmenes entre 1983 y 1986 y, en mi opinión, provocó más desconcierto que irritación. La irritación tenía que darse por descontada, pero el desconcierto provenía de considerar que semejante esfuerzo no se compadecía, narrativamente hablando, con la carga literaria de sus novelas mayores sino que, al contrario, parecía una concesión –excepto en el estilo– a una narración directa, casi histórica, que parecía alejarse de la forma compleja, retórica y de claroscuro de Volverás a Región, Una meditación o Saúl ante Samuel. La capacidad de sugerencia de su escritura –bandera de su concepción de la literatura– parecía quedar relegada en favor de una suerte de historia novelada y tan sólo los más fieles lectores agradecían esta clarificación de Región, a la que venía a ayudar un riguroso mapa del territorio a escala 1:165.000. El desconcierto venía a resumirse en la dificultad para situar literariamente Herrumbrosas lanzas dentro del conjunto de la obra de Benet.

En una entrevista con Maruja Torres publicada en octubre de 1983, decía Benet: «La esencia del argumento de Herrumbrosas lanzas es la historia de una campaña, de una campaña de primavera, una campaña de auxilio, de socorro, de tantas como lanzó la República para sacudirse el asedio de Madrid. El primer libro trata de los preparativos, de la decisión de lanzar esa campaña; en los volúmenes sucesivos, surgirá el desarrollo de esa campaña, con unos primeros éxitos y con un fracaso final, y en una tercera parte, para dividirlo en tres partes, pues será la hecatombe, la derrota final, la muerte o la desaparición de todos los protagonistas». Lo que hoy conocemos definitivamente como Herrumbrosas lanzas (esta edición en volumen único de 1999) no cumple del todo con esas declaraciones; en primer lugar, por la existencia del libro VII –probablemente, no previsto entonces–; en segundo lugar, porque aunque añade un nuevo libro (el XV) y fragmentos póstumos, no concluye el proyecto.

Quisiera empezar a hablar por aquí, por el final inconcluso de la que considero no sólo una de las obras mayores de Juan Benet sino, además, la que mejor muestra la más formidable creación de un espacio narrativo que ha dado la novela española de este siglo.

¿Está realmente inconclusa Herrumbrosas lanzas? Yo creo que no, que está concluida si no en la voluntad del autor sí en su misma existencia como novela y trataré de demostrarlo a lo largo de este artículo. En lo concerniente al argumento a que se refiere Benet, él mismo dice que concluirá con la muerte o la desaparición de todos los protagonistas. A quien le interese esa información, le remito a las notas a pie de página, donde se da cumplida cuenta de la muerte o desaparición de la mayoría de ellos: ese es el verdadero final de la novela. La otra cuestión es ver por qué los acontecimientos que faltan, el avance de Gamallo sobre Región y la liquidación de la bolsa republicana regionata, no añadirían nada, sobre el papel impreso, a la rotundidad de la novela tal como ha quedado. Lo que hubiere en la intención de Benet al ponerse a trabajar –después de un largo tiempo de abandono– sobre esa parte final (o tercera parte, según sus declaraciones) ya no nos importa debido a que la obra no está en absoluto malograda; más bien al contrario. Me atrevo a suponer que el relato del avance de Gamallo sobre Región no es necesario para que Herrumbrosas lanzas sea la gran novela que es.

Pero antes, de seguir, detengámonos en la otra rareza de la obra: el libro VII. Al parecer se trata de una incursión –un tanto injustificada en el plan general de la obra– en el siglo XIX regionato, con un desarrollo característico de intriga de novela decimonónica, donde se cuenta la historia de la familia Mazón, cuyo último vástago, Eugenio Mazón, está dirigiendo la ofensiva contra Macerta. Sin embargo, si aceptamos que, a fin de cuentas y entre tanto desarrollo histórico-novelesco, el protagonista más constante de la obra es Eugenio Mazón, el libro VII empieza a adquirir otro sentido. ¿Quién es Eugenio Mazón?: un hombre que lo único que hace es avanzar; no he dicho ninguna perogrullada: me refiero a que todo su comportamiento a lo largo de la obra es avanzar; no asentar, ni retroceder, ni guardar, ni siquiera conquistar; no tiene otro plan que no sea llegar a Macerta golpeando lateralmente, sin importarle si deja o no detrás de sí terreno firmemente conquistado. Sólo quiere avanzar, llegar; y si todo cuanto ha dejado atrás se vuelve contra él por no haber previsto la defensa del terreno conquistado, le da igual. Parece que su destino sea alcanzar Macerta y después... nada, porque aun en el caso de que lo logre será un zarpazo, pero no podrá mantener la posición. Y la palabra clave es Destino. Lo único que busca Eugenio Mazón es su destino y su destino tiene todo que ver con una característica central: su derroche de actividad para convertir el azar en destino. El de Mazón es avanzar y avanzar, sólo avanzar, no conquistar, ni siquiera desea conquistar; sólo avanzar. Esta imagen es para mí la imagen central de todo el libro. Por otra parte, la mayoría de los republicanos saben de un modo u otro que no pueden ganar y, sin embargo, siguen en orden de batalla, paso a paso, como si, careciendo de un verdadero destino, se tratara de obligar al azar a convertirse en un final ciego, a falta de cualquier otra esperanza de nobleza.

Por eso son muchos otros los personajes que se mueven en la misma dirección. Ese afán por convertir el azar en destino hace que todos los personajes estén vistos casi siempre desde fuera, por sus actos y por su afán. Pero entonces, el relato del libro VII es decisivo en el conjunto de la obra porque fija la procedencia del personaje más emblemático –y el más complejo– de todos cuantos se encuentran atrapados en la guerra.

Lo narrativo tiene ahí su origen, en el libro VII. De no existir, la obra habría estado más cerca de lo que llamaríamos historia novelada. Me explico: en más de una ocasión, Juan Benet aventuró la muy atractiva idea de que el verdadero nacimiento de la novela –aún no constituida como tal, ni siquiera en sus modalidades más antiguas– se habría producido en el momento en que un historiador de la Antigüedad hubiese introducido en algún momento de su relato histórico un punto de vista personal; es decir, no se hubiera atenido solamente a lo visto, oído o recopilado sobre el asunto que estuviese historiando sino que, con toda intención y el deseo de realzar el relato, hubiera añadido de su cosecha información procedente de su imaginación; en definitiva, se hubiera ayudado de ella para completar convenientemente el cuadro y, en consecuencia, al introducirse en la narración, optar por la visión personal en determinados momentos. El ejemplo podría ser Tito Livio. Y lo cierto es que bien podría decirse que ese movimiento de audacia creativa, motivado por la necesidad de entrar en la historia para hacerla más sugerente, bien pudo fecundar el embrión de lo que llegaría a ser todo un género.

Bien podría decirse también que sobre esta imagen está construida Herrumbrosas lanzas, pero si aceptamos mi proposición acerca de Eugenio Mazón, el libro VII es la raíz estrictamente narrativa de la obra en su conjunto. La historia de los Mazón es una historia de crimen, cainismo, odio familiar, avaricia, mendacidad, subsistencia y barbarie provinciana de un lugar alejado del mundo. (Cuando la guerra estalle, el narrador dirá: «Atrás, cada día más atrás, había quedado la bolsa de Región, como un bastión godo».) El libro VII no es sino la reconstrucción de ese más atrás y en cierto modo puede decirse que tal historia es el preludio y el germen de una conflagración que los supera, a los regionatos, del mismo modo que el fuego arrasador ignora al pirómano y con él a las rencillas mayores y menores que llevaron a éste a prender fuego al bosque. Todo el libro VII cae, finalmente, sobre Eugenio Mazón, en primer lugar, pero también sobre la bolsa republicana de Región. Es más, por encima de su forma de narración decimonónica actúan dos elementos fundamentales: la brutalidad y el mito (las leyendas de los Santo Bobio, el asesino misterioso que desnuca de un garrotazo, las legendarias venganzas y contravenganzas...). Y Juan Benet deja los flancos del mito y el misterio al albur de un destino cuya última explicación, por encima de los pasos de la anécdota, es la ruina general que causa, lo mismo que el fuego arrasador. Y aun si hay que ir más lejos, para eso está el Numa en las montañas de Mantua.

La guerra viene siempre de fuera, de más allá del bastión godo. Que tenga sentido en el propio bastión depende también en mucho del propio libro VII. La guerra civil es, para Región, «una irrupción de lo moderno en el reino de la anacronía». Para que esto se muestre cierto está el libro VII.

El autor, por lo demás, considera que lo que dará credibilidad a la materia literaria no es la verdad histórica, sino una narración que pretenda reconstruir una situación histórica por su valor narrativo, de modo que no es la guerra civil, sino la narración de Región dentro de la guerra civil española lo que destaca. El narrador lo dice con claridad: «Un cierto autor ha venido a describir la guerra civil en Región como una reproducción a escala comarcal y sin caracteres propios de la tragedia española. Sin embargo, ha olvidado o desdeñado el hecho de que toda reducción, como toda ampliación, concluye, se quiera o no, en un producto distinto de la matriz [...] De la misma manera que el grano de la película sólo brota de la fotografía a partir de cierta ampliación, el individuo sólo es perceptible en un campo reducido [...] Se pensará, por tanto, que la elección de la distancia focal es esencial para obtener el cuadro que se desea; se concluirá, sin embargo, que cualquiera que sea esa distancia –y tal vez elegida al azar– se obtendrá un cuadro y sólo uno, ni más exacto ni más falso que cualquier otro, más o menos satisfactorio para el ojo que lo contempla y más o menos concordante con la curiosidad que le llevó a contemplarlo».

Pero ¿quién narra esta historia, es decir, quién sitúa la distancia focal desde la que se narra? No lo averiguaremos hasta la página 417, cuando dice: «Hoy, medio siglo después de aquellos sucesos...». Este es un asunto de extrema importancia. El narrador es, sin duda alguna, un narrador omnisciente, pero un narrador omnisciente inspirado, por una parte, en aquel historiador de la Antigüedad cuya figura ideal de primer sugeridor del fenómeno narrativo sostenía Juan Benet con referencia a Tito Livio; y por la otra parte, un narrador que, al tiempo que cuenta, no se recata de opinar. Así, disponemos de elementos descriptivos de vario orden, desde la figura no nombrada del general Franco (pág. 33; cito siempre por la edición de 1999), una visión soberbia, a la presencia de la sierra de Región (págs. 247-249); desde la tormenta sobre el Roque (págs. 252-254), con un despliegue de recursos narrativos e incluso de excesos propios del autor, hasta la explicación de la exitosa acción de Mazón contra la columna italiana (págs. 535 y ss.). Pero, como decía, ese narrador no se recata en opinar sobre sucesos, situaciones y personajes, lo que se compadece bien con su posición de narrador. Son opiniones de todo orden, bien puramente descriptivas, como la de los fusilamientos que se llevaban a cabo «en esa glauca claridad que aún tolera el vigor de las linternas, cuando los muros no aciertan aún a desprenderse del cielo»; bien especulativas: «La guerra despeja el horizonte y convierte en últimas todas las afirmaciones del político. Cuando el gobernante que oculta su política con el enigma de sus secretas negociaciones y persigue unos objetivos a veces muy diferentes de aquellos que tiene que proclamar ante su grey, al fin no encuentra otra solución que emprender la guerra –de la que con tanta frecuencia ha abominado, por no tener un pretexto conforme a su doctrina, pero cuya posibilidad tanto ha acariciado–, entre otras perderá todas las ventajas de la duplicidad y en adelante se verá obligado a jugar con las cartas boca arriba, tan fáciles de leer para quien ha seguido con atención sus anteriores envites».

El narrador es omnisciente y habla del pasado, pero este es el modo idóneo que Benet elige –tan de su gusto, por otra parte– para crear el colosal espacio narrativo sobre el que pueda discurrir el tiempo de la novela. En la composición de las obras mayores de Benet hay siempre una llamémosla táctica que consiste en narrar una historia de confusión y misterio, lo que no sucede, en cambio, en Herrumbrosas lanzas o, mejor dicho, no sucede de la misma manera. La táctica de Benet, en palabras de un inteligente lector suyo, Juan Carlos Suñén, consiste en crear una zona mítica por el procedimiento de retirar el centro del suceso que se narra para oscurecerlo y narrar, en cambio, abiertamente, lo que pasa alrededor; el procedimiento es evidente, por ejemplo, en Volverás a Región. Como he dicho, no sucede así en Herrumbrosas lanzas, pero es porque el formidable esfuerzo de construcción, el aliento indomeñable necesario para organizar un espacio geográfico, humano y militar sin parangón en la literatura española de este siglo, no admite otro narrador que el que Benet elige. En un artículo sobre la guerra civil española titulado Tres fechas, Benet hace una afirmación que, en mi opinión, contiene el pie que da lugar al desarrollo de Herrumbrosas lanzas: «A partir de ese momento –verano del 37– la conducta bélica que emprende la República se asemeja a la del jugador desafortunado que poco a poco logra rehacer su capital que perderá en el siguiente gran envite». Creo que no se puede dar de modo más narrativo una opinión central de su visión de la guerra civil. Y en esa afirmación están a la vez el novelista y el cronista, conjunción que define de manera magistral al narrador de la novela.

Planteado, pues, el valor central del capítulo VII, planteado el papel del narrador, la novela aparece ya como una especie de novela total. Todo el material que Benet ha ido aportando a la construcción de una obra literaria en extremo personal y a la que no es en modo alguno ajena el conjunto de sus ensayos, cristaliza en esta obra magna. No creo que Benet haya hecho nunca literatura con mayor libertad que en Herrumbrosas lanzas. Y este es el momento de preguntarse si la malogró su muerte.

No recuerdo la fecha, pero sí las palabras de Juan Benet cuando al instarle –cosa que hacía con alguna frecuencia– a terminar la novela, llegó a decirme un día: «No era fácil imaginar en un principio el compromiso literario que requería una obra como ésta». Sus palabras no las recuerdo con exactitud, pero el sentido era ése; hay que añadir que lo dijo cuando reemprendió su escritura, de la que la edición de 1999 ofrece un libro y un fragmento, pero es importante saber que con tal espíritu la reemprendía. Sin embargo, a la vista del volumen que tenemos entre manos, nos asalta la duda de si –tal y como he venido exponiendo hasta ahora– el final verdadero de la novela no es el momento en que, tras el fallido asalto a Macerta, leemos: «Pero desde la hora en que Macerta les cerró sus puertas –que ni por la fuerza ni por el fuego podrían abrir– se puede decir que no les quedó expedita otra salida que la desbandada. Frente a aquella ciudad que siempre ocultó su rostro tras una aureola de polvo o una nube de humo, la aventura común había de conocer su fin para prolongarse en la peripecia personal de cada cual que –despojado de un destino compartido– con sus propios medios buscaría el sendero opuesto al de la guerra, la vuelta a casa o la capitulación».

No me cabe duda de que muchas cosas quedaban por contar, pero lo que tengo por cierto es que no se podía ir más allá de estas líneas incluso aunque se tratase de narrar el avance de Gamallo hacia Región. Atrás, en Región, han quedado cosas que aún daban juego, como, por ejemplo, la instalación del terror en la retaguardia por contraposición al sentido del avance de Mazón en la vanguardia. Y tampoco sabemos qué ha sido de la gente de Julián Fernández, bloqueada en Socéanos. Mas el mismo Benet confiesa que «el tronco de ese árbol (la novela) es la guerra civil, pero las ramificaciones pueden ser infinitas». Tan infinitas que la muerte del autor cortó por lo sano. La sanidad de Herrumbrosas lanzas sí que resulta ahora infinita.

En cuanto al estilo, Benet no ahorra esfuerzos. La complejidad de sus imágenes alcanza calidades sólo semejantes a su propia dificultad, lo cual es un estímulo de primer orden para el lector. Así, en la extraordinaria formulación de esta imagen: «Un escuálido galgo de piel canela con manchas de color de iodo olfateaba unos restos al pie de uno de los pilonos y cuando el conductor cambió la marcha para remontar la breve pendiente del repecho de la entrada, escondió el rabo entre las piernas y se retiró con un trotecillo, pegado a la acribillada tapia, en la imposible búsqueda de un algo que su pobre memoria aún recordaba; y que le llevó, cuando pasó la amenaza y el coche se perdió tras la primera revuelta, a seguir la línea de la tapia a aquel mismo trote sin prisa porque sin ninguna esperanza de encontrar aquel algo debía saber que sólo con el movimiento podía olvidar que no la tenía». Pocas veces podrá hallarse una unidad de pensamiento e imagen tan compacta como la que describe la extracción del sentido de la realidad que realiza la penetrante mirada del narrador. Es un procedimiento bien distinto contrario a otro característico también en Benet, el que da lugar podría llamarse su «prosa ingenieril», esto es, la que tira de sus conocimientos técnicos para establecer la imagen: «...al objeto de avanzar sobre Burgo Mediano en cuanto el grueso de las fuerzas rezagadas que lo ocupaban se vieran obligadas a acudir al ataque de la línea de La Loma, con el movimiento de un muelle que para ejercer presión con uno de sus extremos precisa que el otro se le aproxime».

Entre uno y otro modo, el estilo alto que reclamó para sí el autor se adueña, con una asombrosa variedad de registros, de esta monumental novela. Cuando Benet confiesa que la idea luminosa sobre el modo de atacar el tema de la guerra civil le vino del libro de Shelby Foote sobre la guerra de Secesión americana (The Civil War. A Narrative), estaba dando la clave del sentido de Herrumbrosas lanzas. Sólo en la medida que pudiera ser una narración –y una narración personal, por tanto– el asunto sería abordable por un novelista. Lo que parece una perogrullada no lo es si examinamos el doble sentido, Historia y Narración, que tiene el proyecto; y me remito a las referencias que sobre este asunto he mencionado antes además de a las propias declaraciones de Benet. El triunfo del novelista es el triunfo del estilo y de la narratividad conduciendo el conflicto en el que cristalizaban todas las preocupaciones, toda la concepción del mundo de Juan Benet. Ahora que el libro es una sola pieza quizá se comprenda mejor o se acepte más fácilmente. En todo caso, sólo quiero añadir, además, que si hay un libro que dé la medida de la formidable capacidad de invención y creación de un mundo completo y complejo –máxima aspiración del genio novelístico– por parte de Juan Benet, ése es, sin duda alguna, Herrumbrosas lanzas. Queda detallado incluso sobre plano, como no podía ser menos.

01/08/1999

Poblado Minero de Rodalquilar fue construdi en los años 40, diseño de arquitecto ameriense Antgono Góngorao Galera

 

Antonio GÓNGORA GALERA


GÓNGORA GALERA, Antonio (Almería, 1911 - Almería, 2010). Arquitecto.


      Doctor Arquitecto. Titulado tardíamente en 1940 por los efectos de la Guerra Civil, representa a la primera generación de arquitectos de posguerra que tuvieron que diseñar viviendas y equipamientos en una etapa difícil en lo político y económico. Además, durante los cuarenta y cincuenta, representa, junto con Guillermo Langle, a los dos únicos arquitectos que casi ejercieron en exclusiva la arquitectura en Almería.

      Comenzó proyectando, para la Dirección General de Arquitectura, la barriada de pescadores de El Zapillo (1942), para erradicar el chabolismo en la playa, y posteriormente el nuevo poblado minero de Rodalquilar o el nuevo asentamiento de Chercos. Pero, sobre todo, su labor de mayor proyección arquitectónica y social serán sus viviendas sindicales, levantadas en los cincuenta para la Obra Sindical del Hogar; numerosos grupos de viviendas sociales repartidas por la trama urbana de la capital y algunos pueblos de la provincia, como alternativa al fuerte crecimiento demográfico y al flujo de población campesina emigrando a las ciudades. La utopía de vivienda unifamiliar con jardín de la década de los cuarenta se sustituye en los cincuenta por bloques de pisos, más baratos y con una mayor optimización capitalista del suelo. Sin embargo, en su diseño, Antonio Góngora utiliza criterios de vivienda mínima racionalista para que satisfagan mejor las necesidades funcionales de aire, luz y calor. Estos criterios podemos reconocerlos en las 304 viviendas de la Plaza de Toros (1953) o en la barriada de Paco Aquino, esquina con la carretera de Ronda (1955), por citar algún ejemplo significativo. Dentro de esta labor de planificación de grupos de viviendas de promoción pública podemos destacar, también en colaboración con Guillermo Langle, las viviendas para maestros en la avenida Vilches (1951) o en la calle Paco Aquino (1950), aunque el proyecto más interesante será el grupo de viviendas unifamiliares Virgen del Mar, en la calle Dolores Rodríguez Sopeña (1949), aunque sus características y tamaño escapa al carácter de vivienda social.

      También aportará edificios significativos para la trama almeriense, como la antigua Escuela de Comercio en la calle Gerona (1945), la derribada Escuela de Formación Profesional en la Rambla (1948), el Sanatorio del 18 de Julio (1948) o el edificio de Sindicatos, frente al Instituto Celia Viñas (1952), de promoción pública; además de numerosos grupos escolares de educación primaria, dispersos por todo el ámbito provincial. Dentro de los proyectos privados debemos mencionar los antiguos almacenes Marín Rosa, esquina Paseo a calle Aguilar de Campoo; el Hotel Costasol y bloques de pisos que formarán parte de la nueva Almería vertical iniciada en los sesenta.

      Fue durante años arquitecto del Instituto Nacional de la Vivienda, realizando toda la labor de supervisión de las promociones privadas de viviendas de protección oficial durante los sesenta y setenta, así como del Ministerio de Hacienda, donde se jubiló en 1981. El escritor y arquitecto Gonzalo Hernández Guarch escribió en el periódico La Voz de Almería, el 20 de marzo de 2010, en un obituario expreso: “…lo recuerdo como un hombre sabio, decidido, que lo sabía todo sobre la construcción, un oficio que amaba…”.




Ruiz García, Alfonso y Góngora Sebastián, Luis

La 4 visitas de Franco a Almería.

 

Las cuatro visitas oficiales de Franco a Almería

El caudillo pasó por Almería en los años 1943, 1956, 1961 y 1968, siempre con apretadas agendas y con 'aclamaciones prefabricadas'

VÍCTOR J. HERNÁNDEZ BRU

Cuatro fueron las visitas oficiales que Francisco Franco realizó a Almería a lo largo de su régimen. Cuatro visitas relacionadas siempre con la promoción de infraestructuras e inversiones y al mismo tiempo con la difusión y 'bombo' de su propia imagen. Fueron cuatro visitas muy diferentes, sobre todo por el momento político, económico y de coyuntura internacional y general del propio régimen franquista.

En ninguna de ellas, como bien relata el historiador y periodista Manuel Gutiérrez Navas en sus trabajos, permaneció en Almería más de dos días y las tres primeras se diferencian de la cuarta en que aquellas se produjeron en el marco de 'giras' por las tierras andaluzas, mientras que la última fue una visita 'exprés' y vía aérea, con motivo de la inauguración del Aeropuerto.

Quizás en esa diferencia estribe también el dato de que las tres primeras visitas se produjeron en primavera, en los meses de abril y mayo, mientras que la cuarta se llevó a cabo cuando se produjo la conclusión de las obras del aeródromo, en el mes de febrero.

1943: refuerzo del régimen

La primera de estas cuatro visitas se produjo el 9 de mayo de 1943. Por aquel entonces el alcalde de la capital era Vicente Navarro y el gobernador civil Manuel García Olmo.

Ambos encabezaron los actos oficiales con motivo de la primera visita del caudillo tras la conclusión de la Guerra Civil. España estaba sumida en un aislamiento internacional y Franco y su régimen buscaban la cohesión interna reforzando la imagen de 'enemigo externo' adjudicada a todos los demás países.

Era domingo y Franco y su comitiva oficial llegaron por carretera desde Málaga, en el marco de una gira que le llevaría a siete de las provincias de Andalucía. En Almería pasó primero por Adra y El Ejido antes de llegar a la capital. En los pueblos que atravesaba la comitiva, como sería habitual en todas las visitas del generalísimo, se habían preparado grandes muestras de adhesión y fervor popular, sin duda más artificial que otra cosa.

Durante la visita, Franco anunció las canalizaciones de agua para el Campo de Dalías, como obra que cambiaría la economía de la provincia y la vida de los almerienses. Además, protagonizó la entrega de una promoción de viviendas sociales en Pescadería y El Tagarete. El acto religioso central fue en la Catedral y el cultura en el Teatro Cervantes.

1956: ya en la ONU

El 1 y 2 de mayo de 1956, Franco volvía a Almería, unos meses después de que España entrara a formar parte de la ONU y fuera reconocida internacionalmente. De nuevo llegó por carretera tras visitar la provincia de Málaga y esta vez las máximas autoridades que lo recibieron fueron el gobernador civil, Ramón Castilla, que lo recibió en El Parador; y el alcalde de la capital, Emilio Pérez Manzuco en la Plaza Circular.

Desde allí, la comitiva oficial se dirigiría al templo de la Virgen del Mar y posteriormente al Ayuntamiento.

La estancia se prolongaría con visitas para revisar las inversiones del Instituto Nacional de Colonización en Campo Dalías y el de Níjar, además de conocer el paraje El Boticario, la finca de El Toyo con sus plantaciones y las explotaciones mineras de Rodalquilar. El caudillo se alojó en la Finca Santa Isabel o Cortijo Fisher.

 


 

 

1961: inversiones

La tercera visita del generalísimo se inició el domingo 30 de abril de 1961 y en este caso la llegada fue a través de otra ruta, procedente de Granada y con primera parada en Huércal Overa, donde visitó diversas inversiones para regadíos y fue recibido por el gobernador civil Luis Gutiérrez Egea.

Tras almorzar y visitar Aguadulce y Roquetas, el alcalde de la capital, Antonio Cuesta Moyano, recibió a la comitiva, que visitó el Puerto y su nueva zona comercial, pasó por el Parque José Antonio y conoció la nueva Central Térmica de El Zapillo.

La recepción oficial en la capital fue en la Plaza Circular, desde donde se dirigió a la Patrona y al Ayuntamiento, donde Franco tomó la palabra para hablar de grandes proyectos como el Aeropuerto, el sistema de alcantarillado e inversiones para la llegada de agua. Como en la ocasión anterior, se alojó en la Finca Santa Isabel, cenó en el Ayuntamiento y se marchó a Sevilla.

1968: el Aeropuerto

La última de las cuatro visitas que protagonizó en total fue el martes 6 de febrero de 1968 y fue la más rápida y corta de todas. El motivo era la inauguración del nuevo y flamante Aeropuerto de Almería y, de paso, la entrega de las que pasarían a la posteridad como 'las 500 Viviendas'.

Dos aviones oficiales llegaron ese día al nuevo Aeropuerto cargados de ministros. En el segundo, un DC-8, viajaba Franco, que iba a inaugurar una instalación cuyas obras habían tardado dos años en completarse.

El gobernador civil, Luis Gutiérrez Egea, y el alcalde de la capital, Guillermo Verdejo Vivas, encabezaron los actos oficiales, mientras que el obispo, Ángel Suquía, fue el encargado de bendecir la instalación del Aeropuerto. Acto seguido, ya en Almería, Franco recibió el bastón de mando de la ciudad y visitó las nuevas '500 Viviendas'.

domingo, 20 de diciembre de 2020

Miguel Hernández y César Vallejo en la guerra civil española, por Ramón Fernández Palmeral, en Wall Street International

 

 

Miguel Hernández y César Vallejo en la guerra civil española

Reflexiones sobre dos poetas convergentes

20 diciembre 2020,

Los poetas Miguel Hernández y Cesar Vallejo tienen coincidencias personales como que eran de origen humilde, católicos; se hicieron comunistas, los dos viajaron a la URSS; fueron poetas y reporteros de guerra, estuvieron en la cárcel, coincidieron en II Congreso de Valencia y murieron jóvenes. Respecto a su poesía convergen en los temas, como vamos a estudiar seguidamente, pero no tuvieron influencias específicas ni concretas de acuerdo con los estudios actuales... Sigue en el Enlace:

 

ENLACE a la revista Wall Stree International Magazine:

 https://wsimag.com/es/cultura/64381-miguel-hernandez-y-cesar-vallejo-en-la-guerra-civil-espanola

 

 https://wsimag.com/es/cultura/64381-miguel-hernandez-y-cesar-vallejo-en-la-guerra-civil-espanola

jueves, 10 de diciembre de 2020

Isabel Zendal y una empresa extraordinaria, el Dr. Alfonso Delgado Rubio, Ilustración de Ramon Palmeral

 

Isabel Zendal y una empresa extraordinaria

 

El 1 de diciembre la Comunidad de Madrid inauguró el hospital Isabel Zendal. Su objetivo es servir de apoyo a la sanidad pública de la comunidad y, en caso necesario, al Sistema Nacional de Salud. Se utilizará en situaciones de emergencia sanitaria (pandemias, catástrofes naturales, accidentes colectivos, etc.), que pueden acontecer de manera imprevista y brutal y, ante las cuales, los hospitales convencionales pueden sufrir un colapso de graves consecuencias. 

El hospital ha sido bautizado con el nombre de una heroína española, la gallega Isabel Zendal, que fue una figura fundamental en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna de la Viruela, que partió hace 217 años en la María Pita del puerto de La Coruña. Esta empresa extraordinaria, promovida por el rey Carlos IV en 1803, fue encomendada al doctor Xavier Balmis. Este y el doctor José Salvany –ambos médicos de la Armada–, junto a sus ayudantes, practicantes y enfermeros, llevaron a cabo la mayor gesta de sanidad pública de los anales de la historia al aplicar la vacuna de la viruela en todo el imperio, crear centros de vacunación y  distribuir el Manual de vacuna del profesor de la Universidad de París  J. L. Moreau de la Sarthe, traducido al español por el propio Balmis. El diseño, la logística, la ejecución y el desarrollo de esta hazaña sigue siendo motivo de estudio y admiración en las universidades más prestigiosas del mundo.

Isabel Zendal era la rectora de la Casa de expósitos de La Coruña y, junto al doctor Balmis, se encarga de reclutar a 22 niños huérfanos para conservar la linfa vacunal transmitida de brazo a brazo, que era el único sistema posible en la época para conservar la vacuna y aplicarla con éxito a la población. Consciente de los cuidados y atenciones que los niños iban a necesitar durante la travesía y a su llegada a destino, el doctor Balmis solicita a Zendal que lo acompañe «porque nadie como ella podría cuidar a los niños en calidad de enfermera».

Tras una escala en Tenerife, la expedición arriba a Puerto Rico y seguidamente a Venezuela. En Caracas son recibidos como grandes benefactores. El doctor Balmis, tras valorar la magnitud de la empresa, decide dividir la expedición y encomienda al doctor Salvany que, con la mitad de los ayudantes, se dirija al Virreinato de Santa Fe, Perú y Buenos Aires, para ejercer su acción sanitaria de proteger a las poblaciones. El doctor Salvany, Grajales, Lozano, Bolaños y cuatro niños venezolanos emprenden la marcha, sufren multitud de percances y superan dificultades extremas; atraviesan los Andes aplicando la vacuna a las poblaciones indígenas de Ecuador, Perú y Bolivia, y crean centros de vacunas allá por donde pasan. Durante el penoso viaje, Salvany pierde un ojo y fallece de tuberculosis, siendo enterrado en Cochabamba. Superando todos los contratiempos, Grajales y Bolaños llegan al sur de Chile, hasta  la isla de Chiloé, sin poder alcanzar el Virreinato del Mar de la Plata.

 

                    (Retrato a lápiz de Isabel Zendal Gómez, por el pintor alicantino Ramón Palmeral)

 

El doctor Balmis, por su parte, prosigue su labor sanitaria en Guatemala y recorre todo México vacunando y creando centros de vacunación. Los 22 huérfanos españoles vienen adoptados por familias mexicanas acomodadas, que Isabel Zendal selecciona con el mayor cuidado, buscando la mejor acogida posible para sus niños. Ella permanece en Ciudad de México, donde se pierde su rastro en 1810. Para iniciar su marcha hacia Filipinas, el doctor Balmis recluta a un grupo de niños mexicanos, detallando sus edades, procedencia y nombre de los padres. Con el consentimiento de estos, se embarcan en Acapulco en el galeón de Manila a fin de llevar a cabo la campaña de vacunación en el archipiélago filipino. Antes de partir con destino a Macao y Cantón, se encarga de que todos los niños mexicanos vuelvan sanos y salvos a casa de sus padres, al tiempo que estos  reciben una compensación económica. El doctor Balmis regresa desde Cantón a España en una fragata portuguesa, hace escala en la isla de Santa Elena  y llega a Lisboa en agosto de 1806, tres años después de su partida. Se presenta en el Palacio de la Granja de San Ildefonso para informar al rey Carlos IV sobre el desarrollo de la expedición.

Esta hazaña no tiene parangón en la historia de la humanidad, como afirmaron Jenner, Von Humboldt, Andrés Bello o Marañón, entre otros. La primera gran campaña de vacunación de ámbito universal, la distribución del manual de vacunas, la creación de centros de vacunación, el consentimiento informado, la protección amorosa de la infancia más desfavorecida, o la entrega de la propia vida por salvar a los demás de una enfermedad tan cruel y mortal como la viruela llevan el marchamo de España y forman parte de nuestra historia tan denigrada por nuestros enemigos y a veces por nosotros mismos. Esto es Marca España. Ya es hora de que vayamos conociendo nuestro pasado para que nos sintamos orgullosos del mismo y de ser españoles.

 

Tomado del suplemento Alfa & Omega de ABC, jueves 10 de diciembre 2020

 


 

 

martes, 8 de diciembre de 2020

Feliz Navidad 2020, desde Alicante. familia de Ramón Palmeral


  Villancico 
En la ciudad de Alicante 
han puesto un Belén gigante, 
que como un faro de luz
atrae a los visitantes.
 
Oh Niño que en dulces sueños 
descansas  sonriente y bello.
Traes a la tierra esperanza,
 resplandor en la alborada.

Madre del Niño Divino
que con suaves brazos meces 
al lucero más bonito 
que en el cielo resplandece.

Madre de Dios hecho niño
junto a San José bendito 
cuidáis  al rey de la Gloria
que a la tierra ha descendido.
 
Autora: Pilar Gálán García

domingo, 6 de diciembre de 2020

Los sentimientos de culpa, por Ramon Palmeral, en El Monárquico de Madrid

 

Se puede ser bueno pero no excepcional, rayando con el genio, nunca se llegará, pero ello no nos debe defraudar, ni preocupar, ni frustrar, pues estando dentro de la media, ya es mucho, y sobre todo cuando se van cumpliendo años y confundimos el depósito del líquido del limpiaparabrisas con el depósito del líquido de frenos; pero son despistes que no nos deben producir sentimiento de culpa porque avanzar en la edad implica mermar las facultades, que, por otra parte es un logro y un contento que pasemos de los setenta. Nunca debemos tener sentimiento de culpa por no ser mejores, o por haber hecho algo mal, sino por lo que no hicimos...

 

 https://elmonarquico.com/los-sentimientos-de-culpa

viernes, 4 de diciembre de 2020

Menos victorias y más conquistas, por Ramón Palmeral en El Monárquico

 

La explotación del éxito es un término de la doctrina militar sobre la estrategia, que se refiere a que cuando han conquistado un terreno has de explotar la victoria, para amplificarla y mitificarla hasta la saciedad, e incluso con un desfile militar, si cabe. Si extrapolamos este principio a la vida civil, consiste en aprovechar lo éxitos obtenidos en cualquier ámbito del cotidiano vivir, se debe aprovechar la ocasión para hacerse ver, e incluso pedir aumento de sueldo si fuera una cuestión laboral, o explotar el éxito de un premio o de la publicación de un libro, o una felicitación, lo que sea, lo que nos parezca a nosotros que hemos dado en la diana...

 

LEER el artículo de opinión en El Monárquico, 29 de Noviembre 2020