El helado cadáver
de la escultura homenaje a Miguel Hernández de la plaza de la Viña reclama una mirada de nuestros ojos, nuestra atención, es una cerámica del gran escultor
Arcadi Blasco que presenta dos bloques decorados con cerámicas refractarias con
dibujos que el propio Arcadi me dijo que eran geometría cinética para recordar
a Eusebio Sempre, el artista nacido en Onil la que fábrica los juguetes. En una
de sus decoradas moles nos muestra un ojo de cíclope, que a la sombra dibuja un
hueco de sol que se mueve.
En el huerto
intelectual cerrado, aunque más jardín encarcelado que huerto, precipitado,
circunvalado por una reja de hierro perimetral que le protege del depredador
más terrible del mundo: el hombre, está poblado de pinos, palmitos, encinas, malezas y cambrones,
más cuatro olivos sembrados a las cinco de la tarde, recuerdos de una herida
cuando los destetaros de su madre del jardín botánico, de un hospicio de olivos trasplantado, y desde entonces se negaron a
dar sus fruto redondos como olivas de cristal, perlas aceitunadas del collar de
un cuello sometido al yugo del trabajo y el sudor.
Mientras sentado
en un banco de madera, fuera del jardín aherrojado, me concentro en contemplar
su fauna, aparecen juguetones gorriones, pardos, blandos y mimosos, tras las
palomas zuritas que han llegado en busca de algún trozo de pan que algún niño
tiró de su bocadillo tras jugar en el jardín infantil que su proximidad se
sitúa. O los negros pajarracos, menores
que cuervos, casi grajillas que por allí saltan entre los jarales, y la mansas
maleza cuajadas aún de amarillas trompas.
Sobre la tierra aparecen húmedas manchas que son la red de raíces de
gomas de las manguera de riegos, que acariciando dulcemente la tierra la
muerden con los aspersores, y algunas florecillas violetas, blancas de los
romeros dejaron su huella de color en la imagen de los viandantes, que por la
sombra de los tilos triste de la plaza de la Viña se dejan pasear con amarres,
algunas veces, en los bancos de madera que hace poco renovaron.
Otros días desde
mi terraza puedo ver el jardín que casi puedo acariciar si lanzo el brazo en
fantasías y siento como si se me diluyera la imaginación y asciendo hacia ti,
para entrar a hablar con Miguel de cabras y de rayos, de cancioneros y de
brisas del pueblo, herido poeta por la muerte joven quizás sombras de una
guerra, de un odio entre hermanos que no se debe volver a repetir. Por este
jardín encarcelado tiene olivos y palomas de la paz que un día el gran Pablo
Picasso nos dibujara con manos de ángeles custodios, policías de los cielos y
del mundo terrenal.
Alicante, 31 de julio 2013