Esplá y Triay, Óscar. Alicante, 5.VIII.1886 – Madrid, 6.I.1976. Compositor, musicólogo, pedagogo y académico.
Desde
muy temprana edad se sintió atraído hacia la música por una verdadera
vocación, y los primeros estudios los realizó en su Alicante natal, en
un ambiente muy fin de siglo, con sus “Músicas de salón”, que serían las
primeras en despertar su sensibilidad artística. Manuel Esplá y de la
Cerda, perito mercantil y agente de negocios (no propietario de una gran
ebanistería, pues se suele confundir con un hermano) y su esposa
Dolores Visconti Yáñez —de ascendencia italiana—, tuvieron siete hijos:
Antonio, Manuel, Concha, Trino, José, Francisco y Lola. De noble
ascendencia, Francisco Triay de Sarrió y Concepción Quereda y Asensi,
hubieron cinco: Trinidad, Luisa, Piedad, Paco y Francisca. Del
matrimonio de Trino Esplá Visconti con Francisca Triay Quereda, nacieron
Óscar (bautizado con los nombres de Óscar Augusto Emigdio) y Amanda,
niña fallecida a distancia de dos años de su madre, que murió alrededor
de 1894, por lo que su abuela, Concepción, hubo de convertirse en la
verdadera madre del chiquillo de unos ocho años, y ella fue la que le
enseñó las primeras letras. Trino Esplá, padre del que sería compositor,
contrajo segundas nupcias, bastantes años después, con Amparo Domingo y
de este nuevo matrimonio nació Isolda, hermanastra del maestro,
residente en Murcia, a la que él dedicó alguna de sus obras.
Pertenecía
Trino Esplá al Cuerpo de Telégrafos, en el que llegó a ocupar altos
cargos en Alicante y Madrid, destacándose como hombre de grandes
empresas industriales (a él se debió la instalación de la luz eléctrica
en Alicante) y filantrópicas (como la creación de la Cocina Económica
alicantina, con gratuidad de las comidas para los pobres), cuyo nombre
figura en el callejero de Alicante, como agradecimiento de la ciudad por
sus provechosas iniciativas.
El
cuadro familiar de Óscar Esplá quedaría muy incompleto si no se
consignara aquí le fecha de su boda con María Victoria Irizar y Góngora,
el l8 de junio de 1929, ni el lugar de la ceremonia: el Monasterio de
la Santa Faz, a unos cuantos kilómetros de Alicante, donde hoy reposan
los restos de su ilustre marido, muy cerca de Ruaya, la querida finca
donde el músico solía pasar largas temporadas de descanso. De Victoria
se podría escribir mucho, por merecerlo quien supo ser la ideal
compañera, tanto en la vida como en el trabajo, comprendiéndole y
ayudándole siempre con admirable tacto, con ejemplar cariño; ella fue
una inseparable parte, fundamental, sólida, de él y, si algún día
quisiera tratarse de la influencia de la mujer en el artista, Victoria,
habría de ser estudiada de muy especial manera. El matrimonio tuvo tres
hijos: Amparo, profesora de inglés en la Escuela Superior de Canto de
Madrid; María Luisa, casada con el profesor inglés, Peter Harrison, que
fuera director del Instituto Británico de Mashad (Irán), y Gabriel que,
con su esposa María José de Urquía, son profesores de instituto de
enseñanza media de Alicante.
Francisca,
la madre de Óscar Esplá, tocaba el piano —un viejo Erard— y también su
padre, Trino, sabía lo que era el solfeo. Sin embargo, como el propio
maestro dijo: “Mi afición musical se despertó en casa de Manuel, mi
abuelo paterno…”; allí había un instrumento parecido al aristón, el
herefón, especie de organillo cuyo manubrio hacía girar unos cartones
perforados, por cuyos agujeros pasaba el aire para mover unas lengüeteas
produciendo los sonidos: “[...] oyendo, muy toscamente, por cierto, los
‘perforados’ trozos de zarzuela y los valses de Strauss empecé a sentir
el placer por las sencillas melodías de las mejores zarzuelas,
especialmente las de Barbieri, Arrieta y Gaztambide”. Y si el dato puede
resultar interesante a la hora de estudiar toda una manera compositiva,
resultará de mayor significación todavía el siguiente: “Sarrió”, la
finca de la madre del compositor, cercana al pintoresco pueblo de El
Campello, era su lugar de veraneo; había en ella una pequeña iglesia, en
la cual, tradicionalmente, durante las fiesta del pueblo, se celebraban
los oficios religiosos, entonándose corales levantinas, así los
llamados “cantos de aurora”, Desde entonces, el futuro compositor
experimentó con ellos “una verdadera compenetración emotiva”, y no es
difícil entrever toda una actitud estética y técnica, partiendo de esta
fuerte premisa.
A
pesar de esta notoria predisposición musical del niño Óscar, siguiendo
la costumbre de aquellos tiempos, se estimó que Amanda —la niña de la
casa, hermana suya, fallecida prematuramente— era la que debía estudiar
música, y fue el propio Trino quien comenzó a darle lecciones; a ellas
asistía el chico a modo de “oyente”. El resultado no se hizo esperar y,
así, en tanto a lo largo de un año la niña apenas aprendió nada, nuestro
“oyente” se sabía todas las lecciones. Ante este descubrimiento, el
padre decidió destinar sus enseñanzas a Óscar; muy pronto el discípulo
superó al maestro, obligándole a preparar previamente les clases.
Entonces, se resolvió esta situación, confiando la educación musical del
niño al joven Fernando Lloret; por desgracia, a los cuatro meses de
haber dado comienzo su tarea, falleció este maestro, “una pérdida
sensible, porque era un excelente pianista, dotado de verdadero talento
musical”, según testimonio de Óscar Triay.
Fueron,
pues, su padre y el joven Lloret, los primeros mentores de Esplá. Pero
el verdadero profesor suyo fue Juan Latorre, al que se recurre tras la
muerte del citado Fernando Lloret. Latorre Baeza (1868-1941), era un
maestro con completa formación como pianista y compositor, inclinado
preferentemente hacia el canto, dedicándose durante un período de
formación en Madrid —condiscípulo en el Real Conservatorio de Conrado
del Campo y Joaquín Turina, entre otros— a preparar alumnos que debían
cantar en el Real, tales como Lucrecia Arana y otros. Latorre, autor del
Himno a Alicante y
profesor de un nutrido número de alicantinos, dijo de Óscar, su nuevo
discípulo, que era “un rebelde, pues no estudia las lecciones impuestas,
sino las que él prefiere”. No obstante lo cual, Óscar Esplá llegó a ser
un buen pianista, pudiendo actuar en sesiones benéficas en Alicante y
Barcelona.
Durante
su aprendizaje como pianista, sin haber visto ni un solo tratado de
Armonía, solamente impulsado por esa innata mentalidad creadora obligada
para todo fututo compositor, el joven Esplá escribió pequeñas piezas
—tipo romanza, pavana, mazurka, vals— que fue guardando en su carpeta de
dictados musicales. Un día las descubrió el maestro Latorre y,
estimándolas como verdaderamente prometedoras, se decidió a dar al
discípulo de piano las primeras lecciones de Armonía, disciplina
trabajada muy a fondo por Óscar a la par que realizaba el Bachillerato
en el Instituto de Alicante. La holgada situación económica de su
familia le permitió adquirir cuanto podía apetecerle para sus nuevos
estudios y, así, puede decirse, no le quedó tratado o método por
conocer.
Oscar
Esplá, en 1903, esto es, a los diecisiete años de edad, se fue a
Barcelona a cursar la carrera en aquella Escuela de Ingenieros
Industriales; interrumpió estos estudios para realizar los de Filosofía y
Letras, recibiendo al propio tiempo clases de Armonía, de Sánchez
Gavagnac, por entonces —1904— director del Conservatorio de Música del
Liceo barcelonés. Finalizados éstos, volvió a la Escuela de Ingenieros,
atraído indudablemente por su natural afición y facilidad para las
Matemáticas. En Barcelona, durante esta segunda etapa de formación como
ingeniero, compuso su célebre Suite en La bemol (en
tres tiempos: “Allegro”, “Andante” y “Final”), escrita alrededor de
1910 en auténtico autodidacta, de la Armonía, de la Composición, fiado
tan sólo en el hondo estudio y en e1 análisis (procedimiento adoptado
hoy en día por la mayor parte de los más prestigiosos centros de
enseñanza musical del mudo entero) de las partituras del pretérito, la
mente abierta hacia los más vastos horizontes estéticos.
Envió
esta obra al Concurso Internacional convocado por la National
Gesellschatf Die Musik, de Viena, logrando el Primer Premio del
importante certamen, triunfando sobre un crecido número de partituras
europeas, percibiendo la entonces importante cantidad de 3.000 marcos.
El éxito puede estimarse como el primero, de indudable significación
para España, logrado por el joven compositor alicantino; más si se tiene
en cuenta que en el jurado figuraban Richard Strauss y Camille
Saint-Saëns...
Alicante,
por iniciativa de otro hijo ilustre suyo, Gabriel Miró —“su hermano
espiritual” le llamó Walter Starkie—, rindió homenaje popular a Óscar
Esplá en brillantes actos celebrados por el Ayuntamiento, el 29 de enero
de 1911. Fue entonces cuando el músico, estando ya a punto de finalizar
la carrera, se decidió a abandonar definitivamente la ingeniería, para
entregarse por entero a la Música; “prevalecía en mí con más fuerza que
las otras dos carreras”, dijo, en cierta ocasión, el maestro.
Como
consecuencia del importante premio vienés, Óscar Esplá se trasladó a la
capital austriaca, donde conoció al eminente director de orquesta,
Ferdinand Löwe —excelente maestro especializado en la obra de Bruckner—,
primer intérprete de le Suite galardonada.
Fue Löwe quien presentó a nuestro músico ante Max Reger, en un
concierto de éste; por aquel entonces, el gran organista, director y
compositor alemán, era Hofkappellmeister en Meiningen donde existía una
excelente orquesta. A los pocos meses de estrenar en Viena la Suite, estrenaría también El sueño de Eros del maestro alicantino.
Volvió
a España para asistir en Madrid, en el Teatro Real (1912) a la primera
audición de esta última obra por la Orquesta Sinfónica de Madrid, bajo
la dirección de Enrique Fernández Arbós, que obtuvo un éxito
extraordinario. Ya al siguiente año salió para París y allí, gracias a
la mediación de un gran amigo de su padre, consiguió ser presentado a
Camille Saint- Saëns, que accedió a ver sus trabajos compositivos
realizados en aquel año, sugiriéndole precisas correcciones. Fue
entonces cuando modificó la estructura de la Suite premiada en Viena; y fue ya así como se estrena, en 1914, en el Rea1, por la misma Sinfónica de Arbós, bajo el nuevo título de Poema de niños, constituido
ahora por cinco, tiempos: “Invocación”, “Canción de antaío”, “A los
sueños de Bebé”, “Cuento de hadas” y “Vals de los Magos”. Su audición
fue todo un acontecimiento, y el crítico del Heraldo de Madrid, reprodujo las palabras del maestro Arbós en un ensayo de la obra: “Es lo mejor que haya salido de pluma española”.
El
Ayuntamiento de Alicante le nombra “Hijo preclaro” de la Ciudad. 1915
fue el año del estreno de una de las obras más importantes de Oscar
Esplá: su Op. 9, Sonata para violín y piano que dieron a conocer el
violinista Eduardo Toldrá con el pianista Francisco Fúster. Por aquellas
mismas fechas, concibió una representación escénica, de acuerdo con un
libreto que escribió Rafael Alberti y los figurines diseñados por
Benjamín Palencia, cuyo título fue el de La pájara pinta. Ya
en 1918, el Círculo de Bellas Artes de Alicante le nombró, en unión de
Gabriel Miró, presidente de Honor y fue en aquel mismo año cuando Serge
Diaghilev, director de los célebres Ballets Rusos, encargó a Esplá una
obra, Los cíclopes de Ifach, que
no llegó a representarse al disolverse, en 1919, la compañía; una
versión orquestal de esta obra, la estrenó Fernández Arbós en San
Sebastián bastante después. En aquel mismo año, el Conservatorio de
Música de Lisboa ofreció a Óscar Esplá la Cátedra de Composición, que no
aceptó por hallarse enteramente dedicado su labor creadora.
Ya en 1924 escribió en Madrid otra de sus páginas sinfónicas más famosas: Don Quijote velando las armas, episodio
orquestal compuesto para la Bética de Cámara, de Sevilla, creada por
Manuel de Falla, de la que poco después hizo su versión para la orquesta
grande, estrenada en 1926 por los mismos intérpretes. Todavía en 1924
hay que detenerse ante dos hechos importantes: por un lado, el estreno
de la cantata escénica Nochebuena del diablo, en
concierto-homenaje a Esplá, en el Palacio de le Música madrileño, por
la Filarmónica dirigida por su titular, Bartolomé Pérez Cosas. El
segundo acontecimiento se refiere al musicólogo alicantino: la
restauración de El Misterio de Elche, realizada como perfecto conocedor de su “consueta” o partitura, de siempre admirador del gran monumento musical. Nochebuena del diablo, la
partitura más hermosa y emotiva del talento y la inspiración
esplasiana, fue entonces conocida tan sólo en su versión sinfónica, la
que incluyó la intervención de la voz del “ángel” confiada a una
soprano; la original, su debida representación con intervención coral y
la voz del “diablo”, habría de esperar al II Festival de Música de
América y España, pudo ser ofrecida en el Teatro de la Zarzuela de
Madrid, dirigida por Odón Alonso y Aitor de Goiricelaya.
Son
años de fecunda labor y el maestro escribió sin desmayo partituras para
el piano, para la orquesta. Con ocasión del III Centenario de la muerte
de Góngora, puso música a sus Soledades, primero
para soprano y orquesta y luego, asimismo, para voz con piano. En 1928
ocurrió otro auténtico acontecimiento en su vida profesional: el estreno
en París, por la compañía de “La Argentina”, con enorme éxito en la
serie de representaciones de la capital de Francia; se trata del ballet El contrabandista, hoy
falto de una revisión de su danza final que habría de llevar a cabo el
maestro. 1928, fue el año del I Centenario de la muerte de Schubert y el
Concurso Internacional convocado por la Casa de discos Columbia de
Nueva York, Suite schubertiana del maestro Esplá resultó premiada. En 1929 escribió sus magníficas Canciones playeras (“Rutas”,
“Pregón”, “Las 12”, “El pescador sin dinero” y “Coplilla”), siguiendo
textos de Rafael Alberti, cinco maravillosas canciones que, en 1930,
estrenó Arbós con la Sinfónica, colaborando como solista Ofelia Nieto;
poco después, realizó la versión para canto y piano. Son, asimismo, de
1930 dos muy bellas “suites” para piano, La Sierra y Cantos de antaño, donde se halla condensado lo mejor y más personal del pianismo esplasiano.
El
Conservatorio Nacional de Música y Declamación de Madrid, en virtud de
los méritos que en él concurría, nombró a Óscar Esplá profesor de
Folklore en la Composición. Fue elegido también presidente de la Junta
Nacional de Música. En septiembre de 1936, tras el estallido de la
Guerra Civil, atendiendo una invitación de la Fondation Musicale Reine
Elisabeth de Bruselas, se trasladó con su familia a la capital belga;
formó parte del Jurado del Concurso Eugène Ysaaÿe, que otorgó su Primer
Premio a David Oistrakh. Durante la Segunda Guerra Mundial y hasta 1950,
cuando regresó a España, ejerció durante algún tiempo la crítica
musical en Le Soir, de
Bruselas; allí dirigió el Laboratorio Musical Científico del Instituto
Internacional de Investigaciones Acústico-Psicológico Musicales.
Pronunció numerosas conferencias y dictó cursos especializados, no
solamente en Bélgica, sino asimismo en Alemania y Francia. Pero no por
ello abandonó su labor creadora, antes al contrario; ésta adquirió
intensidad y horizontes que se confrontaron con las más modernas
orientaciones estéticas y técnicas del momento.
Fue Serge Koussewitzky quien le pidió para su Boston Symphony Orchestra una Sinfonía coral (1942), escribiendo también para la misma agrupación bostoniana la Sonata del Sur (1943),
para piano y orquesta; finalizó solamente la última de estas dos
grandes páginas, cuyo estreno ocurrió en una nueva versión revisada como
definitiva, en París (1945), por la Orquesta Nacional Francesa, bajo la
dirección de Franz André y la colaboración solista de Eduardo del
Pueyo. De aquellos años datan dos óperas de Esplá: La Balteira y La forêt perdue, la
primera de ellas concebida para una cantante y bailarina a la vez, Anny
Dankor, cuya muerte hizo afirmar al músico que “ya nadie podrá
protagonizar la obra”; el libreto lo escribió Irene Lewishon, también
fallecida. La segunda de estas dos óperas, está sin finalizar, era una
versión del célebre cuento de Perrault, La bella durmiente del bosque.
Oscar
Esplá tenía una cierta fama de fantasioso, de imaginativo, lo que no
era así en su totalidad; le ocurría lo mismo con su carácter, que siendo
adusto en su apariencia, fue una persona abierta a los demás. Lo
primero hubo ocasión de corregirlo por parte de los que así le
enjuiciaban, con ocasión de la convocatoria por parte de la Dirección
General de Bellas Artes (Ministerio de Educación y Ciencia), a través de
su Comisaría General de la Música, de un Congreso Internacional para
tratar de fijar un diapasón universal. Él había escrito un abultado
trabajo para el Consejo Internacional de la Música (CIM) de la Unesco;
fue tan importante lo realizado como para constituirse en ponencia
básica del Seminario, celebrado en el Palacio de Fuensalida de Toledo,
entre los días 19 y 22 de mayo de 1970, coincidiendo con la II Decena de
Música celebrada en la Ciudad Imperial. El trabajo fue traducido a
todos los idiomas oficiales del Consejo de Europa.
Es
la misma Unesco la que, en 1949, eligió al maestro —al lado de Florent
Schmitt, Villa-Lobos, Tansman, Ibert, Martinu, Malipiero, Chavez,
Panufnik, Hanson y Berkeley— para escribir una obra conmemorativa del
Primer Centenario de la muerte de Chopin. Nació así la Sonata Española para piano, es
su Op. 53 y la estrenó el brasileño Arnoldo Estrella, en la Salle
Gaveau de París. La Op. 54 reúne composiciones de distintas regiones
bajo el título de Lírica Española, subtitulada explícitamente como Impresiones musicales sobre cadencias populares, contenidas
en cinco cuadernos fechados en los primeros años de la década de los
cincuenta, cuatro para piano y la sola excepción del tercero, para canto
y piano; la colección está dedicada “A María Victoria”, la esposa del
músico. En 1955, el Ayuntamiento de Alicante crea sus premios de novela
“Gabriel Miró”, de teatro “Carlos Arniches” y de música “Óscar Esplá” y,
sobre este punto cabe reconocer que no tan sólo la ciudad que le vio
nacer, sino Madrid a la cabeza de algunas otras, no regatearon jamás
festejarle y premiarle. Nacieron por aquellas fechas el Psalmo 129, De Proufiundis (1964); la Cantata sobre los Derechos Humanos, sobre texto de Gerardo Diego (1969); Llama de amor viva (1970); el lmpromptu-Rondino, para órgano (1972) y varias composiciones más, dentro de muy diversos géneros.
En la Navidad de 1972, el maestro Óscar Esplá trabajó ilusionado en su ópera en un acto El pirata cautivo, por
un encargo de la Dirección General de Bellas Artes (Comisaría General
de la Música) para su estreno en el Teatro de la Zarzuela de Madrid,
programado para junio de 1973... Había cumplido en el último agosto sus
sesenta y seis años de edad y su salud durante aquel otoño no había sido
todo lo buena que se hubiera deseado, porque unas décimas de fiebre
vinieron a acobardarle todos los días. Pero trabajaba ante el piano en
su hogar madrileño; se ocupaba en Alicante de la dirección del Instituto
Musical por él creado; se inquietaba por los rumbos de las entidades
internacionales que él presidía en España o por las directrices a seguir
en el Consejo Asesor de la Música de la Dirección General de Bellas
Artes (presidente de Honor) y su Comisión Permanente (presidente
efectivo). Preparó alguna conferencia, y la redacción de artículos,
corrigió trabajos para su cátedra de Composición, asistió a los
conciertos importantes de la capital, acudió a las reuniones académicas
en la Real de Bellas Artes de San Fernando y... trabajó con auténticos
arrestos juveniles, dando un gran ejemplo de actitud e inquietud
artísticas, manteniendo su credo compositivo, cuidando hasta lo
inverosímil la escritura de sus composiciones, siempre aferrado al
sistema tonal, eso sí, de mayores inquietudes dentro de la corriente
estética por él mantenida a ultranza.
Fue
Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, Gran Cruz de la Orden de
Alfonso X el Sabio, Officier de l’Ordre des Arts et Letres francesa,
comendador de la Orden de la Corona belga, correspondiente de la
Hispanic Society of America de Nueva York, numerario del Instituto de
Francia y de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid,
Miembro honorario de la SIMC (Sociedad Internacional de Música
Contemporánea y Presidente de su Sección Española, así como del CIM
(Consejo Internacional de la Música de le Unesco) de su Comité Español.
Óscar
Esplá fue feliz haciendo un “nuevo” conservatorio, titulado Instituto
Musical —al que se le dio su nombre—, en el que pudo desarrollar una
actualizada labor docente desde su Clase de Composición.
Falleció
en Madrid siendo sepultado, como él deseaba, en el Monasterio de la
Santa Faz. Con los Falla, Turina, Del Campo y algunos, muy pocos más,
forjó el moderno sinfonismo español.
Obras de ~: música escénica: Cíclopes de Ifach, 1916; El ámbito de la danza, 1924; El contrabandista, 1928; Fiestas, 1931; El pirata cautivo, 1975; Música sinfónica: El sueño de Eros, 1904; Suite, op. 6, 1909; Suite en La bemol, 1910; Poema de niños, 1914; La Nochebuena del diablo, 1921; La pájara pinta, 1921; Don Quijote velando armas, 1924; Sonata del sur, 1935; Sinfonía Aitana, 1964; Cantata sobre los derechos humanos, 1968.
Música de cámara: Sonata para violín y piano, 1913; Trío para cuerda, 1917; Cuarteto de cuerdas, 1920; Concierto de cámara, 1937.
Escritos: La normalización del diapasón, Madrid, Dirección General de Bellas Artes Cuadernos de Actualidad Artística, 1970; recopilación en: A. Iglesias, Escritos de Óscar Esplá. Recopilación, comentarios y traducciones, Madrid, Editorial Alpuerto, 1986, 3 vols.
Bibl.: H. Collet, L’essor de la Musique espagnole au xx siècle, Paris, Editions Max Eschig, 1929; J. Pena y H. Anglés, Diccionario de la Música, Barcelona, Madrid, Buenos Aires, Labor, 1954; A. Iglesias, Óscar Esplá: Su obra para piano, Madrid, Dirección General de Relaciones Culturales, 1962; A. Fernández-Cid, La Música y los músicos españoles en el siglo xx, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1963; VV. AA., Enciclopedia de la Música, Barcelona, Salvat Editores, 1967; C. Rostand, Dictionnaire de la Musique Contemporaine, Paris, Larousse, 1970; T. Marco, La música de la España contemporánea, Madrid, Publicaciones Españolas, 1971; F. Sopeña, Historia de la música española contemporánea, Madrid, Rialp, 1976; J. Báguena, “Soler, Óscar Esplá“, en Archivo de Arte Valenciano (AAV), n.º 47 (1976), págs. 68-70; F. J. León Tello, “Comentarios a la estética de Óscar Esplá“, en Cuadernos hispanoamericanos, n.º 312 (1976), págs. 517-548; F. Moreno Torroba, “Un compositor de excepción: Óscar Esplá”, en Revista del Instituto de Estudios Alicantinos, n.º 21 (1977); J. de D. Aguilar, Historia de la música en la provincia de Alicante, Alicante, Instituto de Estudios Alicantinos-Diputación, 1983; A. I glesias, Escritos, op. cit.; VV. AA., Óscar Esplá y la Música de su tiempo, catálogo de exposición, Alicante, Caja de Ahorros del Mediterráneo-Fundación Cultural, 1993; E. García Alcázar, Óscar Esplá y Triay. Estudio monográfico documental, Alicante,
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compositor”, en Nassarre: Revista aragonesa de musicología, vol. 19, n.º 1 (2003) págs. 431-452; L. González Arráez, “La creación musical de Óscar Esplá”, en Revista de musicología, vol.
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Esplá“, M.ª V. García Martínez, “Óscar Esplá y la vida musical española
en los años 50” y E. García Alcázar, “Proyección de la obra y figura del
compositor Óscar Esplá en París”, en Canelobre: Revista del Instituto alicantino de cultura “ Juan Gil-Albert”, n.º
53 (2008), págs. 8-18, 36-49 y 51-66, respect.; P. Otaola González, “La
figura del intérprete en la crítica musical de Óscar Esplá”, en Cuadernos de música iberoamericana, vol. 19 (2010), págs. 185-202.
Antonio Iglesias Álvarez