A las 17.30 del día 10 del actual, Ramon Jackson de 23 años de edad, blanco, entró en la farmacia Caffarem de la calle 33 del barrio de Brooklyn Nueva York y disparó contra el dependiente Elias Fernández, de 27 años edad, de origen puertorriqueño, causándole la muerte por disparo en el hemitórax derecho. Las puertas de la farmacia se cerraron automáticamente y Jackson quedó encerrado dentro de la farmacia como un zorro en un cepo. Cuando llegaron los coches de policía con sus sirenas al mando del oficial Daniel Bouricam, del Departamento Forest Hill Polices, Sección Atracos, Jackson puso el arma en el suelo, un revólver cromado Mangum calibre 38, aún estaba caliente, se subió los brazos a la cabeza y, sin resistirse, se entregó, se dejó esposar por el sargento David Newman, un veterano policía con treinta años de servicio.
Al salir el preso esposado con las manos atrás el público curioso que acordonaba la zona, increpó a la policía con insultos para que le soltaran. Una vez en la Comisaría Forest Hills, y tras leerle sus derechos, el oficial teniente Boirucam le interrogó “¿Por qué lo has hecho, qué te ha llevado a cometer un crimen?” Jackson, tenía las manos atrás y sentía el dolor de las esposas de plástico blanco en las muñecas. “Si me da un cigarro y se lo contaré todo”. Hubo un momento de silencio, la habitación de interrogatorios estaba acolchada de un gris plomizo y con algunas manchas de sangre en las paredes.
Cuando Jackson le dio la primera calada al cigarro respondió con descaro “Le disparé
porque cuando le pedí que me diera el dinero de la caja, me lo tiró a la cara con desprecio, y yo no le aguanto a nadie semejantes humillaciones”.
En la ficha policial de Jackson contaban múltiples delitos menores por tráfico de drogas, tirones y algunos robos. Cuando su padre se separó de su madre le metieron en un Orfanato, pertenecía a una familia desestructurada, cuando salió acabó en un Reformatorio de menores, nunca había cometido un delito de esta gravedad.
Por Ramón Fernández Palmeral